Hace poco algunos países árabes se pusieron de pié para plantarle cara a sus gobernantes dictadores. Durante años oprimieron a sus pueblos, silenciaron sus aspiraciones, secuestraron sus pensamientos y se aprovecharon de sus privilegios. Entablaron buenas relaciones con el resto de países del mundo que los veneró y aprovechó las materias primas, petróleo sobre todo, que aportaban al mundo del consumo. Nunca nadie tuvo la ética de echarles en cara su realidad de tiranos. Todos respetaban su independencia y no procedía injerirse en sus asuntos internos. Mubarak, Gadaffi disfrutaban del respeto de todos, como jefes de países amigos, clientes apreciados que compraban nuestros productos y dejaban buenos beneficios. Todo era orden, equilibrio, bienestar para todos.
A los demócratas se nos llenaba la boca de libertad y nos sabíamos tranquilos viviendo en un estado de derecho. Cada cuatro años elegíamos a nuestros gobernantes porque era el privilegio que nos otorgaba nuestra constitución. Descargábamos nuestras responsabilidades en los hombros de los elegidos y a exigir durante otros cuatro años que gobernaran a nuestro antojo. Deberían proporcionarnos trabajo, vivienda o medios para adquirirla y un estado de bienestar que nos permitiera respirar el aire de un mundo disfrutado. Había pasado el tiempo de los sables que ahora estaban en museos, aunque siempre había alguien dispuesto a salvar la patria de quines permiten el amor homosexual, privándonos de un país-macho, o que promocionaban a la mujer como un valor en sí mismo pretendiendo una igualdad con el hombre imposible de lograr porque el varón es y será siempre superior a la hembra.
De repente, ciertos países arrodillados ante sus dictadores, despertaron. Siria, Egipto, Libia se dejaron los muertos por las esquinas para conquistar la dignidad pisoteada, la libertad secuestrada, la decisión personal y colectiva arrinconada. Y nosotros, los del estado de derecho, descubrimos de repente la esclavitud a la que estaban sometidos, despreciamos a los antiguos dictadores amigos y caímos en la cuenta de que era necesaria una revolución que devolviera a cada uno sus derechos. No debían seguir siendo esclavos cuando la grandeza humana exige ser ciudadanos. Tiramos de experiencia y nos expusimos como modelo a seguir.
¿Qué vivencia democrática queremos que adquieran? Si deseamos que adopten nuestras coordenadas de voto-urna-elección cada cuatro años, creo que los estamos encerrando en unas cuadrículas que deben estar superadas. Ser demócrata es sentirse activamente implicado en la historia de la ciudadanía en que ejercemos nuestras vivencias. Ser demócrata es empeñarse en ser responsable de la marcha de nuestro país. Abandonar en manos de los elegidos la construcción de una nación puede ser cómodo, pero no es democrático. Tampoco lo es si los gobernantes se apropian de su papel de dirigentes únicos subestimando la acción permanente del pueblo.
El movimiento 15-M nos está exigiendo una apertura cerebral que haga de la democracia, no un monopolio gubernamental que “otorga” derechos a la ciudadanía, sino que escucha continuamente la iniciativa de un pueblo vivo, la asume porque es quien realmente traza el futuro y orienta activamente a los gobiernos el recorrido histórico que debe transitar. Los gobiernos reciben el poder del pueblo, único depositario de su destino, de su quehacer en la vida, de su realización como entidad en el mundo.
Nos alegra que todos los pueblos sometidos se sacudan el yugo de dictaduras crueles. Pero no debemos transmitirle nuestra raquítica visión de la democracia, porque no dejará de ser otro tipo de dictadura más elegante, adornada con urnas de caoba y cristal de svaroschi, soportando un peso envuelto en celofán para regalo.
1 comentario:
Rafael, opino que usted, como “cocinero de la actualidad”, no inventa nada, simplemente, recolecta lo que hay en las Lonjas del Mundo. El plato, en la cocina de su mente, lo elabora con arte para ser servido, pero el menú es ese.
Yo tampoco invento nada yo, me lo trago y, por la pesadez del asunto, con malestar al digerirlo.
Pero dándole las gracias, por hacerme sentir la necesidad de volver a saludarle y pasar de largo de “Sálvame” y de “Intereconomía”.
Adiós amigo, un abrazo.
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