domingo, 30 de octubre de 2011

PEDAGOGIA Y DEMOCRACIA

Es preocupante la desafección que los ciudadanos pregonan hacia los políticos. Hasta desprecio sienten. Se tiene el concepto de que están en política sólo para llenar la cartera, para aprovechar la oportunidad de robar, de vivir bien sin trabajar. De ahí la abstención ante las urnas. Todos son iguales. En el mejor de los casos se acude a votar para desentenderse a continuación de la marcha del país y dedicar los siguientes cuatro años a descuartizar a los elegidos. El voto no significa tristemente la asunción compartida de una responsabilidad con los elegidos, sino una delegación expectante, una entrega desvinculada de todo compromiso. Ellos son los exclusivos responsables de la solución de los problemas sin que el votante se sienta implicado en las decisiones gubernamentales. El votante se convierte en espectador, cómodamente instalado en la crítica, libre de toda responsabilidad constructiva.

Los políticos pierden el contacto con la calle. Es verdad. Pero a lo mejor esa distancia la marcan también los ciudadanos cuando asumen un papel meramente contemplativo, despojados de toda implicación garante de un sano desarrollo democrático. Los demócratas que se desprenden de su papel controlador del poder dejan de serlo por omisión corresponsable de la construcción de un mañana fecundo.

Esa pérdida de contacto con la calle debe también culpabilizar a los gobernantes que se desentienden del poder residenciado en el pueblo. Se sienten entonces con la potestad de tomar decisiones diametralmente opuestas a sus programas e incluso a su filosofía como partido. Véanse por ejemplo las medidas tomadas por el actual gobierno contra los funcionarios, pensionistas y estado del bienestar en general.

Se enfrentan así a los ciudadanos y se quejan amargamente de incomprensión. Se refugian en un papel de martirio, en la soledad del gobernante y en el sufrimiento del desamor. Simples subterfugios de quien alberga un complejo de superioridad. Y tiempo después achacan el fracaso de sus medidas a una inculpación venial: ha fallado la pedagogía. Es verdad esta falta de pedagogía. Los ciudadanos exigimos, y los políticos tienen la obligación, de explicar el por qué y el para qué. Y el pueblo, inteligente, maduro y capaz, sabrá asumir esas decisiones amargas pero que incuban un futuro. Pedagogía e imposición son términos incompatibles con una visión moderna de la vida. Pero demasiado frecuentes.

¿Pero la sola pedagogía es suficiente para una vivencia fecunda de la democracia? Rotundamente, no. No puede tratarse sólo de una explicación para que el pueblo “comprenda y acepte” la dureza de las decisiones. Se trata más bien de un ejercicio democrático que comparte con los ciudadanos. Y lo comparte para que haga suyas la responsabilidad compartida que es la democracia. Ciertos políticos tienden a despreciar la voz del pueblo. Tenemos el ejemplo del 15-M. Esperanza Aguirre ve en ellos el embrión de un golpe de estado. Aznar los descalifica como radicales izquierdistas de nula representación, antisistema (¿Se puede ser hoy otra cosa más digna que antisistema?). El decaimiento de los derechos humanos, cinco millones de parados, el hambre en el mundo, la especulación criminal de unos cuantos, el desahucio de miles de viviendas, el derrocamientos de dictadores adorados hasta hace poco y ahora ejecutados ¿para dar oportunidades democráticas a los pueblos o para conseguir rebajas en el precio del petróleo?

Los gobiernos no pueden aspirar a ser simplemente pedagogos. Hay que exigirles capacidad de escucha y conciencia clara de que no gobiernan aisladamente de las aspiraciones de los pueblos. Hay que obligarles a que hagan realidad una democracia que tenga continuamente en cuenta a la ciudadanía democrática a la que tienen al lado y con la que conjuntamente marchan hacia un mañana, responsabilidad de todos y fruto de todos.

Me preocupa esta falta de vivencia democrática de los gobernantes. Me duele la apatía y desafección del pueblo hacia los políticos. Ambas actitudes encierran el peligro de alimentar dictaduras infames o aristocracias hedonistas que desprecian las decisiones del pueblo.

Debemos exigir cada día una democracia activa sin escatimar la responsabilidad de cada cual en su plenitud. Apostatar de ese derecho es entregar en bandeja nuestro futuro a poderes fácticos sucios, opresores y oligárquicos.


1 comentario:

pcjamilena dijo...

Cuanto hecho de menos que: de forma sencilla y clara para que lo entendamos, los neófitos en “economía”. Que alguna televisión pública o privada se preocupara de dar elementales explicaciones sobre la materia, quizás así, se tendría mas afecto a los políticos y comprenderíamos mejor sus decisiones.
Un abrazo amigo Rafael.