jueves, 1 de mayo de 2014

IMPERDIBLE





Cintura alta el pantalón Armani. Ignoro el nombre del tejido. Tal vez piel sobre la piel de sus piernas. Pantalón frontera con sus pechos como toros, como toros brillantes contra el viento, contra el pecho que los roce, clavándose en la alegría del tacto.

Era ella. No la veía desde el instituto. Recuerdo un viernes, seguramente era viernes. Se le rompió el imperdible de su falda uniforme. Tardé en arreglárselo porque sin querer mis manos la rozaban y presentía que la vida era hermosa. Que era suficiente que se rompiera un imperdible para disfrutar del tiempo, del mundo, de la existencia. Ella me pagó el favor viniendo a estudiar el siguiente domingo por la tarde.  Aprendí a hundirme en unos ojos azules, a contemplar su pelo rubio, a imaginar que toda la vida se resumía en aquel cuerpo de apenas quince años.

Era ella. Pantalón Armani. Tacones que le hacían cimbrear sus nalgas como una virgen sevillana. Admiré el gesto de expulsar el humo de su cigarrillo. La forma de unos labios envueltos en esa niebla, revelan cómo son los besos bajo el brillo de una luna. Su mano en la copa era como su mano en la espalda de un hombre.

Recordamos aquel viernes de hacía tiempo, aquel domingo de hacía tiempo. Y estoy seguro que los dos llevábamos el alma abrochada con un imperdible reconstruido.

Fue todo muy hermoso cuando desabroché aquel pantalón de cintura alta, cuando de nuevo me hundí en aquellos ojos azules, cuando perdí mis manos en su pelo rubio. De nuevo experimenté que toda la vida se resumía en aquel cuerpo de mujer de labios entreabiertos.


La luna lo supo todo. Una noche de mayo se lo contó al mar y el mar amó las olas de cintura alta, de imperdible de espuma, de ojos con  primavera dentro.

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