Los diagnósticos de la Jerarquía sobre la sociedad actual española y sobre la mundial radiografiada por el Papa coinciden: está enferma, carente de valores, acomodada en el relativismo, sacrílegamente secularizada, obsesionada por la lucha contra el dolor y en consecuencia por el bienestar humano. Todos estos elementos unidos y fusionados llevan a construir al hombre como valor supremo y por tanto al destierro de un dios sólo compatible con la cruz y el sufrimiento como medios para alcanzar no se sabe qué inaccesible plenitud.
Mons. Martínez Camino, que hizo del episcopado una meta por fin alcanzada, se siente ahora, incluso más que antes, necesitado de dispensar anatemas a diestro y siniestro. Desde su mitrada autoridad prohibe a los periodistas realizar preguntas, y no admite por supuesto discusión alguna. Faltaría más que un simple licenciado en ciencias de la información le impugnara una tesis a su báculo recién estrenado con lo que le ha costado colgarse el pectoral y el anillo episcopal. Y con la soberbia de quien se siente instalado en la docencia sin necesidad alguna de discencia, camina demonizando a cuantos disienten de la verdad única, monopolio de una Iglesia fuera de la cual no hay salvación.
De la nueva regulación de la ley del aborto se trata. Un tema para tocar con manos desinfectadas, con el cariño de quien toca un flor y con la infinita delicadeza de quien se refiere a la mujer como sujeto de derechos frágiles y temblorosos, pero derechos inalienables. Tal vez porque a derechos de la mujer se refiere, el obispo Martínez Camino irrumpe con más fuerza, porque en el fondo de su apostólico machismo, no corresponde a la mujer ni ese ni ningún otro derecho.
El acto sexual es una cuestión de tres: mujer-hombre-Dios. Sí. Dios está presente haciendo que la relación amorosa se convierta en vida humana. Por tanto toda destrucción de su fruto –cuando se da- conlleva una expulsión pecaminosa de Dios. Y cuando la fecundación no termina en vida, se debe a una actuación arbitraria de la “naturaleza”. Dios y naturaleza -qué triste jibarización del-Dios-amor- son una misma cosa. En esta confusión Dios-naturaleza reside la embestida episcopal. El placer es un cebo que consigue que la humanidad no se extinga. Pero el placer-sexual-por-el-placer-sexual es más perverso aún que la contemplación de la hermosura.
“La despenalización del aborto o una ley de plazos es contraria a derecho” argumenta sin más razonamiento el Obispo. Un Estado de derecho –hay que recordárselo a Martínez Camino- se concreta en la legislación explicitada por los representantes elegidos democráticamente y no es la expresión de la voluntad de Dios sino de la voluntad de un pueblo, como ha recordado Alvaro Cuesta. La identificación Dios-Estado sólo se da en las “dictaduras cristianas” como la franquista, donde la bota militar imponía los derechos y obligaciones que tenían el visto bueno de una Jerarquía arrodillada ante un gobierno terrorista. En esas situaciones de opresión sí que la Iglesia daba licencia para matar y ayudaba a morir a las víctimas con la bendición de Su Santidad.
Con una mentalidad continuista a la que tuvo vigencia durante el franquismo, el Obispo Martínez advierte que los políticos que apoyen la nueva legislación serán castigados (la jerarquía siempre está dispuesta a castigar) con la excomunión.
Hay que cuidad la conciencia. Todas las dictaduras están dispuestas a violarla en nombre de dioses debidamente amansados.
Mons. Martínez Camino, que hizo del episcopado una meta por fin alcanzada, se siente ahora, incluso más que antes, necesitado de dispensar anatemas a diestro y siniestro. Desde su mitrada autoridad prohibe a los periodistas realizar preguntas, y no admite por supuesto discusión alguna. Faltaría más que un simple licenciado en ciencias de la información le impugnara una tesis a su báculo recién estrenado con lo que le ha costado colgarse el pectoral y el anillo episcopal. Y con la soberbia de quien se siente instalado en la docencia sin necesidad alguna de discencia, camina demonizando a cuantos disienten de la verdad única, monopolio de una Iglesia fuera de la cual no hay salvación.
De la nueva regulación de la ley del aborto se trata. Un tema para tocar con manos desinfectadas, con el cariño de quien toca un flor y con la infinita delicadeza de quien se refiere a la mujer como sujeto de derechos frágiles y temblorosos, pero derechos inalienables. Tal vez porque a derechos de la mujer se refiere, el obispo Martínez Camino irrumpe con más fuerza, porque en el fondo de su apostólico machismo, no corresponde a la mujer ni ese ni ningún otro derecho.
El acto sexual es una cuestión de tres: mujer-hombre-Dios. Sí. Dios está presente haciendo que la relación amorosa se convierta en vida humana. Por tanto toda destrucción de su fruto –cuando se da- conlleva una expulsión pecaminosa de Dios. Y cuando la fecundación no termina en vida, se debe a una actuación arbitraria de la “naturaleza”. Dios y naturaleza -qué triste jibarización del-Dios-amor- son una misma cosa. En esta confusión Dios-naturaleza reside la embestida episcopal. El placer es un cebo que consigue que la humanidad no se extinga. Pero el placer-sexual-por-el-placer-sexual es más perverso aún que la contemplación de la hermosura.
“La despenalización del aborto o una ley de plazos es contraria a derecho” argumenta sin más razonamiento el Obispo. Un Estado de derecho –hay que recordárselo a Martínez Camino- se concreta en la legislación explicitada por los representantes elegidos democráticamente y no es la expresión de la voluntad de Dios sino de la voluntad de un pueblo, como ha recordado Alvaro Cuesta. La identificación Dios-Estado sólo se da en las “dictaduras cristianas” como la franquista, donde la bota militar imponía los derechos y obligaciones que tenían el visto bueno de una Jerarquía arrodillada ante un gobierno terrorista. En esas situaciones de opresión sí que la Iglesia daba licencia para matar y ayudaba a morir a las víctimas con la bendición de Su Santidad.
Con una mentalidad continuista a la que tuvo vigencia durante el franquismo, el Obispo Martínez advierte que los políticos que apoyen la nueva legislación serán castigados (la jerarquía siempre está dispuesta a castigar) con la excomunión.
Hay que cuidad la conciencia. Todas las dictaduras están dispuestas a violarla en nombre de dioses debidamente amansados.
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