miércoles, 7 de enero de 2015

¿SOMOS RUTINA?




Hay cosas que se hacen de determinada manera sólo para que nadie las vea. ¿Te acuerdas cómo nos conocimos? Me habían encargado un reportaje para un periódico. Pertenecías a un grupo de  gente comprometida en la lucha contra la dictadura. Nos presentaron.

-           Encantada.
-           Mucho gusto.

Palabras rutinarias. Casi sin sentido. Pero los ojos….Estuvimos mirándonos toda la noche tratando de que los demás no se dieran cuenta. Me marché de madrugada. Magnetofón en bandolera. Carpeta en mano. Y tus ojos en los míos. Caminé despacio, recreando el encuentro. Te adentraste en mis pupilas y todavía te sostengo,   te rehago ilusionado por si el amor, por si el hijo. Por si se nos une el viento y se convierte en beso iluminado.

Siguieron los días. Te buscaba. Justificaba los encuentros con la sinrazón de quien persigue una estrella. Ibamos al  Cine. Aquel de arte y ensayo. Calle Trajano. Al lado de los jesuitas. Y nos besábamos a escondidas. Y más tarde nos crecían las caricias al pie de la Giralda y no nos cabía el cariño en Placentines como no cabía el Cristo del Cachorro. Parque de María Luisa. Río Guadalquivir. Un “fino San Patricio" cerca de la Maestranza. Puerto de Santa María. Cádiz… Ida y vuelta en la vieja moto. Apretados. Como los claveles del Rocío o las casas de Sierpes. A escondidas en aquel tiempo, para leer a Lorca, Neruda o Sartre. A escondidas el amor, como el primer trago de vino y carne.

Después nos quisimos abiertamente. Tuvimos un hijo. Nació a las cinco en punto de la tarde como un chopo torero. Puños cerrados para agarrarse a la vida o para defenderse de ella. Otra vez nos miramos a los ojos. Pero de par en par, como quien mira al mar. Y otra vez los besos, desplegados como banderas, con el orgullo de ser capitanes del tiempo.


Luego vino la rutina. Cada día es cada día. Y cada noche menos noche. El tiempo. Las prisas. Excusas que van distanciando. Porque Gran Vía es más ancha que Placentines. Porque la Giralda no hace esquina con Princesa. Porque Madrid no tiene una calle Sierpes. Y ahora cada uno con su estrella. Pesada estrella a veces. Sonriendo más de tarde en tarde. Caminando del brazo, apoyando el cansancio, el hastío, la indiferencia. Hemos hecho de la costumbre una guarida unipersonal. A lo mejor somos viejos. Y por ahí vamos, sin coraje, sin músculo. Perdiendo a cada momento la ocasión de inventar la vida a escondidas.

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