Andaba yo por Sevilla cuando lo de Juan Guerra. Desayunando por bares mollete con manteca colorá. O calentitos con un café calentito. Paladar de Sevilla. Sabores de Giralda, cintura Guadalquivir. Y hablaba la gente. Serios y entre risas. Felipe presidente. Vicepresidente Alfonso. Y Juan Guerra entre molletes, calentitos y manteca colorá. Periódicos hartos de hermano vicepresidencial. Despacho en Plaza de España. Circunvalando el cuello hasta ahogar del que pedía construir un puente, una estación ferroviaria, una colonia de viviendas. Pasaban sus proyectos por el despacho elegante de Juan Guerra. Les daba el visto bueno el soborno abonado. No había licencia sin pesetas que acumulaba Juan Guerra. Lo decían las lenguas de doble filo, las de triple, las de múltiples.
En los bares las gentes tiraban las colillas sobre la corrupción de Juan Guerra. Las pisaban rabiosos con una decencia endeble. Juan es un sinvergüenza. Y el estrambote final: Claro que si yo estuviera en su lugar haría lo mismo. Se atragantaba el mollete, el perfil de la Giralda y se convertía en erial el Parque de María Luisa. El señor que desayunaba a mi lado era un Juan Guerra imposible. Y la chica-minifalda. Y el abogado-toga-nueva. Y la señora con velo misa-de-doce. Envidiaban a Juan Guerra aunque le escupían primero. Toda Sevilla era un despacho envidioso, un Juan Guerra imposible, manchado por la deshonra, por la deshonra envidiado. Resulta que no somos lo que despreciamos porque no tenemos la oportunidad de serlo. ¿Es esa la causa por la que en ciertas comunidades han votado mayoritariamente a candidatos corruptos, sabiendo que lo eran? ¿Absuelven las urnas los pecados de ayer o resulta criticable esa redención? ¿No se corrompen los votantes cuando votan corrupción? ¿O la convicción de que obraríamos como ellos nos lleva a prescindir de criterios más dignos? ¿Nos perdonamos a nosotros mismos, corruptos sin solución?
Es verdad que los españoles somos con frecuencia montes que repiten los ecos de exposiciones repetidas sin ningún tipo de críticas y hasta con una ignorancia que lastima. Alguien dice que los políticos ganan sueldos astronómicos y todos repetimos la misma canción sin pararnos a constatar la veracidad del aserto y sin ni siquiera conocer lo que gana por ejemplo el Presidente del Gobierno o un Diputado. Según el CIS, el 85 % opina que la corrupción está muy extendida. La bola de nieve rueda y terminamos por creer lo que oímos. Pons dice que los relacionados con el asunto SGAE son íntimos de Zapatero y todos damos por verdadero lo que no es más que una desfachatez de alguien que no tiene nada de verdad que decir y acude a la calumnia. Cospedal asegura que vivimos en un estado policial y nos empezamos a sentir inseguros en lo que creíamos un estado de derecho.
Nos revolvemos contra la corrupción, pero en el fondo la toleramos porque nos gustaría tener la oportunidad de ser corruptos como pensamos que son los otro. Es cierto que hay políticos corruptos. Parece cierto que nuestro voto no sirve para castigar a esa corrupción. Pero también es cierto que envidiamos la oportunidad que ellos tienen de serlo y la desilusión que nos provoca no estar en su lugar para convertirnos en sus copias.
Lo decía San Agustín: “Perdóname los pecados que no he cometido” Si no soy corrupto simplemente porque no tengo oportunidad de serlo, ya estoy podrido por dentro. Yo también soy corrupto.
5 comentarios:
Conviene recordar que el puesto de JG en su despacho de Sevilla tuvo, en un principio, unas funciones bien delimitadas y justificadas: gestionar la agenda de su hermano Alfonso en sus visitas a Sevilla.
Conviene matizar que la campaña contra JG comenzó con una venganza personal: el despecho de su ex mujer, que se dirigió a ABC "dosier" en mano.
Conviene leer la segunda parte (o ambas) de la autobiografía de Alfonso Guerra, Dejando atrás los vientos, para conocer más detalles.
No defiendo ni justifico la corrupción del "di vice y venderás", pero es preciso aclarar ciertos aspectos que se nos han ocultado a casi todos.
Sí, Rafael querido, esa es la única explicación racional al voto a la corrupción. Una especie de inclinación mimetica hacia el poderoso, sea cual sea el origen de ese poder.
Así somos, Así es el hombre.
Qué poco -o nada- hemos avanzado humanamente a lo largo de la historia. Solo la tecnología es nuestro logro.
Un beso con cariño.
No sé si hay que llegar a un cierto nivel cultural y de formación, del que me quedé algo lejos para saber elegir. No sé por qué, entre dos opciones que a la vista tuve me decanté por la más corrupta, aunque sólo fue de pensamiento. Cuento: siglo pasado tiempo de dictadura, dos parroquias una: enclavada en barrio rico, otra: barrio pobre. El párroco de la primera casi se limitaba a hablar de la belleza y pureza de la virgen desde su púlpito, el otro no se entretenía tanto en eso pero: organizaba tómbolas, hacia caja y la repartía. a los pobres. Lo criticaron decían que, algo se quedaba en el cepillo particular. Reflexionando y comparando entre los dos... ¿Será que la corrupción está en mis genes?
Es usted un manantial tan inagotable como necesario. Un abrazo amigo.
Se me olvidaba: sobre Pons: cuando este hombre habla no sé si es muy listo o todo lo contrario. ¿Se han fijado que cuando detienen a uno de la: ETA, por ejemplo, le falta tiempo para salir a los medios y “volver a recomendar”, al Gobierno lo que tiene que seguir haciendo...? Algún día va recomendarles que no se olviden de respirar y después, sacando pecho, creerse que le deben la vida a él. Lo dicho, no sé lo que pretende ¿o sí?
Siento contradecirle, pero yo no soy corrupto. Yo no pienso que me gustaría ser un implicado en la Gurtel o en las redes de la SGAE. Yo no creo que lo de todos no sea de nadie, al revés, yo pienso que, de lo de todos sólo tengo un poquito y tengo que compartirlo con los demás. Por eso, no voto a los corruptos.
Pero, eso sí, lo que dejo es que actúe la justicia. No me gusta precipitarme y creo que la mejor forma es dejar actuar a quien lo tenga que hacer. A eso sí que no estamos acostumbrados. En este país juzgamos antes que los jueces y luego, además, siempre tenemos razón aunque el juez diga lo contrario.
Yo abogaría porque los políticos pidieran perdón por sus errores (no por los errores de sus antepasados) y que eso se institucionalizara, y que, si cometen un ilícito, se les condene con todas las consecuencias. No creo que llegue a ver algo similar.
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