El magistrado juez de familia de Murcia Fernando Ferrín Calamita ha sido condenado por el Tribunal Superior de Justicia de Murcia a la pena de dos años, tres meses y un día de inhabilitación para empleo o cargo público por retrasar de “forma maliciosa” la adopción de una menor que había sido solicitada por la compañera sentimental de la madre biológica. La condena aprecia el agravante de desprecio a la orientación sexual de la adoptante e incluye una indemnización de 6.000 euros.
El juez revistió su conciencia de toga cristiana, ahondó en sus convicciones y actuó de acuerdo a unos principios inspirados en las enseñanzas de la Jerarquía católica (no confundir con enseñanzas evangélicas). No tenía por qué obedecer a la ley de un gobierno legítimo y ratificada por un parlamento representante de la soberanía popular. Le bastaba con una legislación de incienso, bendecida por un cristo corto de miras, enemigo del amor cuando el amor se ejerce sin fronteras.
Y este mártir, caído por el Dios antilaicista, por la España de Pelayo, de Isabel y Fernando, del reconquistador Franco, de san Rouco-Cañizares, sufrió la violación de su fuero virginal. Aguantó erecto los empujones contra una cristofobia pecadora, clavada en su carne, pero en el fondo empotrada contra cruces oscuras de cristos-machos. Se contempló entre olivareros altivos en paro, albañiles de mortadela a las once en paro, montadores de carrocerías en paro. Hipotecas impagadas, desahucios amenazantes, embargos inminentes, navidades de pan con aceite, hijos sin magia de reyes. Dos años, tres meses y un día. El paro dando cabezadas de mulo obstinado, rompiéndole costillas a la vida, amargando el cigarro de los lunes al sol.
Pero él era distinto. Dios ejercía como pastor y nada le podía faltar. Dios lo encerraba todo para él: su apoyo, su fortaleza, su sentido vital. Y desde ahora sería su DIOS-INEM. “El seguramente le tenía preparado un destino mejor” Antigüedad, nóminas, cotizaciones. Lo envolvió todo en la sentencia persecutoria y se lo entregó al Dios-Instituto-nacional-de-empleo. Le correspondían las prestaciones otorgadas por gobiernos laicos, por constituciones aconfesionales, por gobernantes perseguidores de conciencias fuertes, por directrices destructoras de actitudes cristianas, por leyes sociales que protegen a los que se quedan sin trabajo y a los que se aman por el simple derecho de amarse.
A lo mejor se dedicaba a la política. Y acababa con el amor lésbico, devolviendo a la mujer a su puesto casero-compañera-servil-del-macho. Y regeneraba el amor testiculovaginal, reproductor sin más de niños blancos y rubios como ángeles de purísima concepción.
Olivareros, albañiles, montadores. Pobres porque para pobres nacieron. Aguantando lunes al sol y viernes fríos a la sombra del hambre. El, juez perseguido por cristiano, de vuelta del DIOS-INEM, haciendo patria-corazón-santo, por el imperio hacia Dios. Le engrandecía la diferencia.
El juez revistió su conciencia de toga cristiana, ahondó en sus convicciones y actuó de acuerdo a unos principios inspirados en las enseñanzas de la Jerarquía católica (no confundir con enseñanzas evangélicas). No tenía por qué obedecer a la ley de un gobierno legítimo y ratificada por un parlamento representante de la soberanía popular. Le bastaba con una legislación de incienso, bendecida por un cristo corto de miras, enemigo del amor cuando el amor se ejerce sin fronteras.
Y este mártir, caído por el Dios antilaicista, por la España de Pelayo, de Isabel y Fernando, del reconquistador Franco, de san Rouco-Cañizares, sufrió la violación de su fuero virginal. Aguantó erecto los empujones contra una cristofobia pecadora, clavada en su carne, pero en el fondo empotrada contra cruces oscuras de cristos-machos. Se contempló entre olivareros altivos en paro, albañiles de mortadela a las once en paro, montadores de carrocerías en paro. Hipotecas impagadas, desahucios amenazantes, embargos inminentes, navidades de pan con aceite, hijos sin magia de reyes. Dos años, tres meses y un día. El paro dando cabezadas de mulo obstinado, rompiéndole costillas a la vida, amargando el cigarro de los lunes al sol.
Pero él era distinto. Dios ejercía como pastor y nada le podía faltar. Dios lo encerraba todo para él: su apoyo, su fortaleza, su sentido vital. Y desde ahora sería su DIOS-INEM. “El seguramente le tenía preparado un destino mejor” Antigüedad, nóminas, cotizaciones. Lo envolvió todo en la sentencia persecutoria y se lo entregó al Dios-Instituto-nacional-de-empleo. Le correspondían las prestaciones otorgadas por gobiernos laicos, por constituciones aconfesionales, por gobernantes perseguidores de conciencias fuertes, por directrices destructoras de actitudes cristianas, por leyes sociales que protegen a los que se quedan sin trabajo y a los que se aman por el simple derecho de amarse.
A lo mejor se dedicaba a la política. Y acababa con el amor lésbico, devolviendo a la mujer a su puesto casero-compañera-servil-del-macho. Y regeneraba el amor testiculovaginal, reproductor sin más de niños blancos y rubios como ángeles de purísima concepción.
Olivareros, albañiles, montadores. Pobres porque para pobres nacieron. Aguantando lunes al sol y viernes fríos a la sombra del hambre. El, juez perseguido por cristiano, de vuelta del DIOS-INEM, haciendo patria-corazón-santo, por el imperio hacia Dios. Le engrandecía la diferencia.
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