lunes, 3 de noviembre de 2008

¿LEY NATURAL?

Ha hablado la Reina. ¿Está o no en su derecho? ¿Debe tomar partido? ¿De derechas la Reina de todos los españoles? ¿Debe defender públicamente principios católicos inmutables, a lo Rouco, lo Gascó, lo Benedicto, lo Cañizares? ¿Puede ser esta la Reina de los no-católicos, en un país constitucionalmente no confesional?

Eutanasia, matrimonio entre homosexuales, aborto, violencia de género, enseñanza de religión en las escuelas, origen creacionista del universo… Algunos de estos temas están en lista de espera del Constitucional. Otros, ya legislados por un Parlamento surgido de las urnas. Y todos, materia de discusión política, científica o filosófica.

Todas las opiniones manifestadas (¿o no?) por Dña. Sofía han sido discutidas, interpretadas, impugnadas o admitidas en artículos, foros radiofónicos, televisivos y alrededor del pincho de tortilla de media mañana.

La Reina fundamenta alguna de sus opiniones en la existencia de LA LEY NATURAL contra la que no puede promulgarse ley positiva alguna. Monserrat Nebrera, parlamentaria catalana del PP, defiende con ahínco que la Reina exige la prevalencia de esa ley natural sobre cualquier otra. Y ahí radica el mérito, la consistencia y el valor de sus declaraciones, concluye la diputada. No he visto ni a los más ilustres comentaristas poner en tela de juicio esa ley natural como premisa de las opiniones vertidas ni la normativa de derecho que de ella se deriva.

La existencia indiscutida e indiscutible de la llamada ley natural tiene detrás una larga tradición y de ella se desprende la normativa de un derecho inscrito con carácter indeleble en la conciencia colectiva. La visión ontológica de lo humano conduce inexorablemente a su necesario acatamiento. A mediados del siglo pasado esa concepción ontológica da paso a una experiencia existencial del acontecer histórico. El hombre se experimenta a sí mismo como ser-en-el-tiempo, ser-para-la-muerte, intrínsecamente abierto, dinámico, más como interrogante sobre sí mismo que como dato predefinido, más como horizonte que como esencia cosificada. Esta visión del hombre como ser-itinerante-hacia-sí-mismo deja atrás esa ley natural que frena el caminar hacia horizontes siempre inalcanzables, destruye al hombre-como-pregunta, desprestigia lo humano-como-utopía-de-lo-humano.

La Iglesia nunca ha dado ese paso de lo ontológico a lo existencial y por tanto permanece anclada en una ley natural que no permite la evolución del mensaje. Su postura cómodamente fetal carece del vértigo de una existencia siempre asomada al balcón de la libertad. Permanece en una postura estática, impermeable al dinamismo de la historia. Vertical y autártica desde Constantino, con un derecho canónico que suplanta al evangelio, una legislación ajena a las bienaventuranzas, una jerarquización incompatible con los valores democráticos de hoy.

Ni la historia de la Iglesia ni la historia de la humanidad pueden salvarse de las atrocidades cometidas refugiándose en la existencia de una ley natural que abre paso a códigos antievangélicos capaces de contemporizar con nazismos, esclavitudes, opresiones, supremacías raciales, purezas de sangre, etc.

Majestad, es Vd. una mujer culta. Saque de su biblioteca a Heidegger, a Sartre, a Marcel, Zubiri, Mounier, Häring, Rhaner, Congar y tantos y tantos otros. A lo mejor entonces puede concebir la historia como un proyecto nunca cerrado sobre sí mismo, sino abierto como el mar, hacia la república caminante de las olas.



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