MINISTRO EPISCOPAL
La
Iglesia parte siempre de la univocidad de la verdad. Se siente su poseedora
absoluta sin posibilidad de que nadie le
discuta ese dominio que le viene nada menos que del único Dios verdadero y de
la fuente del derecho natural. Pero se da la paradoja de que no es Dios o la
naturaleza quien deposita la verdad en la Iglesia, sino que es la Iglesia la
que fabrica la verdad y asigna su origen a la divinidad o al derecho natural.
Naturaleza y Dios son así los depositarios de un pensamiento construido por la
Jerarquía a lo largo de los siglos que busca un respaldo autoritario más allá
de sus mandatarios. Por eso cuando a la Jerarquía se le pide que muestre el
fundamento de muchas de sus normas nos remite, no a lo que debía ser la fuente
de la revelación, sino a la tradición, entendida ésta como la vigencia de una
creencia o práctica impuesta a lo largo del tiempo sin autocrítica alguna.
Con
este bagaje ideológico, la Iglesia se siente en el derecho de despreciar logros
científicos, actitudes humanas, novedades conseguidas en el quehacer humano y
humanizante de la vida. Construye incluso una cosmovisión que hace de la tierra
el centro del mundo. Y cuando la noria cósmica invierte su camino tarda siglos
en reconocer su error y pasa de puntillas sobre su propia equivocación. Mucos
giros copernicanos necesita la Iglesia para adquirir un mínimo de coherencia
con la ciencia, el devenir humano y la consecución de metas humanizantes que
vamos arañando a la historia para hacer un mundo más habitable.
Desde
esa conciencia de dominio absoluto, la Iglesia ha tratado de imponer siempre su
moral sobre cualquier tipo de legislación que surja de la tarea libre del
hombre. España tiene experiencia de este predominio de los religioso sobre lo
civil.. Durante cuarenta años el desacuerdo con el régimen dictatorial del
caudillo por la gracia de Dios era automáticamente un pecado contra la
divinidad. No existía, por ejemplo, el matrimonio civil porque el mandato
eclesiástico obligaba a la recepción de un sacramento impuesto por la Iglesia e
instituido por el mismo Cristo. Lo importante en los amaneceres no eran las
balas que segaban vidas, sino el sacramento del perdón otorgado por un
sacerdote para que los fusilados fueran al cielo.
Parte
la Iglesia de que la sexualidad no debe ser una fuente de placer vital, ni un
acto de comunicación amorosa, ni una plenitud de vivencia. Es única y
exclusivamente un factor de procreación. Y cuando éste no se da por voluntad
expresa de quienes ejercen el amor, se trunca su fin exclusivo y se convierte
en pecado. De forma que la relación sexual viene definida por la pareja que la
vive y un Dios que deposita el alma en el instante mismo del encuentro amoroso,
fijándose en ese mismo momento la vida de la persona en cuanto persona, la vida
humana en cuanto humana.
Ni
la ciencia ni la filosofía coinciden con esta visión. Pero la Iglesia no admite
que ninguna disciplina humana se oponga a su decisión proclamada y atribuida al
Dios que inspira su legislación. Y volvemos al principio: no es Dios quien
deposita esta teoría en la Iglesia, sino que es la Jerarquía la que hace
responsable a Dios de sus leyes.
Cuando
el ministro Gallardón retrotrae la legislación sobre el aborto a una fecha
anterior al 85, está convirtiéndose en obispo dogmático y abandonando su
capacidad de legislador ajeno a los designios eclesiásticos que tiene en cuenta
la ciencia y el desarrollo humano para legislar desde un Parlamento
aconfesional. Retoma la visión franquista de que es malo civilmente lo que
eclesiásticamente es perverso. El ministro se coloca la mitra episcopal y hace
de España su propia diócesis.
La
mujer queda expropiada de su cuerpo, de su sexualidad, de su maternidad responsable,
de su grandeza, de su misterio de mujer para sufrir el yugo de una imposición
que la releva de su responsabilidad en la toma de decisiones. Y resulta
inexplicable que no pueda abortar una mujer cuyo feto padece graves
malformaciones y sí pueda hacerlo si ha sido violada. Confunde el ministro al
concebido con el nasciturus sin explicar
por qué es impracticable legalmente el aborto de un feto malformado y sí el de
una mujer violada. Tal vez Dios estuvo presente en el acto amoroso de la
primera pareja y llegó con retraso a la sacrílega violación de la segunda.
Hay
que urgir al reconocimiento pleno de la libertad femenina. La mujer no llega a
la plenitud de mujer cuando es madre (como proclama Gallardón) La mujer es
plenamente ella misma cuando consigue hacer de su vida un proyecto consciente,
liberalizador y humanizante.
1 comentario:
...y además, posteriormente, una vez nacido el disminuido psíquico, es posible que encuentre algún cura que en nombre de Dios le niegue recibir la sagrada eucaristía, (según he leído por ahí). Me tengo que repasar el “catecismo”.
A Gallardón espero que no le hagan ni puto caso.
Rafael, un abrazo.
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