La palabra es un vehículo de entrega al otro. Nos ex-pone, es decir, nos coloca fuera para que podamos ser contemplados en nuestra mismidad, y como tal, ser acogidos, no desde nuestra apariencia, sino de los que somos ser adentro. Misterio sostenido entre las manos para que otras manos lo acojan. Aceptar al otro como misterio es la plenitud de amor.
Las dictaduras se adueñan ante todo de la palabra como derecho humano inalienable. Hay que prohibir el trasvase amoroso de lo humano a lo humano. Hay que derrumbar los puentes que unen. Sin la palabra como derecho, el ser humano queda aislado, incomunicado, cerrado sobre sí mismo. Y es entonces cuando la tiranía puede ejercer su dominio criminal. Todo debe ser vivido como prisión incomunicada. El hombre sin palabra deja de serlo y el dictador, en su delirio, ejerce en realidad su dominio sobre la nada. Muchos hemos vivido con la palabra arrinconada en los sótanos oscuros del silencio.
La democracia nos devolvió la palabra como hija primera de la libertad. La palabra como derecho. Pero esta recuperación debe constituirse en una tarea, en un quehacer constante porque siempre está perseguida, amenazada. También los demócratas, o los situados en suburbios democráticos, se empeñan en sitiarla. No interesa en realidad su pura existencia. Compromete, exige y constriñe a quien quiere falsearla. Cuando la palabra se preña de mentira, se traiciona quien la pronuncia y traiciona a quien la escucha. Quien la usa en política como arma de destrucción masiva merece una invasión y un desprecio preventivo. No se puede admitir la prevaricación de la palabra sin el destierro de la historia.
Esperanza Aguirre, Arenas, Cospedal, Regina Otaola aseguran que el Gobierno no está interesado en la derrota del terrorismo y que se está sucumbiendo a una negociación oculta. Saben que mienten, pero lo predican. Alcaraz añora su lugar en la cabecera de una manifestación y llama a una rebelión cívica. Miente desde su miniatura política pero pretende existir en la corrupción de su propia palabra. Federico Trillo asegura que el Gobierno quiere disolver el hecho religioso en España. Miente mientras se esfuerza en construir el imperio pseudo cristiano del Opus. Mienten Rouco y Cañizares y Martínez Camino cuando denuncian que se está destruyendo la familia por el simple hecho de reconocer que el amor es una aspiración vertebral de todo ser humano. Miente el Foro de la Familia cuando exige que se retire la campaña del uso del preservativo porque conlleva la promiscuidad de los adolescentes.
Quien quiera dedicarse a la política debe comprometerse con la veracidad, la honradez y la transparencia de su palabra. Quien quiera denominarse cristiano, también. No entendamos la corrupción como referencia exclusiva a lo crematístico. Es mucho más destructiva la corrupción de la palabra.
Luchamos durante la dictadura por la palabra como derecho. Tendremos que seguir luchando en democracia por el derecho de la palabra.
Las dictaduras se adueñan ante todo de la palabra como derecho humano inalienable. Hay que prohibir el trasvase amoroso de lo humano a lo humano. Hay que derrumbar los puentes que unen. Sin la palabra como derecho, el ser humano queda aislado, incomunicado, cerrado sobre sí mismo. Y es entonces cuando la tiranía puede ejercer su dominio criminal. Todo debe ser vivido como prisión incomunicada. El hombre sin palabra deja de serlo y el dictador, en su delirio, ejerce en realidad su dominio sobre la nada. Muchos hemos vivido con la palabra arrinconada en los sótanos oscuros del silencio.
La democracia nos devolvió la palabra como hija primera de la libertad. La palabra como derecho. Pero esta recuperación debe constituirse en una tarea, en un quehacer constante porque siempre está perseguida, amenazada. También los demócratas, o los situados en suburbios democráticos, se empeñan en sitiarla. No interesa en realidad su pura existencia. Compromete, exige y constriñe a quien quiere falsearla. Cuando la palabra se preña de mentira, se traiciona quien la pronuncia y traiciona a quien la escucha. Quien la usa en política como arma de destrucción masiva merece una invasión y un desprecio preventivo. No se puede admitir la prevaricación de la palabra sin el destierro de la historia.
Esperanza Aguirre, Arenas, Cospedal, Regina Otaola aseguran que el Gobierno no está interesado en la derrota del terrorismo y que se está sucumbiendo a una negociación oculta. Saben que mienten, pero lo predican. Alcaraz añora su lugar en la cabecera de una manifestación y llama a una rebelión cívica. Miente desde su miniatura política pero pretende existir en la corrupción de su propia palabra. Federico Trillo asegura que el Gobierno quiere disolver el hecho religioso en España. Miente mientras se esfuerza en construir el imperio pseudo cristiano del Opus. Mienten Rouco y Cañizares y Martínez Camino cuando denuncian que se está destruyendo la familia por el simple hecho de reconocer que el amor es una aspiración vertebral de todo ser humano. Miente el Foro de la Familia cuando exige que se retire la campaña del uso del preservativo porque conlleva la promiscuidad de los adolescentes.
Quien quiera dedicarse a la política debe comprometerse con la veracidad, la honradez y la transparencia de su palabra. Quien quiera denominarse cristiano, también. No entendamos la corrupción como referencia exclusiva a lo crematístico. Es mucho más destructiva la corrupción de la palabra.
Luchamos durante la dictadura por la palabra como derecho. Tendremos que seguir luchando en democracia por el derecho de la palabra.
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