Benedicto XVI ha visitado Africa. Cargadas las espaldas de occidente cristiano, ha llevado hasta el continente hambriento, enfermo, postergado, explotado, olvidado, empobrecido, el burka intelectual más absoluto, cegador y destructivo.
Frente a la riqueza multicolor de las celebraciones religiosas africanas, el Papa reclama ritos litúrgicos europeos. Y esa postura encierra un desprecio por la originalidad de un continente, un incomprensible racismo, una xenofobia humillante, un rechazo a la pluralidad pentecostal. El catolicismo que el pontífice representa cierra sus fronteras, se vuelve endogámico y hedonista. “Hay que imponer la liturgia católica frente a las exuberantes y alegres celebraciones africanas”
La Iglesia ha triturado a lo largo de la historia toda cultura no coincidente con los arquetipos occidentales. Ahí están los pueblos americanos, cuyas raíces originales se cercenaron en nombre del dios campeador, a lomos de un cristianismo esclavizante y destructor. La capa pluvial destronó el poncho, el gólgota truncó las vértebras andinas, el cáliz triunfó sobre el mate cálido y fraternal.
Africa es un continente enfermo. Anda la muerte engendrando huérfanos, doblando proyectos de cuerpos deshuesados, abatiendo esperanzas de treinta años escasos. Sida transmitido cuando el amor se hace carne, cuando el temblor del gozo más creador clava rejones en la sangre y se tala la negritud gozosa con la tormenta afilada de los virus. Y el Papa, de blanco vacunado, pectoral irredento, báculo de mando en plaza, capitán general de la verdad, emperador de dogmas excluyentes, condenando al preservativo en nombre de Dios y de la ciencia. “No ayuda al problema del sida, lo agrava” Lo proclama desde el corazón plastificado, desde la taxidermia farisaica, insultando a la humanidad por humana. Benedicto olvidado de Dios, del hombre y la ciencia. Sin capacidad de sufrir con el que sufre. Tiro de gracia disparado a la cumbre del mundo pisado, pisoteado en nombre de dios y de la ciencia.
Se nos muere el continente-arco-iris sureño. Resbala la muerte desde el orgullo europeo y vaticano. Pastosa y gris la muerte. Negra entre colores africanos. Negra de cultura negra. Despreciada, agredida, amenazada por el hombre blanco de blanco. Papa-móvil-escafandra. Chaleco antisida con diseño italiano. Anillo de oro papal incrustado en el hambre continental de la miseria.
Abstinencia para curar la herida infinita, el costado lanceado. El hombre carne sin carne. Sin amor el enamorado. Sin derecho al escalofrío, al temblor supremo de la comunicación suprema. Tal vez por negros, porque el hambre les crece en las raíces. El Papa condenando la alegría polícroma de Africa. Proclamando un Dios marrón y neutro. Hay que cultivar la virginidad. Centímetros dérmicos de vestales de ébano.
El Papa de Roma ha vuelto a la gloria de Bernini. Africa queda atrás, envuelta en un burka de lunas retrovirales.
Frente a la riqueza multicolor de las celebraciones religiosas africanas, el Papa reclama ritos litúrgicos europeos. Y esa postura encierra un desprecio por la originalidad de un continente, un incomprensible racismo, una xenofobia humillante, un rechazo a la pluralidad pentecostal. El catolicismo que el pontífice representa cierra sus fronteras, se vuelve endogámico y hedonista. “Hay que imponer la liturgia católica frente a las exuberantes y alegres celebraciones africanas”
La Iglesia ha triturado a lo largo de la historia toda cultura no coincidente con los arquetipos occidentales. Ahí están los pueblos americanos, cuyas raíces originales se cercenaron en nombre del dios campeador, a lomos de un cristianismo esclavizante y destructor. La capa pluvial destronó el poncho, el gólgota truncó las vértebras andinas, el cáliz triunfó sobre el mate cálido y fraternal.
Africa es un continente enfermo. Anda la muerte engendrando huérfanos, doblando proyectos de cuerpos deshuesados, abatiendo esperanzas de treinta años escasos. Sida transmitido cuando el amor se hace carne, cuando el temblor del gozo más creador clava rejones en la sangre y se tala la negritud gozosa con la tormenta afilada de los virus. Y el Papa, de blanco vacunado, pectoral irredento, báculo de mando en plaza, capitán general de la verdad, emperador de dogmas excluyentes, condenando al preservativo en nombre de Dios y de la ciencia. “No ayuda al problema del sida, lo agrava” Lo proclama desde el corazón plastificado, desde la taxidermia farisaica, insultando a la humanidad por humana. Benedicto olvidado de Dios, del hombre y la ciencia. Sin capacidad de sufrir con el que sufre. Tiro de gracia disparado a la cumbre del mundo pisado, pisoteado en nombre de dios y de la ciencia.
Se nos muere el continente-arco-iris sureño. Resbala la muerte desde el orgullo europeo y vaticano. Pastosa y gris la muerte. Negra entre colores africanos. Negra de cultura negra. Despreciada, agredida, amenazada por el hombre blanco de blanco. Papa-móvil-escafandra. Chaleco antisida con diseño italiano. Anillo de oro papal incrustado en el hambre continental de la miseria.
Abstinencia para curar la herida infinita, el costado lanceado. El hombre carne sin carne. Sin amor el enamorado. Sin derecho al escalofrío, al temblor supremo de la comunicación suprema. Tal vez por negros, porque el hambre les crece en las raíces. El Papa condenando la alegría polícroma de Africa. Proclamando un Dios marrón y neutro. Hay que cultivar la virginidad. Centímetros dérmicos de vestales de ébano.
El Papa de Roma ha vuelto a la gloria de Bernini. Africa queda atrás, envuelta en un burka de lunas retrovirales.
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