martes, 24 de julio de 2012


ABANDONO




Antes se abandonaba a los niños en las puertas de la casa cuna. Un destino de soledad, una mantita de olvido y un chupete de besos. Noche con frío acumulado. Las estrellas se marchaban al amanecer. Giraba el torno y como todos los días el uniforme azul, toquilla blanca, recogía la infancia desechada y la vestía con una soledad de apellidos en su historia diminuta. La pubertad vendría, con hormonas recortadas ante niñas con palomas bajo el jersey blanco y negro. Y las niñas bajaban los ojos para no mirar pecando las piernas de pantalón bombacho de niños rubios y tristes. Sor María llevaba alas blancas, almidonadas, en equilibrio imposible por las puertas. Sor María no entendía aquel beso robado-entregado un domingo por la tarde en el patio con sol del orfanato. Y castigaba el amor mirando a la pared como si los niños estuvieran condenados a enamorarse de nadie, a enterrar el cariño en los desconchones de un muro de lamentos.

Saldrían algún día de aquellas rejas negras y les deslumbraría el sol negro de una vida marcada. Para siempre Manolo, el de la casa cuna. Rocío para siempre, la niña abandonada, sin historia de padre, sin un abrazo de madre. Precio comercial a lo mejor de feriantes monjas de vida, entregando el futuro al sagrado corazón en vos confío y un millón de aquellas pesetas con un Franco en el anverso por la gracia de Dios.

Pasaron los años de posguerra, de pan con chocolate de tierra, de sopa de algarrobas. Saltamos de la alpargata al mercerdes, del búcaro al frigorífico Fresh FrostFree, del corpiño fariseo al tanga revelador y epifánico. Siglo XXI de sida a retrovirales, de bisturí a laparoscopia, de plexiglás a silicona, de pirámides vitales a vicarios de apariencia bajo un estampado Ninna Ricci.

Dicen que el mundo ha cambiado. ¿Alguien se acuerda de las muletas de madera con suspensión de guata en los sobacos? Hoy hay sillas para piernas imposibles que renunciaron a hacer el camino, brazos que no abrazan el viento, labios que no besan porque olvidaron el beso en una carretera con gauardarrailes de hemiplejia. Olvidos olvidados de alzheimer, memorias rotas como jarrones de mármol para quienes la vida es una espalda lejana, sin hijos, sin amigos, sin el amor de siempre. Viejos a los que llaman tercera edad, pero  viejos sin eufemismos.

Euros, muy pocos euros, para ayudar al cariño de madre, de marido que empuja la vida de ella con proteinuria, diálisis y oxígeno 24 horas, de hermana con hermano despeñado cuando el parto. Euros, muy pocos euros, para paliar el abandono de tanto abandonado, de condenados a cama perpetua, a tristeza nunca revisable, a desconsuelo enrejado por una desesperación al borde del suicidio.
Alguien les ha robado esos euros. Hay que pagar a los bancos la soberbia de ser bancos, a los banqueros millones de desvergüenza, a los fiscalmente amnistiados porque hay que purificar el dinero de bombas de racimo, de tráfico de muslos vírgenes, de droga pensada para matar de placer.

Euros, muy pocos euros, a los que nunca tendrán trabajo por el delito de haber cumplido cincuenta y cinco años, por la afrenta de no ser jóvenes-movil-ordenador-facebook.

Porque los mercados, porque el nazismo económico, porque la miseria cotiza en bolsa. Porque hay que pagar una deuda que no sirvió ni para comprarle pan a la vida, ni leche a las mañanas de enero, ni pensiones congeladas para congelados huesos con el asco tiritando, porque tienen que morirse los enfermos de angustia y que descansen en paz del eterno cansancio de la vida.

Hay cola en los tanatorios, tristes sin flores tristes. Tanatorios de luto por muertes adelantadas por puñaladas del ibex treinta y cinco. Enterrados los besos, las ilusiones, el futuro porque tenían razón Camus y Sartre. Porque el hombre es una pasión inútil, porque vive en la peste, porque ser pobre es serlo para todo y con todas las consecuencias.

Está enterrando a la humanidad el dinero, herida por la cornada de un becerro de oro, desguazadas las ingles por la embestida metálica de un circo sin carcajadas.

Alguien nos ha abandonado en las puertas de un orfanato, de una casa cuna sin techo, con mantita de olvido, sin chupete de besos.

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