LA LOCURA
Sólo
los locos tienen una visión correcta del mundo. Los demás padecemos un
estrabismo deformante. Ana tiene una vivencia extraordinaria de la locura. Va
de sí misma hacia sí misma, cada vez por un camino que siempre empieza y termina
en la comprensión del caos como única vida con estilo. Pasan a su lado señores con corbata y mocasín italianos, señoras-peluquería-pantén,
banqueros con un porsche en la solapa, parejas poniendo en orden la vida, casadas por
el rito legal, absolutamente legal. Han dejado el amor en el armario porque
escandaliza el beso, la caricia sin sujetador carcelario, la fusión de la
sangre como un brindis a la primavera elegante de un jueves soleado. Nadie
desde Erasmo amó tanto la locura como ella. Va por el mundo con un ramo de
locura en la mochila, ama con locura y te acoge en su locura tibia de pan
recién hecho. Cada anochecer cambia los muebles de su alma, llena de flores su
cama para soñar un chanel de estrellas perfumadas. Cada mañana desordena la luz
para no repetirse en la vivencia y estrenar el mar en los adentros de una
caracola de mares exiliados.
Es
el momento de una turbia economía envenenada. Somos simplemente dinero,
déficit, rescate, prima de riesgo. Los políticos dicen estar empeñados en poner
orden en el mundo, en refundar el capitalismo, en equilibrar ingresos y gastos.
El mundo es un enorme banco sin fachada para que nadie reconozca el edificio
donde se crea esclavitud, desprecio por lo humano, avaricia amontonada. El
mercado es el pantocrator de un bizancio de barrio estéril y mugriento. Ya no
existe París. Lo eliminaron por incompatibilidad de elegancia y estiércol, para
que los amantes no se citen nunca allí porque el amor desprestigia, porque la
cintura del Sena es un lujo sólo para prostitutas con flores bordadas en la
entrepierna. Economía es el mundo. Línea rectilínea la existencia sin cabida
para picasos y dalies. La recta es lo geométricamente correcto, símbolo del
orden ordenado, de lo conseguido por unos gobernantes carentes de aventura creadora,
rutinaria conversación sobre el tiempo en un ascensor herméticamente asustado.
El
mundo se ha vuelto cuerdo. Los poetas están arrinconados. Archivadas las lunas.
Clasificados los vientos en las estanterías de un museo arruinado. Nada vale la
pena si está fuera del orden. Las rosas son recuerdos de cuando la primavera
era aventura. Las estrellas, huellas de una madre enterrada que fue buena y
hermosa. La muerte no es una decisión, sino una ley de vida que tiene que
cumplirse, como un destino tatuado con fecha de matadero. Prohibido el suicidio
porque la muerte está socializada, convertida en negocio de ataúdes repletos de
langostas que alimentan al dueño de las pompas con un Volvo que transporta
esqueletos vestidos de Verino.
Está
en orden el orden. Satisfechos los presidentes del euro, los terratenientes de
la gloria, los ministros del revólver, los guardianes de pistolas de azabache
reluciente. El mundo está en su sitio, sin posibilidad de girar sobre su eje,
olvidado del sol como destino anual. El dinero es el río encauzado que nunca
será mar, porque el mar es rebelión, desmesura, sin orillas tirantes sujetando una hechura. Hay que
asesinar al mar por indomable, porque no cabe en las bolsas de dinero, ni en
las manos ni en los ojos.
¿Qué
habrá sido de Ana, tan divinamente loca ella, tan hacedora de mundos de
colores, de caballitos pintados, de elefantes de juguete, de gatos que maúllan
partituras de Bach, Schubert o jazz? ¿De dónde vendrá? ¿A dónde irá? Era hermoso verla pasar, con su
mochila cargada de locura, contemplarla
dormir en su cama con flores de retama, desordenando la luz para hacer de cada
día la inauguración de una vida conquistada.
Hoy,
desde mi jaula herrumbrada de residuo de siglo XXI, recuerdo sus ojos indagando
el desorden, sus manos orfebres del caos más hermoso, sus brazos desnudos
anudándose el mar a la cintura.
El
mundo vale la pena porque hay locos que lo crean cada día.
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