Cuando reconquistamos la democracia, aceptamos implícitamente que el futuro debía ser responsabilidad y quehacer de todos los que pasamos de la humillante situación de súbditos a ciudadanos. Transitamos como pudimos, dadas las circunstancias, de la uniformidad impuesta a la unidad plural de conformar un país en libertad. Y tomaron cuerpo los partidos políticos como aspirantes a servir desde el poder a un pueblo instalado en un diálogo abierto, comprometido, constructor de horizontes entusiasmantes.
Mientras el granito cerraba algunos sepulcros, abríamos de par en par las urnas. Nos dimos una Constitución, un Parlamento como residencia de la palabra creadora y fuimos desbrozando caminos cegados por una dictadura esclavizante. Retomamos la aventura como tarea, aprendimos a amar el vértigo y a empujar por igual como costaleros laicos que levantan y mecen la historia propia como parte enriquecedora de la historia de todos. Fue una visión grande y hermosa como el mar.
Pero la democracia tiene también sus miserias. Tendemos a culpabilizar al otro, a regatear la inocencia del que camina cercano. Y esta cortedad de miras se constata también en los partidos políticos. ¿Se acuerdan cuando tanto se hablaba de la erótica del poder? Hoy ya no es frecuente. Pero las hormonas siguen ahí deseando la alfombra del otro, el palacio del otro, los honores del otro. No tengo claro que las aspiraciones de poder se identifiquen con servicio a la comunidad. Entra dentro de lo posible con dosis ocultas de imposibilidad.
La democracia tiene miserias que podemos aceptar como pertenecientes a la finitud que somos. Pero es urgente que la purifiquemos de miserables. Son realidades distintas. Y contra ciertas actitudes de ruindad infinita debemos reaccionar, no en defensa de tal o cual gobierno, sino en defensa propia.
ETA está ahí. Todos somos sus víctimas. A los que hemos salvado la vida nos duelen los muertos, muertos nuestros, muertos de todos para siempre. Alcaraz pensó que llegaría lejos paseando por la Castellana la tarde de los sábados Ha quedado como peluquero de Federico, Vidal, Cristina e Isabel. Respetando su dolor familiar, permanece a los ojos de todos como un miserable que acusó a Zapatero de complicidad con los asesinos. Rajoy pronunció un frase miserable y se reafirmó en ella cuando se le instó a retractarse: “Presidente, usted ha traicionado a los muertos” Y ahí lo tenemos: Jefe duradero de la oposición. Pero no de toda: excluye del ejercicio de su mandato a Esperanza-taurina, Camps-super-amigo, Bárcenas-defendido-y-pagado, Aznar-FAES-Carlos V-Pelayo. Mayor Oreja repite miserablemente que Zapatero forma una UTE con ETA. Está perdido en Europa, conectado a los cascos de la COPE-Rouco-familia-anti-condón. Gil Lázaro denuncia que Rubalcaba es Ministro del Interior como resultado del pacto entre ETA y Zapatero. Miserable este Gil Lázaro que pertenece a un partido que se dice democrático.
Y queda Ignacio Cosidó acusando al Presidente con negociar con ETA una “paz sucia” La paz, señor Cosidó, sólo es sucia cuando la pronuncian ciertos individuos tan miserables como la saga que le precede. Suárez intentó la paz. Limpia y clara. Como lo intentaron Felipe, Aznar o Zapatero. La paz sólo puede ser cristal diáfano para que nos veamos unos a otros, para que tengamos fe unos en otros, para que avancemos unos junto a otros abriendo caminos.
El vómito que constató Manuel Cobo en las maniobras de Esperanza Aguirre, no es exclusivo de la Presidenta-aspirante-a-presidenta-de-Rajoy-despresidentado.
La paz sucia sólo se fragua en los cementerios, en los tristes cementerios que algunos llevan dentro, cementerios de silencios y gritos aplastados.
1 comentario:
Una vez más no tengo sino palabras de elogio a tu manera preciosa y exacta de explicitar lo que muchos sentimos.
Mi admiración, amigo, y mis respetos.
MªDolores Amorós
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