martes, 18 de marzo de 2014

Estabas desnuda. Boca arriba. Los ojos llenos de sombras. Tus pechos como torres. Como un mar tu vientre. Jardín tu sexo. Rosa negra tu sexo. Luna menguante tu sexo. Desnuda. Boca arriba. Como tú me pediste. Cuando muera –me decías- quiero estar desnuda. Que me veléis desnuda. Que me enterréis desnuda para que me ame el sol, para que la luna me penetre y se vistan de estrellas mis entrañas.
Miré tu desnudez. No era la misma de otras noches. No era un  grito tu cuerpo, un gemido tu cuerpo, un ritmo tu cuerpo. Eras un río, una espuma, una esquina de piel.
Y empecé a morirme poco a poco, un poco más a prisa, desbocado en el último momento como cuando el orgasmo, como cuando la plenitud, como cuando nos rendíamos a la alegría infinita de habernos amado.

Empecé a morirme porque en el fondo sólo he existido para amarte.

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