EL MERCADILLO
Van por los pueblos. El lunes en…el martes en…el
miércoles en…Y así gira ese mundo que me resulta extraño. Hombres y mujeres que
se visten de humor cada mañana, cargan la furgoneta de ilusiones y montan su
tenderete. Despliegan su voz de sopranos y barítonos y regalan tres bragas por
el precio de una, dos kilos de naranjas valencianas por el precio de medio, y
dos pares de zapatos estilo Leticia-reina por apenas tres euros cincuenta. Y
ellos entonan piropos al relieve de unos pechos que pasan delante y ellas te
llaman guapo como si fueras un gran poder sevillano. Toca los lunes, los
martes, los miércoles.
Cada cuatro años los políticos guardan la maquinilla
de afeitar, tres bóxer y el desodorante que no te abandona. Algunos hasta
llevan labios de repuesto porque besan a todo el que les brinde su rostro. Los
paisanos abrazan fuerte y ellas admiran y algunas hasta sueñan orgasmos
políticos. Y los niños en alto como si el líder fuera en la carroza de la
Blanca Paloma, como si rozándolos los inscribieran como ministros en el Boletín
Oficial del Estado.
Cada cuatro años los políticos montan y desmontan su
mercadillo. Llevan sus furgonetas cargadas de promesas. No importa la
posibilidad de cumplirlas, no hay que preocuparse de lo que se prometió. Cargan
también las del sótano, aquellas de hace tiempo, las que se arrinconaron. Ahora
se las envuelve en la hipocresía de la
crisis y pueden servir. Pensiones, dependencia, becas, vivienda. Se duermen
cada noche con la Constitución sobre la cara y al día siguiente la invocan como
las sagradas escrituras de la democracia. Todos los que llegan al poder llevan
la Constitución en un armón de caballos jerezanos. Más que una entronización de
derechos parece el cortejo fúnebre y solemne de un enterramiento. Pero de
momento se puede usar. Un beso a un bebé,
una alusión a una mandamiento constitucional y es un voto seguro. Tres
promesas al precio de una. Como las bragas del mercadillo, como los slips del
mercadillo, como las naranjas del mercadillo.
Padecimos una herencia envenenada. Mal las
exportaciones, mal el paro, mal los derechos homosexuales, mal las mujeres que
incluso llegaron a creerse dueñas de sus cuerpos, de su vientre, de su sexo.
Mal los viejos que se llamaban tercera edad porque les habían subido
sustanciosamente sus pensiones, pero que debían recobrar su conciencia de
simples viejos, que incluso son el problema del crecimiento negativo, un
estorbo para la Gerente del F.M.I. Mal los trabajadores que tenían derechos de
horario, de sindicación, de reunión, de huelga. Y tuvimos que abrir mercados y
exportar camareros, y engañar las lista de parados para que se viera que
habíamos creado empleo, y a las mujeres les recomendamos que para ser mujeres
de verdad deben ser madres, y planchar las camisas, y limpiar los zapatos y
abrir las piernas porque nuestros machos, que diría Queipo de Llano, deben
tener la oportunidad de demostrar que son machos-machos, y que los jubilados
son realmente viejos improductivos.
Y cada día montan el tenderete. Y venden promesas a
bajo precio. No mirar tanto al pasado, sino al porvenir (no confundir con futuro). Y repetir que se
han hecho leyes contra la corrupción. Leyes fuertes que no permitirán al
presidente animar a los Bárcenas, recomendar que sean fuertes, prometerles que
se hará todo lo que se pueda, que se romperán los discos duros de los
ordenadores pero será sólo para reciclarlos y en modo alguno para ocultarlos a
la justicia, y que María Dolores ya no hará nada en diferido, sino al contado y
que los plasmas tendrán mayores dimensiones para que todos los vean, y que la
ley mordaza se llamará ley de sellados labiales que queda más fino.
Y no olvidemos
a Venezuela. Los españoles tenemos papel perfumado porque el estado de
bienestar que se ha aumentado exige una higiene olorosa. En Venezuela tienen
piedras y Marhuenda dice que es mucho más incómoda la piedra que el papel de
periódico de La Razón. Inda por fin nos ha convencido que Monedero es el
Bárcenas de partidos radicales, chavistas, amigos de ETA según confirma
Esperanza que es un lince en cuanto te mira a los ojos y sabe distinguir un
talento de un granados.
Y detrás va el coche escoba para recoger los vómitos
que a muchos les produce la corrupción. Cuánta indignación, “flipación”
repugnancia, rechazo. Ciertos estómagos no aguantan. Y eso que se han tomado un
olvido, un desconocimiento, un no-saber quién era Luis, Francisco, Gerardo,
Rodrigo…
Hoy nos toca mercadillo. A ver si me llega el sueldo y
nos compramos bragas, slips y papel sin perfumar que siempre será mejor que la
piedra de Venezuela.
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