sábado, 14 de diciembre de 2013

CUALQUIERA


Qué difícil ser cualquiera.
Llamarse Pepe o Pilar, por ejemplo.
Vaqueros, Tucci o mono de andamio azul.
Ser cualquiera.
Dos hijos, parado o con trabajo,
caña y tapa los domingos,
muslos abiertos los sábados
porque el cansancio relaja los músculos
y hace fuerte el amor entre las sábanas.
Ser cualquiera.
Una mochila de obligaciones:
comida, educación, hipoteca,
miedo al despido siempre procedente
por la disfunción eréctil del que manda.
La calle, un cajero entre cartones
y la categoría simple, muy simple, de ser chusma,
hambre, abandono.
Y tus hijos pidiendo por amor de dios,
tu mujer gritando sus caderas,
chatarra a setenta céntimos el kilo.
Te han embargado hasta el nombre.
No eres Pepe ni Pilar,
sólo el pobre de la esquina,
el de la camisa incolora,
recuerdo de un despacho
cuando no eras cualquiera
y te llamaban señor
y eras oficial de primera
y ella amasaba el pan cada mañana,
anterior a la crisis,
cuando el pan era calor familiar
y besos y cariño.
 Ahora no eres nadie.
Un número si acaso,
cifra desesperada,
humillada,
asqueada,
con olor a suicidio
para ser una boca menos,
una preocupación menos,
una carga menos.
Con tus hijos en las puertas del INEM
como el último hospicio,
implorando un trabajo,
las horas que sean,
el sueldo que sea,
para untar tu dignidad
y disimular el asco de vivir.
Qué difícil ser cualquiera,
cuando ya ni se es cualquiera.




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