martes, 26 de julio de 2011

POR UN BESO QUE YO DI EN LA BOCA

Para Arturo, al que le rompieron un beso

con una taza de odio.



El mundo se ha hecho pequeño. Besos de alta velocidad se cruzan con balas de de largo alcance. Anda Noruega por las calles de Madrid, fundamentalismo a cuestas, vómito de muerte caliente, el odio disparado a bocajarro, asesinando libertades, sembrando de muerte el verde de una isla y la mesa de mármol de un café.

Cristiano fundamentalista, de ultraderechas, matanza atroz pero necesaria. Para salvar a Noruega del multiculturalismo, de la invasión islámica, de la contaminación impura del otro. Balas que explotan por dentro, para interiorizar la muerte, para sentirla en las raíces de la sangre. Balas como toros galopando por femorales oscuras, mugiendo la nada, sembrando el silencio definitivo. Muchachos besándole los labios a la vida, acariciando caderas de existencia, esperanzas de futuro en cada abrazo. Para siempre partidos por el viento huracanado de un fascista, con uniforme asesino, salvador de Noruega estremecida.

Qué miedo me dan los salvadores. Los que se apropian derechos contra mis derechos. Los que pretenden abducirme de mi trayectoria existencial para que yo no sea yo, para aprovecharse de seres desguazados y construir un modelo a su imagen y semejanza. Plagio de dioses primitivos, artesanos de barro, hacedores de mundos, orgullo de todo lo bien hecho.

Por un beso que yo di en la boca. Estaba Arturo en cualquier bar de Madrid. Mimando la mirada de amor, sosteniendo el amor, bebiéndose el amor-cálido-café-con-leche. No entendemos el amor de un hombre a otro hombre, por la sencilla razón de que nadie comprende nunca el amor. Es una explosión de luz, pero ignoramos la luz, un temblor de vida, pero ignoramos la vida. ¿Sabemos qué es el amor hombre-mujer? Es un ángel interpuesto, pero ¿de dónde nace el ángel? Una alegría empujando el corazón. ¿Pero qué es el corazón y la alegría?

En una mesa cercana, un fundamentalista. No sabemos su nombre. Bajito de estatura, muy bajito de coordenadas morales. Como todos los salvadores de la historia. Plena de odio la vasija mental en la mesa cercana. “Pago mis impuestos”, el argumento de todos los que pretenden vivir de la comunidad sin sentirse responsables de ella. “Y odio a los maricones” La vida no puede entenderse más que desde el amor. Le fallaba el corazón. Lo extravió entre las neuronas y no volvió a encontrarlo nunca más. Es difícil vivir sin corazón. Los muertos son muertos porque olvidaron su latido. Queda entonces la fuerza rígida de los cadáveres. Los cadáveres se vengan de los vivos. Huelen mal y chirrían en los féretros. Los cadáveres asustan, asustan siempre. Ese era el hombre de la mesa cercana: sólo pagaba impuestos y odiaba. Odiaba a los maricones, a la espuma del mar y a las rosas tan rosas de los jardines del sol. Sólo odiaba. Y estampó la taza caliente contra el beso de Arturo y su amigo. Cuatro puntos le dieron al beso en la frente. Esparadrapos pequeñitos para el amor grande del beso.

Arturo denunciando en comisaría. Este señor quería matar el amor. Es inmortal el amor, como la luna. Y el agresor: Ha sido una matanza atroz, pero necesaria.

Como Noruega. Madrid como Noruega. Está esposado el odio. Arturo va del brazo de la vida, porque la vida tiene corazón, porque el amor es vertical como una Giralda de luz y de alegría.



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