Venía la madrugada a las plazas de los pueblos. Todavía con estrellas. Con luna todavía. Corros de hombres alrededor del oscuro dolor de inmigración. Furgonetas de grupo en grupo exigiendo papeles que legalizan la pena. Alguien que se lamenta: a nadie le importa mi hambre. Sólo importan los papeles. No he podido dormir porque no tengo donde reclinar la cabeza. Pero sólo importan mis papeles. Tengo una mujer enferma, un niño sin papilla. Pero sólo importan los papeles. Y se dedica a llorar contra una pared. Llanto de impotencia, pero humano. De rendición, pero humano. De desesperación, pero humano.
Lo emitió TVE. Un reportaje sobre inmigración, naturalmente. Sobre esclavitud, en realidad. Porque hoy existen esclavos. Con gemelos y pisa corbatas. Traje de rebajas Emidio Tucci. Pero esclavos. Boina y boca desdentada, hambre colgada de los ojos, falta de escuela en la raíz de todo. Esclavos de clase media. Esclavos de baja estofa. Esclavitud que iguala, aunque necesitemos diferenciarla con moda semana-de-oro o contenedor callejero. Pero algunos además son ilegales. Hoy se teme una inspección y el de la furgoneta lo dice claramente: vosotros hoy no podéis venir. Esperamos a la guardia civil.
Se les paga por horas. Cantidades mínimas. No las quieren los españoles. Las desprecian por humillantes. Pero más cornás da el hambre. Y serán diez, doce, catorce horas. Deslomada el alma. Revuelta la sangre. Dolorido el dolor sobre la espalda. Ladrillos. Altura. Vértigo. Pensando en volver con el supermercado abierto. Por lo de la papilla. Por lo del biberón. Por lo del bocadillo. No saben lo de la nana de la cebolla. No han leído a Miguel Hernández. Son carne de andamio. Morena magma de altura. Herramienta de especulación. Tres dormitorios, dos cuartos de baño, millón sobre millón suman sesenta. Y me llevo treinta. Niño estudiando empresariales en EE.UU. Con lo que le cuesta a su padre ganar treinta millones por piso. Gestionamos hipotecas y arrimamos una comisión interesante. Mientras, el niño cena biberón caliente en la chabola y la parienta toma termalgín con un caldo de sobre.
A lo mejor mañana no hay tajo. De acumular hambre se trata. Pero hay que levantarse temprano. Estar dispuesto cuando la madrugada se venga para el pueblo. Plaza con furgonetas blancas. Ellos contratan a los que quieren. Si no hubiera inspección ganaría treinta euros. Ilegalmente ganados. Pero válidos ante la cajera que pone cara de asco porque huelo a sudor frío y a esa mezcla de vino con tabaco. Es el chanell de los pobres, la distracción de los hundidos, el orgasmo del abandono.
Se lo decía un hombre como un toro a la reportera: “nosotros estamos aquí. Puntuales. Junto a la pared. Pasan los contratistas. Nos miran de arriba abajo y nos eligen o no. Somos como prostitutas”.
1 comentario:
El relajo de las "buenas costumbres" siendo punible y rechazado la vejación y el maltrato del semejante y cualquier otra especie, ante la costumbrista indiferencia de verlo todos los dias, en el quehacer subjetivo cotidiano; no hay voluntad de acabar con ello, se obvia.
A tal llega el relajo de ética o moralidad, que se me ocurre por trascendencia histórico-cultural que todo el "tercer mundo" sufre actos miserables, crímenes impunes, escalada de
asesinatos,y "abuso sexual" con mezcla de política y estados de poder corrompidos.
Hasta aqui llegamos con esta inculturan civil y colectiva.
Como dicen en una película (Los Hombres de Negro "El individuo es listo, la masa torpe"
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