martes, 11 de agosto de 2009

EMPRESARIO-CORAJE

Existen las madres-coraje, los padres-coraje, los vecinos-coraje. Todos han salvado de circunstancias terriblemente adversas a sus hijos o a los del cuarto B. ¿Existen empresarios-coraje? Por lo menos uno, sí: Díaz Ferrán.

La economía española está atravesando una crisis grave. El mundo también. Aquellas hipotecas basura trajeron estos embargos globalizados. Los grandes bancos americanos contagiaron la economía mundial y a duras penas estamos consiguiendo salir de la unidad de cuidados intensivos. Y uno creía que estaban claros los orígenes de esta quiebra económica y que en consecuencia, atacando las causas, podríamos mirar con cierto optimismo el futuro. Se habló de una refundación del capitalismo, de la necesaria supervisión de los gobiernos, de la intervención incluso de las autoridades gubernamentales para evitar nuevos descalabros. La economía mundial no deberá quedar exclusivamente en manos de unos cuantos. Los grandes economistas así lo exigen. Los grandes menos Aznar, Esperanza Aguirre, Díaz Ferrán y su séquito vergonzante.

En realidad –piensa Díaz Ferrán- estén donde estén los orígenes de esta hecatombe deben pagarla los trabajadores. Para que de una vez por todas sepamos prevenir futuras distorsiones del mercado y salgamos del hondón en que actualmente nos encontramos, hay que reformar drásticamente el mundo laboral. Los derechos, adquiridos con sudor y sangre a lo largo de la historia, deben someterse a los intereses crematísticos del empresariado. No se puede consentir que la clase dominante dependa del andamio, del esclavo administrativo de corbata o de la tortilla de las once. Las humildes tarteras no pueden devaluar las mantelerías de hilo o el caviar del Ritz. Pongamos las cosas en su sitio.

Y Díaz Ferrán, empresario-coraje, ha reunido el valor suficiente para pedir el despido libre, rebajas en las cotizaciones a la Seguridad Social, libertad para decidir ERES sin intervención del Organismo de trabajo correspondiente, menores indemnizaciones para los trabajadores despedidos respetando así las decisiones que los empresarios, y sólo ellos, tomen para la buena marcha del país. Ni un gobierno de izquierdas ni unos sindicatos plagados de “liberados” pueden ser interlocutores válidos en este planteamiento ruin y vergonzante. Tal vez Esperanza, la cojonuda o Rajoy el inexistente puedan comprender a la patronal.

Y en el colmo del cinismo, ha exigido una bajada de los salarios. ¿A cuento de qué, piensa el empresario-coraje-salvador, tiene que cobrar un trabajador mil euros por sólo diez o doce horas de trabajo? ¿Por qué hay que darle a un viejo cuatrocientos euros de pensión si una sopa de ajo vale sólo tres? ¿Por qué empeñarse en mantener y promocionar un estado de bienestar para todos si eso sólo debería ser patrimonio de los ricos? ¿Por qué una enseñanza gratuita? ¿Para qué necesita el hijo del albañil estudiar derecho o medicina? ¿Para qué una sanidad pública y universal?

Bajemos los salarios, despidamos a placer, prescindamos de una vejez improductiva, dice el empresario-coraje, y tendrán respuesta adecuada todas las interrogantes anteriores.

Los derechos para quienes pueden comprarlos. Lo pobres tienen suficiente con las obligaciones.

Los empresarios crean riqueza y “dan” de comer a muchas familias. ¿No serán esas familias las que dan de comer a los empresarios? Los grandes restaurantes están sostenidos por marmitas de aluminio y tinto de sol caliente, por padres y madres que dejan dormidos a sus hijos cuando se van al trabajo y los encuentran dormidos cuando vuelven.

Que nadie me tache de demagogo. Es simplemente el escozor vital de muchos ante la desvergüenza repugnante de unos pocos.



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