sábado, 29 de noviembre de 2008

ROUCO OLVIDANDO EL OLVIDO

La memoria es un encuentro del hombre consigo mismo. Somos el ayer creciendo hacia el mañana. El olvido descoyunta la existencia, la desguaza y reduce al vacío del solo presente. El hombre no es si no fue. No será si no es. Este alzheimer existencial, conscientemente promovido por algunos como purificación bienhechora, no hace más que mutilar, desenraizar y privar al ser humano de sus fuentes primigenias.

Tampoco como comunidad humana podemos desmemoriarnos y cercenar el pasado. La humanidad deviene, se va haciendo presente. Hasta la primavera ama los inviernos y los calienta entre sus tuétanos.

Mons. Rouco se empeña en que una parte (siempre sólo una parte) de los españoles olvidemos. El olvido, Monseñor, es otro golpe de estado contra la existencia. Nos coloca frente al paredón para fusilar nuevamente nuestras penas, nuestros muertos (las exhumaciones de fosas dañan la concordia social), la niñez perdida, la libertad secuestrada, la conciencia libre pero prohibida. Contra ese alzheimer recomendado debemos rebelarnos. A algunos no nos queda mucho futuro. No pretenda que nos quedemos sin pasado. Porque entonces nos está sugiriendo un suicidio del presente.

Es extraño además que un Obispo recomiende el olvido cuando la Iglesia sólo vive del ayer, constituida en feto permanente, en añoranza catacumbal. Su hermetismo ante el avance científico, ante la búsqueda de nuevos caminos, de concepciones superadoras de fósiles esquemas, la lleva a permanecer quieta e inmutable como estatua de sal. Su inmovilismo la empuja a confundir, no siempre con buena voluntad, pasado y tradición. Su falta de creatividad, su incapacidad poética la vuelve incomprensible. La repetitiva letanía eclesiástica imposibilita un quehacer de resurrección y la instala definitivamente en la oquedad de un sepulcro.

Lo escribí en otra ocasión: muchos tenemos alma de vinilo, estómagos calientes de caldo racionado, de pan negro con chocolate-tierra de auxilio social. Uniformes de flechas diminutos, de misas con boinas rojas, de “nodos” con Obispos jurando fidelidad a generales ensangrentados. ¿Qué hacemos los niños que nunca fuimos niños? ¿Qué habrá sido de los besos prohibidos por sagrados corazones, por pureza de vírgenes-murillo, de inmaculadas-rivera, de ángeles que alargaban faldas de novias imposibles? Fuimos seres-pecado de infierno merecido, ojos castos negados para la hermosura de las rosas. Castrados amores eréctiles con savia sin destino. Dos pecados. Dos sólo: el sexo y el antifranquismo. Sólo se pecaba contra el General-Dios o contra el Dios-general. Hipóstasis blasfema, pero con la bendición de Ripalda.

¿Qué olvidemos? Hay que abrir las fosas de nuestros muertos. Hay que abrir las fosas donde nos enterraron a los que estamos vivos. Hay que exhumar todos los ataúdes. Necesitamos la memoria para besarnos el alma y saludar al hombre prohibido que fuimos.


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