Era noticia resaltada en todos los medios de comunicación: Bush se arrepentía de ciertos actos de su mandato. La noticia por dentro apestaba: reconocía que el cartel situado en el portaviones (la guerra ha terminado –decía-) se prestaba a equívocos. La reclamación del apresamiento de Ben Laden vivo o muerto excedía la prudencia de un Presidente de los EE.UU.
Bush se daba golpes de pecho por ambos pecados. No le daba importancia a la invasión ilegal de Irak, a la calumnia de la existencia de armas de destrucción masiva como pretexto preventivo, a la represión de Afganistán bajo la capa de protección contra el fundamentalismo, a la aniquilación de los derechos humanos en Guantánamo con el uso de torturas propias del nazismo más repugnante, al destrozo de seres humanos en Abú Ghraib, a la consciente impostura de cooperación Sadam-Ben Laden, a la alineación partidista en la guerra entre Israel y Palestina, a la división entre buenos y malos convirtiendo al mundo en un western universal. Nada de esto mereció el arrepentimiento de un Bush definitivamente derrocado por la historia. No sabemos cómo transcurrirá el mandato del sucesor Obama. Pero el futuro será un poco mejor con la superación de un período digno de pasar al recuerdo como el más nefasto una vez superados los fascismos y nazismos que sufrió el siglo XX.
Pero a Bush le queda algún amigo perdido también por los extrarradios de la honradez. Alguien que reconoce su deuda con él. Casi nadie sabría hoy quién es Aznar si Bush no le hubiera permitido poner los pies encima de la mesa del despacho oval. Juntos fumaron, juntos invadieron, juntos mintieron a sus pueblos y juntos andan mendigando la gloria por las esquinas. “La historia rendirá justicia al republicano, aunque ahora no se reconozcan sus contribuciones a defender la causa de la libertad”, escribe el cómplice de las Azores. “Trazó el camino que debemos seguir en estos tiempos oscuros porque nos lega la herencia de la libertad” Aznar presenta a Bush como “el líder de una misión que consistió en una lucha de ideas y valores, los mismos que inspiraron la Revolución americana y la Revolución francesa”
A Bush le queda el amigo Aznar. Todos necesitamos justificar nuestras vidas, encontrarle un sentido y condecorar nuestra existencia con la honradez, el trabajo bien hecho, la entrega, la donación graciosa y siempre importante de un quehacer enriquecedor. Necesitamos el derecho a existir y exigimos que los demás lo reconozcan así. Y cuando el presente nos niega la bondad de nuestros actos, nos remitimos a la historia. Ella sí será justa y nos pondrá en la solapa la gran cruz al mérito de haber vivido. ¿Es el caso de Buhs-Aznar? El olvido es también una redención benefactora.
Bush se daba golpes de pecho por ambos pecados. No le daba importancia a la invasión ilegal de Irak, a la calumnia de la existencia de armas de destrucción masiva como pretexto preventivo, a la represión de Afganistán bajo la capa de protección contra el fundamentalismo, a la aniquilación de los derechos humanos en Guantánamo con el uso de torturas propias del nazismo más repugnante, al destrozo de seres humanos en Abú Ghraib, a la consciente impostura de cooperación Sadam-Ben Laden, a la alineación partidista en la guerra entre Israel y Palestina, a la división entre buenos y malos convirtiendo al mundo en un western universal. Nada de esto mereció el arrepentimiento de un Bush definitivamente derrocado por la historia. No sabemos cómo transcurrirá el mandato del sucesor Obama. Pero el futuro será un poco mejor con la superación de un período digno de pasar al recuerdo como el más nefasto una vez superados los fascismos y nazismos que sufrió el siglo XX.
Pero a Bush le queda algún amigo perdido también por los extrarradios de la honradez. Alguien que reconoce su deuda con él. Casi nadie sabría hoy quién es Aznar si Bush no le hubiera permitido poner los pies encima de la mesa del despacho oval. Juntos fumaron, juntos invadieron, juntos mintieron a sus pueblos y juntos andan mendigando la gloria por las esquinas. “La historia rendirá justicia al republicano, aunque ahora no se reconozcan sus contribuciones a defender la causa de la libertad”, escribe el cómplice de las Azores. “Trazó el camino que debemos seguir en estos tiempos oscuros porque nos lega la herencia de la libertad” Aznar presenta a Bush como “el líder de una misión que consistió en una lucha de ideas y valores, los mismos que inspiraron la Revolución americana y la Revolución francesa”
A Bush le queda el amigo Aznar. Todos necesitamos justificar nuestras vidas, encontrarle un sentido y condecorar nuestra existencia con la honradez, el trabajo bien hecho, la entrega, la donación graciosa y siempre importante de un quehacer enriquecedor. Necesitamos el derecho a existir y exigimos que los demás lo reconozcan así. Y cuando el presente nos niega la bondad de nuestros actos, nos remitimos a la historia. Ella sí será justa y nos pondrá en la solapa la gran cruz al mérito de haber vivido. ¿Es el caso de Buhs-Aznar? El olvido es también una redención benefactora.
Buhs se va. Aznar ejerce el exhibicionismo para permanecer. Ana Obregón hace lo mismo.
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