En las urnas se decide la voluntad democrática de los pueblos. Pero a ningún elegido se le entrega un cheque en blanco para que actúe de acuerdo a su antojo y menos aún para erigirse un trono que lo perpetúe en la gloria ante el mundo. El pueblo siempre mantiene su poder de control, con la potestad de ejercerlo sin esperar a la siguiente fecha electoral. Si llegado el momento de nuevas elecciones es revocada su decisión a favor de un nuevo partido o candidato, ¿queda aquél automáticamente absuelto de los errores cometidos? ¿Son las urnas una redención plena y absoluta? ¿Purifican automáticamente al político sustituido? ¿Le exoneran de toda culpa?
Surgen estas interrogantes a propósito de ciertos documentos recientemente publicados y que incriminan a los firmantes en delitos de ilegalidad absoluta, de torturas, de violación de los derechos humanos más elementales. No sólo Bush es responsable de la creación de Guantánamo, sino que lo son también todos aquellos que prestaron su ayuda, de espaldas a la legislación vigente y a la voluntad popular, para que se creara ese inhumano campo de exterminio y se mantenga hasta estas fechas.
Todo se decidió en el sacrosanto nombre del antiterrorismo. Si los terroristas matan responderemos matando, si secuestran, secuestraremos. Todos identificados, igualándonos en el derramamiento de sangre, en la vulneración de la legalidad y tratando siempre de superarlos con guerras preventivas, con engaños podridos por intereses bastardos. Respondimos al terrorismo con igual terrorismo.
El pueblo español tiene derecho a exigir responsabilidades a quien en su nombre y en virtud del poder otorgado por el voto libre y soberano, se enfangó hasta las cejas con la sangre brotada de un antiterrorismo conscientemente falseado en su base y en esa ignominia que todos soportamos y que se llama Guantánamo. Rajoy se atrinchera en el futuro. Pero el exterminio está en su pasado. Los miles de muertos iraquíes son presente. Y resuenan en el Congreso de los diputados los aplausos del Partido Popular a un Presidente encumbrado al cielo de sí mismo. Y ciertos tertulianos radiofónicos y televisivos defienden el castigo de las urnas como liberación total de pasados errores. No se puede mirar de frente al futuro, Sr. Rajoy, si no tenemos valentía suficiente para asumir el pasado. No basta, Sr. Aznar, con retirarse farisaicamente de la política, ni argumentar, como ha hecho recientemente el ex ministro Piqué, que no se arrepiente de las decisiones políticas del gobierno al que perteneció. La historia siente la náusea por la existencia de Hitler, de Mussolini. España experimenta el vómito por el terrorismo franquista, por la complicidad de una Iglesia de palios sombreados. Y hoy sentimos el asco hacia un Presidente violador de derechos humanos, constructor de Guantánamo, artífice de calumnias que desembocaron en una guerra que alumbra muertos diariamente.
¿Está todo redimido por las urnas? Rotundamente NO. Los chasquidos de la muerte producen ecos eternos.
Surgen estas interrogantes a propósito de ciertos documentos recientemente publicados y que incriminan a los firmantes en delitos de ilegalidad absoluta, de torturas, de violación de los derechos humanos más elementales. No sólo Bush es responsable de la creación de Guantánamo, sino que lo son también todos aquellos que prestaron su ayuda, de espaldas a la legislación vigente y a la voluntad popular, para que se creara ese inhumano campo de exterminio y se mantenga hasta estas fechas.
Todo se decidió en el sacrosanto nombre del antiterrorismo. Si los terroristas matan responderemos matando, si secuestran, secuestraremos. Todos identificados, igualándonos en el derramamiento de sangre, en la vulneración de la legalidad y tratando siempre de superarlos con guerras preventivas, con engaños podridos por intereses bastardos. Respondimos al terrorismo con igual terrorismo.
El pueblo español tiene derecho a exigir responsabilidades a quien en su nombre y en virtud del poder otorgado por el voto libre y soberano, se enfangó hasta las cejas con la sangre brotada de un antiterrorismo conscientemente falseado en su base y en esa ignominia que todos soportamos y que se llama Guantánamo. Rajoy se atrinchera en el futuro. Pero el exterminio está en su pasado. Los miles de muertos iraquíes son presente. Y resuenan en el Congreso de los diputados los aplausos del Partido Popular a un Presidente encumbrado al cielo de sí mismo. Y ciertos tertulianos radiofónicos y televisivos defienden el castigo de las urnas como liberación total de pasados errores. No se puede mirar de frente al futuro, Sr. Rajoy, si no tenemos valentía suficiente para asumir el pasado. No basta, Sr. Aznar, con retirarse farisaicamente de la política, ni argumentar, como ha hecho recientemente el ex ministro Piqué, que no se arrepiente de las decisiones políticas del gobierno al que perteneció. La historia siente la náusea por la existencia de Hitler, de Mussolini. España experimenta el vómito por el terrorismo franquista, por la complicidad de una Iglesia de palios sombreados. Y hoy sentimos el asco hacia un Presidente violador de derechos humanos, constructor de Guantánamo, artífice de calumnias que desembocaron en una guerra que alumbra muertos diariamente.
¿Está todo redimido por las urnas? Rotundamente NO. Los chasquidos de la muerte producen ecos eternos.
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