Los dictadores siempre apelan al bien del pueblo para justificar su implantación, su permanencia en el poder y el expolio de los derechos más fundamentales y humanos. Por eso las dictaduras se sitúan fuera de la política, porque arrancan el poder de las manos del pueblo que debe ejercerlo convirtiendo en súbditos a los ciudadanos. Están pues viciadas en su propio nacimiento y su duración significa la antipolítica por antonomasia. Es imposible dignificar la tiranía.
La democracia por el contrario se sitúa dentro del campo específicamente político. Cada ciudadano ejerce el derecho irrenunciable a construirla día a día y acepta sobre sus espaldas el peso de su dignidad. Cada uno es responsable de su fortalecimiento, de su blancura, de su transparencia. La democracia es el resultado de la postura vital de cada ciudadano.
Carlos Fabra, un hombre digno y honorable en palabras de Mariano Rajoy, se ha permitido afirmar que a los votantes no les preocupa ni les importa si Camps y él mismo son inocentes o culpables de ciertos hechos. Que ambos siguen teniendo indefectiblemente el voto favorable de sus electores. ¿Qué concepto tiene Fabra de la democracia? ¿Responde a alguna escala de valores? ¿Hasta tal punto desprecia la dignidad de los ciudadanos?
Con ocasión del Caso Gürtel, todos hemos sido testigos de las adhesiones inquebrantables hacia ciertos mandatarios posiblemente inmersos en la corrupción. Sin prejuzgar la inocencia de los imputados, hemos visto a Rajoy proclamando, no sólo su respeto por el posible éxito judicial del Presidente valenciano, de Fabra o del tesorero de su partido, sino que hemos contemplado su implicación política y hasta vital junto a ellos. Hasta tal punto llega este apoyo que si los tribunales encuentran culpables de algún delito a uno o a otro, es el propio Presidente del PP. el democráticamente corresponsable y condenable políticamente en consecuencia.
La última encuesta del CIS deja patente el crecimiento mínimo, pero crecimiento al fin y al cabo, del PP. pese a estar pasando por el momento más oscuro de su historia. No cabe duda que la explosión de la burbuja inmobiliaria, el creciente número de parados, la crisis económica que aplasta a familias enteras hace crujir los sótanos del gobierno socialista. Pero debería ser más soportable el sufrimiento de una democracia dignamente vigente que la dudosa mejoría de unos representantes corruptos.
Los que sufrimos la corrupción esencial de una dictadura, y fuimos muchos de los que aún vivimos, no deberíamos exponernos a la posibilidad de una corrupción democrática. El Partido Popular puede y es deseable que algún día gane las elecciones. Pero debe antes limpiarse del magma que le impregna. No vale hablar de los GAL, de Filesa, de Mariano Rubio o de Urralburu (se acuerda alguien de Urralburu?). Aznar, Rajoy, Cascos, Soraya, Cospedal, Ponds y muchos otros están superados por ellos mismos. Mirar sólo al pasado negando el presente implica carecer de futuro.
A Algunos votantes, como a ciertos dirigentes, no les importa la suciedad de ciertos cargos públicos. Si Fabra tiene razón, no sé qué hacer con la dignidad que me queda.
La democracia por el contrario se sitúa dentro del campo específicamente político. Cada ciudadano ejerce el derecho irrenunciable a construirla día a día y acepta sobre sus espaldas el peso de su dignidad. Cada uno es responsable de su fortalecimiento, de su blancura, de su transparencia. La democracia es el resultado de la postura vital de cada ciudadano.
Carlos Fabra, un hombre digno y honorable en palabras de Mariano Rajoy, se ha permitido afirmar que a los votantes no les preocupa ni les importa si Camps y él mismo son inocentes o culpables de ciertos hechos. Que ambos siguen teniendo indefectiblemente el voto favorable de sus electores. ¿Qué concepto tiene Fabra de la democracia? ¿Responde a alguna escala de valores? ¿Hasta tal punto desprecia la dignidad de los ciudadanos?
Con ocasión del Caso Gürtel, todos hemos sido testigos de las adhesiones inquebrantables hacia ciertos mandatarios posiblemente inmersos en la corrupción. Sin prejuzgar la inocencia de los imputados, hemos visto a Rajoy proclamando, no sólo su respeto por el posible éxito judicial del Presidente valenciano, de Fabra o del tesorero de su partido, sino que hemos contemplado su implicación política y hasta vital junto a ellos. Hasta tal punto llega este apoyo que si los tribunales encuentran culpables de algún delito a uno o a otro, es el propio Presidente del PP. el democráticamente corresponsable y condenable políticamente en consecuencia.
La última encuesta del CIS deja patente el crecimiento mínimo, pero crecimiento al fin y al cabo, del PP. pese a estar pasando por el momento más oscuro de su historia. No cabe duda que la explosión de la burbuja inmobiliaria, el creciente número de parados, la crisis económica que aplasta a familias enteras hace crujir los sótanos del gobierno socialista. Pero debería ser más soportable el sufrimiento de una democracia dignamente vigente que la dudosa mejoría de unos representantes corruptos.
Los que sufrimos la corrupción esencial de una dictadura, y fuimos muchos de los que aún vivimos, no deberíamos exponernos a la posibilidad de una corrupción democrática. El Partido Popular puede y es deseable que algún día gane las elecciones. Pero debe antes limpiarse del magma que le impregna. No vale hablar de los GAL, de Filesa, de Mariano Rubio o de Urralburu (se acuerda alguien de Urralburu?). Aznar, Rajoy, Cascos, Soraya, Cospedal, Ponds y muchos otros están superados por ellos mismos. Mirar sólo al pasado negando el presente implica carecer de futuro.
A Algunos votantes, como a ciertos dirigentes, no les importa la suciedad de ciertos cargos públicos. Si Fabra tiene razón, no sé qué hacer con la dignidad que me queda.
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