Hace un tiempo, la Iglesia se definía a sí misma como una “sociedad perfecta” Ello significaba que frente a la sociedad civil ella caminaba en paralelo con las mismas coordenadas. Frente al derecho civil, ella tenía su derecho canónico. A una autoridad correspondía otra eclesiástica. Incluso frente a las ejecuciones civiles por transgresiones o crímenes, la Iglesia tenía su propio brazo armado: la “santa” Inquisición.
Durante la dictadura franquista se produjo una simbiosis tal que casi se unificaron las autoridades de ambas sociedades. Quien pecaba contra el régimen estaba pecando contra la Iglesia, y quien se atrevía a transgredir la moral católica podía también ser castigado por la autoridad civil.
El Concilio Vaticano II echó por tierra la visión de una Iglesia sociedad paralela, perfecta y procuró implantar una inmersión de los cristianos en el mundo real como fermento y sal de la tierra. Por eso la definió como “pueblo de Dios” peregrino en unión fraternal con la historia y desde la historia Era una concepción más evangélica, más dinámica y más comprometida con el devenir de la humanidad.
Pero esa visión de sí misma, comprometida con la humanidad, y sobre todo con los más pobres, resulta incómoda. Asumida con todas sus consecuencias conlleva una desnudez urgida de exigencias de derechos, encarnada con la pobreza de los que nada tienen. Así lo entienden los teólogos de la liberación que ante una incomprensión obstinad y anticristiana, son condenados por una Jerarquía vertical que va desde el Papa-Rey, los Cardenales-Príncipes, los pastores-delegados y los fieles gregarios que deben obedecer ciegamente sus mandatos. Arrinconaron la doctrina del Vaticano II, congelaron su vocación profética y regresaron a su cómoda situación de apostasía del evangelio. Siguieron siendo un Estado independiente, con su parafernalia de banderas y cuerpo militar, sus embajadores ante todas las naciones, incluida la ONU. Un Estado como otro cualquiera olvidado de su misión específica, aunque tomando el evangelio como arma arrojadiza contra todo lo que cree va contra sus intereses espúreos.
No obstante, creo que hay que atribuir a una astucia secular ese mimetismo que perdura a lo lago de su historia. Se cree en la necesidad de disponer de los mismos medios que cualquier conjunto humano. Llegan entonces los medios de comunicación: periódicos, radios, televisión. Y según acabo de leer, la Jerarquía española pierde un millón de euros al mes en su empeño de tener una televisión de su propiedad. Hay que adaptarse, dicen los Obispos, al tiempo en que vivimos. Pero su adaptación no pasa de ser mero camuflaje. Mientras en Africa los pueblos se mueren de hambre, carecen de agua, de vacunas, de colegios, de los derechos más elementales, la Iglesia pierde un millón de euros mensuales en España. Mientras en nuestro país se desahucian a cientos de familias diariamente, la Jerarquía colabora en ese lanzamiento desposeyendo a una familia porque debe 5.000 euros a una diócesis. Que nadie me argumente que la Iglesia desarrolla una labor encomiable en comedores sociales, que abastece a muchas familias mediante Caritas porque no hace más que cumplir con la misión amorosa exigida por Jesús como mandamiento único. Nada me resulta válido mientras se pierde un millón mensual en un empeño que evangélicamente no le pertenece. Se trata de un derroche sacrílego que no puede ser solapado con ciertas obras de caridad. “Desprecio la caridad por la injusticia que encierra” cantaba como nadie Atahualpa Yupanqui.
Una diócesis americana tuvo que indemnizar con quinientos millones de dólares a víctimas de la pederastia. Y pudo hacerlo. Evidentemente hay que condenar a una Iglesia que tiene en su seno a pederastas. Pero hay que condenar también sin paliativos a una Iglesia que dispone de quinientos millones para purgar su pecado. Sin que quepa comparación alguna, hay que condenar a una Iglesia que se empeña en imitar groseramente a los medios de comunicación de una sociedad. Pero sobre todo hay que recriminarle que para esa imitación pueda derrochar un millón de euros mensuales.
Mitras de papel, de ondas hertzianas, parabólicas. Mitras que se clavan como lanzas en el pobre corazón del mundo.
4 comentarios:
Acertadísimo una vez más, amigo. En cada ocasión que tocas el tema, suscribo cada una de tus palabras. ¡Cuánto sabes¡ Dices que es una sociedad perfecta: cierto. Y la más poderosa. Hemos regresado de nuevo a la edad media. Ha resurgido la Inquisición y emplea otros medios. A nosotros, nos queda el poder de la palabra. Seguir denunciando esta apostasía del Evangelio. Me atrevería a decir más: el anticristo se ha instalado cómodamente disfrazado y llevando de sombrero una mitra parabólica. Un abrazo.
Perfecto, mi querido amigo.
Nada más se puede añadir, más que lanzarte un millón de besos.
1955. Abundando en lo de simbiosis Régimen e Iglesia: en un sanatorio antituberculoso, presencié una disputa entre un enfermo y una monja. Este enfermo estando en el comedor, junto a todos los demás, se negó a ponerse de pié para rezar antes de comer, (como lo habían hecho todos los demás). Por la tarde, sin ningún miramiento, “fue dado de alta”. Según dijeron para escarmiento por su indisciplina. Por si sirve de botón de muestra, ahí lo dejo. Para algunos incrédulos.
Un abrazo querido amigo.
Observado en relativa distancia parece ser que las sociedades necesitan o son, en numero religiosas, y de ahí las dificultades que se guían por el instinto, y como se pertenece a un colectivo social, histórico…el contexto de la tradición, la cultura;
quien las interpretan, tomando para sí por tradición y abolengo, quienes lideran esa fe, -se creen- que el hombre es imperfecto por naturaleza, y algunos lo llevan a extremos “saca el estandarte caduco y síganme ciegos” cuando es más sencillo la colaboración, la compasión de uno mismo, desandar lo mal andado.
El soberbio para sí dice: “si esto es la guerra” Dios está conmigo(al ser creyente elegido) y se hace lo que yo digo…y como “somos malos por naturaleza” yo para mandar debo ser el más malo, ladino y/o potentado “las leyes del éxito” de estas mentalidades y saben que unos se guían por el terror, la sumisión forzada, unos y otros por los intereses y del momento y las circunstancias y así llevamos dos milenios de progreso...algunos “elegidos, en la intimidad” son buenos, distintos de como se ven en público y comulgan y se le lavan los pecados al confesar… la vida sigue y el cambio de mentalidad urge, por las hambrunas y calamidades infrahumanas que siguen pasando cientos de millones de personas si no más, por la falta de alimento, oportunidades, atención y libertad, ciudadanos de un mundo adulto. El que hemos “heredado” el mundo actual como ente, es muy conservador damos un paso alante y dos pa tras.
Menos mal que hay “centinelas” que alumbran con su antorcha la correcta dirección
Pero se pasa mal Rafael, amigo, más que nada por lo que urge.
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