martes, 8 de abril de 2014

DICOTOMIA


Derecha. Izquierda. Meras indicaciones topográficas para el cartero de turno, para la visita de un sábado por la tarde, para el pizero de un apuro gastronómico. Por lo demás, casi todo igual. Idéntico mármol. Igual alicatado. Puertas estándar. Vivimos en la uniformidad. Lo que no significa, ni mucho menos, vivir en la igualdad. Nos acostumbraron en el colegio de pago. Pantalón gris y camisola blanca lacoste. Falda cruzada con alfiler dorado, ancha para preservar las formas hermosas de los diez y siete años.  Y a los treinta, traje Emidio Tucci y vaqueros ellas con relieve de nalgas diseñadas de primavera. Uniformados vamos.

¿Se ha uniformado la política?  Desde que la economía se ha colocado en la cumbre, las políticas han reducido su tamaño, se han jibarizado hasta el punto de que la preocupación única es el déficit, la prima de riesgo, la deuda, la redención bancaria. Y para desenvolverse con soltura en esas coordenadas, los políticos sacrifican la res-publica. La sanidad, la educación, las pensiones, el estado de bienestar son factores que viven subordinados al dinero. Son migajas aprovechadas una vez que se ha saciado el insaciable estómago de la economía. Y esa entrega a la economía distorsiona la realidad humana hasta el punto de que el 20% de la humanidad posee el 80% de la riqueza, mientras que el 80% sólo dispone del 20%  Y entonces se instaura el hambre, la carencia de vacunas indispensables, la escasez de agua, de educación, de sanidad incluso primaria.

Pablo VI se presentó ante la Asamblea de Naciones Unidas como “experto en humanidad” No sé si dejó claro  que eso debería ser la Iglesia cristiana. Pero hoy se me antoja que sería un slogan digno de la izquierda, sin confundir a ésta con raíces  cristianas. La democracia cristiana fue una experiencia fallida. Pero la izquierda debería ser experta en humanidad. Sólo así el becerro de oro humillaría ante la figura realmente central de la vida: el ser humano. Este es el giro copernicano que debe ofrecer la izquierda política española y consolidarla en una praxis real y eficiente. La derecha (farisaicamente seguidora de las enseñanzas de la Jerarquía católica) ya se encarga de poner la economía como eje de su quehacer político. Y de ahí se derivan, no los recortes disfrazados de reformas, sino el cambio ideológico que sustentan sus decisiones. Las privatizaciones, la mordaza a la libertad, las amenazas contra la libertad de manifestación, de huelga, el desprecio por una inmigración a la que se le colocan cuchillas para desgarrar la carne negra del hambre, la vejez despreciada por improductiva, el sometimiento esclavo del mundo del trabajador, la crueldad impuesta a los dependientes, etc. son cambios ideológicos que llevan a la sociedad a una desjerarquización de los valores que ante todo debe defender y encarnar la izquierda.

La izquierda no debe buscar el bienestar sin más. Debe ponerlo en pie porque es la dignidad del ser humano la que exige vivir con sus necesidades cubiertas y sin que corran peligro cuando los bancos tienen necesidades que se han fraguado cuidadosamente para que nos  sometamos a sus exigencias. No puede la izquierda consentir, y menos ser cómplice, de un holocausto donde los más débiles son aplastados para que sobre sus espaldas se levante la riqueza y el bienestar de unos pocos.

El ciudadano no puede ser sacrificado en aras de la acumulación de riqueza por parte de una minoría privilegiada. Los artículos de lujo han gozado de una enorme subida de consumo en esta época de crisis. Lo cual significa que sobre el hambre de niños, sobre el paro de millones, sobre la disminución adquisitiva de las pensiones, sobre la enfermedad, sobre la dependencia, sobre la educación, se ejerce una merma para que otros, unos pocos, la disfruten.

Ahí están los valores de la izquierda. Su urgente compromiso con la sociedad. No es tanto cuestión de líderes. Es más bien cuestión de visión humana y humanizante.


La izquierda debe tener un centro de gravedad en torno al cual debe  girar toda su tarea histórica: el ser humano.

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