ABANDONO
Antes
se abandonaba a los niños en las puertas de la casa cuna. Un destino de
soledad, una mantita de olvido y un chupete de besos. Noche con frío acumulado.
Las estrellas se marchaban al amanecer. Giraba el torno y como todos los días el
uniforme azul, toquilla blanca, recogía la infancia desechada y la vestía con
una soledad de apellidos en su historia diminuta. La pubertad vendría, con
hormonas recortadas ante niñas con palomas bajo el jersey blanco y negro. Y las
niñas bajaban los ojos para no mirar pecando las piernas de pantalón bombacho
de niños rubios y tristes. Sor María llevaba alas blancas, almidonadas, en
equilibrio imposible por las puertas. Sor María no entendía aquel beso
robado-entregado un domingo por la tarde en el patio con sol del orfanato. Y
castigaba el amor mirando a la pared como si los niños estuvieran condenados a
enamorarse de nadie, a enterrar el cariño en los desconchones de un muro de
lamentos.
Saldrían
algún día de aquellas rejas negras y les deslumbraría el sol negro de una vida
marcada. Para siempre Manolo, el de la casa cuna. Rocío para siempre, la niña
abandonada, sin historia de padre, sin un abrazo de madre. Precio comercial a
lo mejor de feriantes monjas de vida, entregando el futuro al sagrado corazón en
vos confío y un millón de aquellas pesetas con un Franco en el anverso por la
gracia de Dios.
Pasaron
los años de posguerra, de pan con chocolate de tierra, de sopa de algarrobas. Saltamos
de la alpargata al mercerdes, del búcaro al frigorífico Fresh FrostFree, del
corpiño fariseo al tanga revelador y epifánico. Siglo XXI de sida a
retrovirales, de bisturí a laparoscopia, de plexiglás a silicona, de pirámides
vitales a vicarios de apariencia bajo un estampado Ninna Ricci.
Dicen
que el mundo ha cambiado. ¿Alguien se acuerda de las muletas de madera con
suspensión de guata en los sobacos? Hoy hay sillas para piernas imposibles que
renunciaron a hacer el camino, brazos que no abrazan el viento, labios que no
besan porque olvidaron el beso en una carretera con gauardarrailes de
hemiplejia. Olvidos olvidados de alzheimer, memorias rotas como jarrones de
mármol para quienes la vida es una espalda lejana, sin hijos, sin amigos, sin
el amor de siempre. Viejos a los que llaman tercera edad, pero viejos sin eufemismos.
Euros,
muy pocos euros, para ayudar al cariño de madre, de marido que empuja la vida
de ella con proteinuria, diálisis y oxígeno 24 horas, de hermana con hermano
despeñado cuando el parto. Euros, muy pocos euros, para paliar el abandono de
tanto abandonado, de condenados a cama perpetua, a tristeza nunca revisable, a
desconsuelo enrejado por una desesperación al borde del suicidio.
Alguien
les ha robado esos euros. Hay que pagar a los bancos la soberbia de ser bancos,
a los banqueros millones de desvergüenza, a los fiscalmente amnistiados porque
hay que purificar el dinero de bombas de racimo, de tráfico de muslos vírgenes,
de droga pensada para matar de placer.
Euros,
muy pocos euros, a los que nunca tendrán trabajo por el delito de haber cumplido
cincuenta y cinco años, por la afrenta de no ser
jóvenes-movil-ordenador-facebook.
Porque
los mercados, porque el nazismo económico, porque la miseria cotiza en bolsa.
Porque hay que pagar una deuda que no sirvió ni para comprarle pan a la vida,
ni leche a las mañanas de enero, ni pensiones congeladas para congelados huesos
con el asco tiritando, porque tienen que morirse los enfermos de angustia y que
descansen en paz del eterno cansancio de la vida.
Hay
cola en los tanatorios, tristes sin flores tristes. Tanatorios de luto por
muertes adelantadas por puñaladas del ibex treinta y cinco. Enterrados los
besos, las ilusiones, el futuro porque tenían razón Camus y Sartre. Porque el
hombre es una pasión inútil, porque vive en la peste, porque ser pobre es serlo
para todo y con todas las consecuencias.
Está
enterrando a la humanidad el dinero, herida por la cornada de un becerro de
oro, desguazadas las ingles por la embestida metálica de un circo sin
carcajadas.
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