sábado, 15 de agosto de 2015

LA MUJER, UNA PREOCUPACION DE ESTADO


Es frecuente que las democracias circunscriban sus preocupaciones a un temario estrecho y dejen de lado temas que deberían requerir su atención si la jerarquía de valores se impusiera a obsesiones que no deberían primar en ningún caso. La legislatura última de Zapatero priorizó el valor-mujer, aunque perdió ocasiones importantes en temas económicos y de destrucción de empleo. La legislatura del Partido Popular destruyó lo que a la visión de la mujer se refería, se burló hasta la saciedad de la postura de Bibiana Aido (no en vano era mujer) y redujo su llanto por las mujeres asesinadas a lamentaciones y gestos farisaicos.

A Mariano Rajoy le obsesiona la economía. Todas sus intervenciones van dirigidas a engrosar su pecho de pavo real y proclamar, como Aznar, que él es el milagro que ha salvado al país de una perversa herencia recibida, plantándole cara a Europa y remontando la crisis (nadie le llama estafa) en la que nos dejó el gobierno socialista. Se ha enfrentado a Merkel, a la troyka, al BCE y a base de destruir derechos, ha levantado la economía que es lo único que por lo visto interesa a los españoles. Y cuando digo los españoles lo hago en género masculino y en plural porque la vida de los machos de la manada hay que protegerla, mientras parece ser que la vida de las mujeres queda fuera de los horizontes que debe perseguir nuestra democracia.

El dinero va por delante de la sangre. Se habla de logros económicos mientras las mujeres mueren por la obsesión posesiva de los machos. Más aún, entre las preocupaciones que ocupan un lugar en las preferencias de este país figura la economía, el empleo-paro, pero no figura en los primeros lugares la vida de nuestras compañeras. Hubo un tiempo en que el terrorismo de una banda criminal nos ponía el alma en vilo. Cada mañana que amanecía sin una víctima era como un sedante para el resto del día. Hoy “lamentamos” el crimen contra la mujer y lo arreglamos con tres minutos de silencio. También son significativos estos silencio que suplen la indignación que exhibíamos frente a los atentados terroristas.

Más allá de proclamas vacías, el crimen contra la mujer no llega a ostentar una categoría de tema de estado. Y eso significa que, pese a llantos puntuales, minutos de silencio y hasta sugerencias de funerales de estado, la mujer ocupa sólo la periferia de lo político y de la ciudadanía en general. Como ciudadanos tenemos un sentimiento de venganza, no de prevención, de exigencia de valorar lo que la mujer es en sí misma. Incluso somos fáciles en legislar contra ellas, en privarlas de derechos sobre su cuerpo, sobre su sexo, sobre su maternidad (se acuerdan de un tal Gallardón?). Pero no las priorizamos reconociendo que nos exigen sus derechos de madurez absoluta y urgiendo a que esos derechos sean respetados en toda su amplitud.

WERT, ese glorioso embajador en la OCDE, promulgó una ley de educación que separa niños y niñas en los colegios con el consiguiente déficit de convivencia, impone una visión corta de miras frente a las compañeras y somete la educación a una moral religiosa, no sólo desfasada, sino enemiga de la mujer hasta el punto de considerarla causa de la hecatombe de la humanidad. Se regresa a momentos en los que la mujer es la servidora del hombre, sometida a sus exigencias sexuales y esclava de la blancura de perlán. Y mientras la mujer sea así considerada nos dolerá su destrucción como nos duele la rotura de un cuadro valioso. Pero nada más.

La educación es la floración de unos valores residentes en el educando. Familia, escuela y sociedad tienen que sacar de los adentros ese valor supremo que va más allá de la atracción física hacia la mujer. Hay que enseñar a venerar ese misterio que es ella para colocarlo en la primacía de lo adorable. Laboralmente no podemos condenarla a una inferioridad salarial. Ni podemos reducirla al papel de servidora del jefe y menos a considerarla como un objeto de las apetencias sexuales de quien manda. Los chavales masculinos no son la medida de la falda, de las amistades, de las comunicaciones. Ni son los inspectores de sus aficiones y relaciones. Ni ellas deben permitir la intromisión de sus compañeros-novios en su forma de estar y de ser en la sociedad. Nadie es donante de su independencia como persona. Mientras en la sociedad, en el hogar y en la escuela no se realcen estos valores, seguirá imperando un machismo asesino.

Pero esto requiere que los gobiernos hagan del tema femenino una cuestión de estado. Ellas no son algo menor que la economía, que el empleo, que el déficit. Lo humano debe ser el valor supremo para los humanos.


Yo necesito creer que algún día dejaremos de ser machos y evolucionemos a la categoría de hombres.

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