YA ES PRIMAVERA
Reinaba
en España José Luis Rodríguez Zapatero, aunque resulte insólito que un rey se
apellide Rodríguez. Eran tiempos de guerra. Disparaban los mercados, la prima
de riesgo, los especuladores. Y la autora intelectual residía en Alemania bajo
el sospechoso nombre de Angela Merkel. Berlusconi la despreciaba por
“infollable de culo seboso” Sarcozy le ponía alzas al los besos y rozaba el
moflete de la emperatriz teutona. Se arrodillaban a su paso los cortesanos
europeos. José Luis rey se abría dos hoyuelos para enterrar una izquierda y
echar arena sobre pensiones y
funcionarios.
Se
drrumbaban las dictaduras por el norte de Africa. Cansados de ser súbditos,
algunos aspiraban a una ciudadanía negada durante demasiados años. Destruyeron
la jaima de Gadafi y Gadafi sin jaima era como Sansón sin peluca. Gadafi podía
matar sin escrúpulos, pero era incapaz de romper la virginidad de sus muchachas
bajo el exclusivo testigo de la luna. Rarezas de los grandes que regalaban
caballos a José María Aznar o de un Mubarak dictador-cliente adorable. Y llegó
la primavera al norte africano antes que al Corte Inglés y se fueron todos los
países a pisotear pirámides y profanar vírgenes morenas de un Gadafi sin jaima.
Despreciable desde siempre, pero despreciados sólo cuando el grito del pueblo
se puso de pié con la estatura de un monte.
Anadaba
Pons por todas partes. Delante de Mariano, detrás, a los costados. Fiel Sancho-Pons,
escudero con sillón ministerial guardado en la cartera. Cabalgaba Rajoy a lomos
de Rodríguez rey y empujaba Arenas. Cospedal, Soraya. Moncloa al fondo a la
derecha, siempre a la derecha. Pons diseñaba tres millones de empleos de manera
fácil: bastaba con que tres millones de españoles atrevidos crearan tres
millones de empresas. Cada empresa creaba un puesto de trabajo y las
matemáticas hacían el resto. Sencillo, tan sencillo que sólo a él se le podía
haber ocurrido una teoría tan revolucionaria que estudiarían los futuros
economistas y que desbancaba a Darwin o Einstein.
Pero
Pons, el de la Camisa Blanca (no me hagan caso, a lo mejor era azul) intuyó
algo que sólo los genios vislumbran: Si en el norte de Africa florecía la
primavera, por qué los españoles nos íbamos a encerrar en el invierno triste y
plomizo de Rodríguez rey. Había que
destronar al impostor, volarle la jaima y proclamar que ya era primavera en la
calle Génova. El partido de los parados pondría rebajas en los puestos de los
trabajadores, bajarían los impuestos por insoportables, destruirían el IVA que
impedía la playa-suegra-pájaro-incluido, le dirían a Merkel que era infollable
y sebosa y permanecerían de pie al paso
alegre de la paz.
Pons
intuyó la primavera. Y alentó a las masas. Había que salir a la calle, como en
Egipto. A reponer pirámides. Como en Libia. A reponer jaimas. Y a golpe de
flores blancas caería derrocado Rodríguez rey y podría ser entronizado
Rajoy-Primero-soberano, que era cosa de hombres. Repatriaría a los
defraudadores con una amnistía propia de su magnanimidad y con ocasión de su
coronación ante Gallardón-Notario-Mayor y Botella-suplente-titular plantando
peras y manzanas, eurovegas de prostitutas inocentes y ruletas centrípetas de
euros negros de humo.
Veinte
de noviembre. Nubes de luto en Cuelgamuros. Alegría en Génova con Esperanza
botando, Cospedal, botando, Soraya botando, Rajoy botando. Dos gays botando besos entre mástiles machos y
banderas heteros y monjas bailando la conga con minifaldas vírgenes y mártires.
Pons-primavera-en-bandeja.
Ofrenda ante Rajoy-emperador. Mariano le dio un autógrafo y Pons se esfumó con
su camisa blanca (no me hagan caso, a lo mejor era azul) y se encerró en un
convento para servir a un dios que no morirá nunca.
Dicen
las malas lenguas que lo han visto merodeando por los suburbios de Camps.
Mentira, seguramente mentira. Son sólo las lenguas de doble filo que me dijeron
anoche que te veías con otra y me quedé tan tranquilo. Pons, nuestro jardinero
primaveral, seguro que anda por un andamio de flores subiendo al puesto que
tiene allí.
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