La palabra es la raíz de la democracia. Deberíamos ser conscientes de que los tres poderes clásicos que fundamentan el estado de derecho brotan en realidad de la palabra. Por eso los dictadores la destierran cuanto antes de sus proyectos opresores Sólo sobre su cadáver, les resulta fácil erigir la supresión de todos los derechos que asisten a los ciudadanos convirtiéndolos en súbditos.
Los que venimos del silencio espeso, oscuro y tenebroso del franquismo, concebimos la palabra como el vientre caliente que engendró la España nueva, abierta y creadora de nuevos derechos. Amamos la libertad que nos aporta y el futuro que nos alumbra. Profanar la palabra conlleva el desamor hacia la madre que nos engendra cada amanecer. Matarla, es apostatar de nuestra categoría de demócratas. Abusar de ella es violar la intimidad de la libertad,
María Dolores estupra la palabra: “España vive en un Estado policial como el que se vivía antes de la Constitución. Un Estado policial que lleva al Gobierno a utilizar las instituciones, la Fiscalía General, la policía judicial, los servicios del Ministerio del Interior y el Centro Nacional de Inteligencia. La Fiscalía está para perseguir a los delincuentes, los delitos y a los etarras, y no para perseguir o aniquilar a la oposición como pretende el PSOE. Perseguir a la oposición es propio de un sistema antidemocrático. Sin embargo están siendo más perseguidos los miembros del Partido Popular que los asesinos de ETA. Se están produciendo escuchas telefónicas a personas que no tienen nada que ver con algún sumario judicial. Y se hacen de manera ilegal. Esto es lo que practica el Gobierno aunque al PSOE no le guste oírlo; pero es así y así está poniendo en grave riesgo a la democracia”
María Dolores de Cospedal apareció allá por Valencia cuando el congreso. Cuando Rajoy fue encumbrado a la soberanía del mundo. Cuando Aznar lo despreció como a un hijo nacido de una noche loca. Cuando el adiós de Aceves, de Astarloa, de Elorriaga. Cuando Zaplana encontró trabajo ganando un millón de móviles al mes. Cuando Esperanza apostató de Gallardón y Gallardón apostató de sí mismo. Apareció María Dolores con la sonrisa en banderola, miss-centro-centrada, equilibrista entre Fraga-Aznar y futuro, suplente con dorsal de San Gil, becaria luminosa para un ayer gris de Trillos-penitentes-de-Yak-cartageneros, de Isabeles-cuidadoras-de-alcaraces, de banderas victoriosas al paso de víctimas multiusos.
Mientras Rajoy se baña en tila de vacaciones, María Dolores pronuncia lo innombrable. Acusa a todos los poderes del Estado de derecho, los desprecia, los destruye y culpa de ese aniquilamiento a su adversario-realmente-enemigo. Persigue a la palabra, la acosa, la manosea y la viola. Se siente con el derecho de profanarla. Y desguanzándola, experimenta el placer salvaje de contemplar destruida su hermosura. Es la regresión enfermiza –complejo de Electra se llama- hacia la madre fecunda. Con la muerte de la madre se consigue liberarse de muchos complejos interiores.
Alguien debería imponer a María Dolores de Cospedal una orden de alejamiento. Que no se acerque a la palabra, a la democracia, al estado de derecho hasta que haya reinsertado su bandera destructora.
Los que venimos del silencio espeso, oscuro y tenebroso del franquismo, concebimos la palabra como el vientre caliente que engendró la España nueva, abierta y creadora de nuevos derechos. Amamos la libertad que nos aporta y el futuro que nos alumbra. Profanar la palabra conlleva el desamor hacia la madre que nos engendra cada amanecer. Matarla, es apostatar de nuestra categoría de demócratas. Abusar de ella es violar la intimidad de la libertad,
María Dolores estupra la palabra: “España vive en un Estado policial como el que se vivía antes de la Constitución. Un Estado policial que lleva al Gobierno a utilizar las instituciones, la Fiscalía General, la policía judicial, los servicios del Ministerio del Interior y el Centro Nacional de Inteligencia. La Fiscalía está para perseguir a los delincuentes, los delitos y a los etarras, y no para perseguir o aniquilar a la oposición como pretende el PSOE. Perseguir a la oposición es propio de un sistema antidemocrático. Sin embargo están siendo más perseguidos los miembros del Partido Popular que los asesinos de ETA. Se están produciendo escuchas telefónicas a personas que no tienen nada que ver con algún sumario judicial. Y se hacen de manera ilegal. Esto es lo que practica el Gobierno aunque al PSOE no le guste oírlo; pero es así y así está poniendo en grave riesgo a la democracia”
María Dolores de Cospedal apareció allá por Valencia cuando el congreso. Cuando Rajoy fue encumbrado a la soberanía del mundo. Cuando Aznar lo despreció como a un hijo nacido de una noche loca. Cuando el adiós de Aceves, de Astarloa, de Elorriaga. Cuando Zaplana encontró trabajo ganando un millón de móviles al mes. Cuando Esperanza apostató de Gallardón y Gallardón apostató de sí mismo. Apareció María Dolores con la sonrisa en banderola, miss-centro-centrada, equilibrista entre Fraga-Aznar y futuro, suplente con dorsal de San Gil, becaria luminosa para un ayer gris de Trillos-penitentes-de-Yak-cartageneros, de Isabeles-cuidadoras-de-alcaraces, de banderas victoriosas al paso de víctimas multiusos.
Mientras Rajoy se baña en tila de vacaciones, María Dolores pronuncia lo innombrable. Acusa a todos los poderes del Estado de derecho, los desprecia, los destruye y culpa de ese aniquilamiento a su adversario-realmente-enemigo. Persigue a la palabra, la acosa, la manosea y la viola. Se siente con el derecho de profanarla. Y desguanzándola, experimenta el placer salvaje de contemplar destruida su hermosura. Es la regresión enfermiza –complejo de Electra se llama- hacia la madre fecunda. Con la muerte de la madre se consigue liberarse de muchos complejos interiores.
Alguien debería imponer a María Dolores de Cospedal una orden de alejamiento. Que no se acerque a la palabra, a la democracia, al estado de derecho hasta que haya reinsertado su bandera destructora.
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