CRUELDAD POLITICA
Sólo un mediocre podría definir la política como el
arte de lo posible. El arte es siempre lo que está más allá de lo empírico,
superando lo posible. Por tanto la política sólo es arte cuando se convierte en
el milagro de lo imposible. Y no connotamos el término milagro a experiencia o
adhesión religiosa, sino como una categoría que trasciende lo meramente táctil.
Hace unas fechas, Cayo Lara le recordaba al presidente
del gobierno, Mariano Rajoy, que en este país, hay doce millones y medio de
ciudadanos viviendo en el umbral de la pobreza y una gran parte de ellos están
inmersos en la miseria misma. Cayo Lara hablaba de despidos, desahucios, ERES,
salarios aportando datos y cifras concretas. Mariano Rajoy, ese Cid Campeador
de la recuperación, ese Pelayo de la reconquista, se enfrentó al coordinador de
IU y sin mover un músculo, excepto el del ojo izquierdo, le replicó: Pinta
usted un país que yo desconozco.
Unos días antes, el mismo Rajoy, había criticado que
PODEMOS dibujaba un país de gentes tristes. Que muy por el contrario a esa
tristeza, España es un gran país, de gentes que siempre supieron salir de sus
problemas y alegre por naturaleza.
Rajoy hizo una campaña electoral preñada de falsedades
conscientes y ha desarrollado su primera legislatura mintiendo descaradamente a
la ciudadanía. Bajaría los impuestos, no subiría el IVA, no tocaría las líneas
rojas de la educación, las pensiones y la sanidad. Haría de la educación una
meta a la que llegarían todos aquellos que lo desearan sin distinción de
clases, que no daría dinero a los bancos como hizo el socialismo. Crearía
millones de puestos de trabajo. ¿Seguimos? Nos mintió cuando nos quiso hacer
creer que se había encontrado una situación económica que no era la que
imaginaba. Y sobre todo se topó con un país que no conocía. Igual que ahora.
Este ramillete de mentiras se encierra en esa refutación que le hacía a Cayo
Lara: pinta usted un país que yo desconozco. Y tampoco ahora lo podemos creer
porque el presidente de plasmas, de Bárcenas-esa-persona, se sienta en el
consejo de ministros con unos hombres elegidos por él y que también se
trasladaron a jauja desde el principio de la legislatura.
A Rajoy no le consta el número de desahucios, las
urgencias de los hospitales, el recorte de camas para pacientes, la
privatización de la sanidad, el número de parados, las familias de siete
miembros que se alimentas con quinientos euros, que carecen de calefacción, el
número de estómagos vacíos que acude a comedores sociales. Rajoy no es de este
mundo. Su mundo es un regalo de ternura de Merkel, de la Troica, de los fondos
de buitre a los que se les vende por precios irrisorios cientos de viviendas
construidas con dinero público para que esos fondos expulsen de esas viviendas
a sus inquilinos y los manden debajo de un puente. Montoro y los hombres de
jauja niegan las cifras del hambre que aportan las ONG. Son elementos
subversivos, radicales de izquierda, hordas judeomasónicas.
En su campaña electoral, Rajoy prometió devolver la
felicidad a nuestro país. Y ahí está bendiciendo a los que no protestan en las
calles, fabricando leyes mordaza para acallar el dolor, instaurando la cadena
perpetua como secuela de un franquismo-apisonadora, fusilando a los enfermos de
hepatitis-C porque el dinero de la medicación hay que destinarlo a publicidad
del milagro económico que nos ha sacado de la crisis. Nos ha vendado los ojos
con prohibiciones de todo tipo, nos ha inyectado miedo a los demás partidos
políticos, a un terrorismo del que ha hecho una necesidad, ha envuelto la
corrupción en aliento para que la alegría habite en el pecho de algunos
encarcelados y nos ha devuelto esa felicidad que es la sonrisa-mueca más
elegante de disfrazar la crueldad.
Cuando una gran parte de la ciudadanía vive una miseria
indigna y un presidente del gobierno se niega a mirarle a los ojos para no ver
la realidad del mundo en que vive, la política deja de ser la pobre consecución
de lo posible, el utópico alcance de lo imposible, para convertirse en la
crueldad como forma de entender la vida. No se ve lo que no se quiere ver y uno
se evade conscientemente de una miseria producida, cruelmente producida, por un
desentendimiento del ser humano como cúspide del universo. El ser humano ha
dejado de ser la preocupación central del quehacer político.
La negación de ayuda a los dependientes, de medicación
a enfermos terminales, como hepatitis C, a los ancianos, a los pacientes que
pasan horas en las urgencias de un hospital, no es fruto de la crisis. Es el
fruto maduro, maloliente, fétido y deshumanizador de la crueldad.
Cumplir la Constitución no es sólo una frase colgada
de los labios para decorar solapas.
Obliga por el contrario a la empatía con la ciudadanía y sobre todo con los más
débiles de la tierra.
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