lunes, 15 de junio de 2015

BASTON DE MANDO


Dicen los entendidos que el bastón de mando es una evolución del cetro que se entregaba como signo de poder al hombre (hay en esta representación un símbolo de poder sexual como en los monolitos) y como signo de su autoridad. Del neolítico hablan. De un entonces cuando la obediencia de una mayoría respondía al ansia de mando de unos pocos. Y de esos pocos surgía el dominio de alguien sobre la totalidad.

Hace poco estrenábamos ayuntamientos. El neolítico se llama dos mil quince. La antigua antigüedad se hace actualidad actual. El mundo mira su reloj y pone en hora el tiempo. La democracia se viste de Tucci y destierra las pieles del hombre cazador. Y en nuestras manos una papeleta de libertad que confiere  el poder a alguien no necesariamente con genitales masculinos, aunque son todavía mayoría los que gobiernan cargados de testosterona. Pero la historia empuja, y los varones hacen sitio a la mujer porque proclamamos falsamente la igualdad de los géneros y la capacidad de gobierno del sexo que ha dejado de ser débil.

Hoy las monarquías siguen ostentando un cetro. Hoy ostentan un bastón de mando los regidores elegidos para nuestros ayuntamientos. Dicen los políticos que ellos son servidores del pueblo, pero siguen recibiendo ese servicio mediante el significativo “bastón de mando”  Aquí radica la contradicción: servicio y mando no encajan entre sí. Y lo que en principio es servicio se convierte acto seguido en mando.

Los que en estas últimas fechas han dejado su puesto de regidores populares han hecho de su período de tiempo, no un tiempo de servicio dialogante con los pueblos, sino un período de estricto mando. Y no hablo de corrompidos ni corruptores. Hablo de un gasto de dinero público que ha dejado sin recursos a sus ayuntamientos para muchos años. Construcciones  a mayor honra del mandante, pero sin beneficio alguno para sus ciudades. Aeropuertos, residencias de ancianos, polideportivos, decoraciones de dudoso gusto…Y todo con un dinero sudado por un pueblo que con frecuencia no necesitaba de esos servicios, pero que el regidor construía para poner la placa de inauguración con su nombre para la historia.

Y ahora vienen los elegidos y encuentran que el dinero aportado por los ciudadanos ha sido empleado en construcciones para mayor gloria del gobernante saliente. Y los nuevos alcaldes se encuentran sin recursos para niños con hambre, para familias sin solución habitacional, para colegios sin calefacción, para comedores sociales.

Pero ahora a nadie se le pueden pedir cuentas. Ese puesto que era servicio público se ha convertido en realidad en mando en virtud de un bastón que conlleva un sometimiento de todos a la voluntad del regidor. En absoluto se ha consultado con el pueblo la conveniencia de gastar millones en granito para cruceiros o sobre la necesidad de un polideportivo o una residencia de ancianos. Y a posteriori no se puede redimir la falta de diálogo porque se invoca el bastón de mando y en su posesión incluye la voluntad soberana de quien lo ostenta. Desde el neolítico al siglo XXI el poder tiende a ser tiránico y excluyente. La dictadura siempre ronda el sillón presidencial delante del cual figura el bastón de mando como amenaza. Los políticos camuflan su voluntad de servicio en el orgullo del mando. La democracia sigue estando erecta en ese símbolo de opresión. Y de ahí las leyes mordazas, las prohibiciones de manifestaciones, las amenazas a la libertad de expresión, la condena de posturas que quieran plantear una realidad de servicio. El orden establecido es el dios supremo de esta religión oligárquica disfrazada de libertad de elección. Todo lo que sea apartarse de ese orden establecido está siendo condenado por leyes que ahogan la iniciativa individual y grupal de quien se rebele contra unas tablas de la ley inscritas en mármol irrompible y sagrado.


Ahí está el bastón de mando, capaz de dejar huellas en las espaldas de los pueblos, en los ijares de la historia.

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