ESA AMANTE
La
seguía de noche, cuando la luna quería. A pleno sol la seguía. Celoso de su
cintura cuando Aznar, cuando Zapatero la abrazaban. Cuando el matrimonio
homosexual, cuando la ley de dependencia, cuando la memoria histórica, cuando
crecían los derechos de la mujer. Cada movimiento de su cuerpo en las manos de
otro, en la alegría de otro, en el disfrute de otro. Se hacía querer sin
llegar, sin permitir las manos, los labios. Piropos, sólo piropos hasta que
volvía la espalda en las urnas y se marchaba con otro hasta Moncloa a convivir
con el consentimiento del pueblo. Sólo quedaban cada mañana los mapas, cada
tarde los mapas, cada noche los mapas.
Noviembre
por fin. Dos mil once. 20-N en Cuelgamuros y en el rincón del corazón de
muchos. Fecha agazapada, cubierta de burka negro, con un olvido sin olvido.
Venía de crear tres millones de puestos de trabajo, de bajar los impuestos para alegrar el
consumo, de subir las pensiones para que los viejos bailen en Ibiza, de que los
dependientes tengan cariño para alimentarse de caricias. “Mariano, devuélvenos
la alegría” Y Mariano, gozoso de viagra para una amante conseguida, repartió
tallos vedes de gloria para que España tuviera lo que Zapatero le había
arrebatado. Y quiso hacer de la amante emperatriz de Lavapies y adornarle con
claveles la Gran Vía…
Europa,
Merkel, los mercados, la prima de riesgo, el Ibex treinta y tantos. La presentó
a sus contertulios y pretendió obligarlos a doblarse ante la amante-amante,
cortejada y conseguida, cada noche arrullada, honrada cada día como la legítima
bendecida, como la Bruni de ayer con Sarkozy desterrado.
Montoro,
De Guindos, Soraya, María Dolores, besando cada mañana a la amante del jefe.
Envidiándola Esperanza porque Esperanza lleva años envidiando, lleva el odio en
los genes, en el gesto retorcido de desprecio, porque le escuece más lo que no
es, lo que nunca será, que lo conseguido en la Puerta del Sol con uvas fin de año y
15-M acampando.
“Mariano,
devuélvenos la alegría” Mariano cansado,
con el sabor amargo que deja la amante, la oscura relación del deseo consumado,
la imposibilidad de decirle que se acaba el amor, que cada noche se extrañan
las estrellas y se odian las exigencia de un cuerpo joven que chorrea lujuria
por las sábanas de seda. Mariano sufre turbulencias interiores, baches aéreos
que descompensan la altura, vértigo de cumbre añorada y odiada, al mismo tiempo
todo, porque así es el amor, imán devorador y deseo de huida.
A
Mariano lo acorralan los despechos. Despechada Merkel que tiene a Europa en un
puño. Los mercados, la prima, el BCE, el FMI. El ministro dependiente de
Alemania que impulsa su silla y atropella a Grecia e Italia. Hay mucho despecho
por el cariño olvidado. “Es una deuda que tienes que pagar como se pagan las
deudas del amor” Y Mariano recuerda a la compañera Angela que coloca la
disyuntiva de siempre: O España o yo, Mariano. Y Mariano sabe que siempre se
vuelve a aquel primer amor. Y sube los impuestos a los de más abajo. Wert-ministro
desnuda la educación que para eso es ministro de educación. Y Mato mata la
sanidad. Y así se va desguazando el consumo, a base de IVA engrandecido, de
pensiones mutiladas, de dependencia abandonada, de pago sobre pago y pago de
medicamentos, de pagas extras sustraídas, de sueldos congelados y disminuidos,
de despidos masivos, de reformas laborales para crear empleo que en realidad es
una fábrica de parados, de hospitales a media asta, de ayudas al hambre
suprimidas, de un millón setecientas mil familias sin que ningún miembro pueda
salir cada mañana a comprar pan, con trescientos mil niños con una sola comida
al día.
No
es reconocida la amante. Odiada parece por destruida. Sin iniciativa para
restaurarla. Flácida de muslos y de pechos.
Algunos
la recordamos todavía cuando iba entusiasmada hacia el progreso, hacia el
bienestar social, hacia la alegría de la convivencia en libertad. Porque existió
antes de que el nazismo económico la encerrara en el campo de concentración
donde si entras pierdes toda esperanza. Y allí estamos, comiéndonos unos a
otros para que se sacien los bancos, para pagar las deudas del desprecio.
Merkel tiene elecciones y tiene que ganarlas pisando cadáveres. No importan. Ya
no sienten. Ella quiere un imperio donde no se ponga el sol.
Morirse
poco a poco es muy duro. Pero no hay que preocuparse. Uno termina muriéndose.
Que nadie llore. Cada uno se envuelve en su mortaja de pena, de asco y se hace
tierra fecunda, para siempre tierra.
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