lunes, 19 de enero de 2015

EL CIGARRILLO QUE HIZO HISTORIA





Fue en Marzo. O tal vez a finales de febrero. Me parece mentira no recordar con exactitud unas fechas que han sido tan importantes en mi vida. Los sicólogos tienen una explicación. Ellos tienen explicación para todo. Pero ahora mismo me sobra toda la luz que quieran proyectar sobre mis olvidos. Soy consciente de que uno quiere y no quiere olvidar al mismo tiempo. La contradicción es en sí misma un eje de la vida humana  sin el cual nos derrumbaríamos. Duele porque está ahí, porque debe estar ahí, porque necesitamos que esté ahí.  Amamos lo que no queremos. Y eso escuece. Pero gozamos amando lo que no queremos.  

-En marzo cumpliré los dieciocho, me dijo. Falta un mes aproximadamente, pensé. Decididamente fue en febrero. Ella esperaba a alguien que nunca llegó.

-¿Me das un cigarrillo? Llevo dos horas sin fumar porque he salido sin dinero. Lo he olvidado o lo he perdido. Cuando te he visto llegar me he sentido salvada.

-Un cigarrillo se le pide a cualquiera. Te lo hubieran dado con mucho gusto.

-Siempre he sido incapaz de pedir algo a un desconocido, aunque me haya tenido que morder las ganas de fumar.

-También yo soy un desconocido para ti. Pronuncié estas palabras cargándolas de expectativas. Necesitaba una respuesta abierta, que confirmara lo que a mí me hubiera gustado oír. Pero ella fue neutra, ambigua.

-Es distinto.

No dijo “eres” sino “es distinto”. Acusé el matiz. No improvisaba, sino que ajustaba  exactitud al pensamiento. Había dicho lo que quería decir.

-Pero mujer…

-Me interrumpió rápidamente. Me has llamado mujer.  Mis padres, mis amigas, hasta Juan me llaman niña. A punto de cumplir los dieciocho no creo ser tan niña.

-¿Quién es Juan?

-El chico que me acompañaba la otra tarde. La tarde que te pasaste mirándome con disimulo y pensando, tal vez, que podía ser una gioconda actualizada del corte inglés. Cuando nos fuimos, sentí detrás tus pasos y tus ojos observándome hasta que nos desviamos en Caballería española. No. No te lo echo en cara. Por el contrario, me sentí halagada. 

-Hay demasiado humo en el local. Podríamos dar un paseo por donde te apetezca.

-Vamos.

Vi de lejos al limpiabotas. Le colgaba del brazo su eterna caja negra. Hoy tenía también una sonrisa indefinida en los labios. Nos abrió la puerta con un gesto ceremonioso. Buenas tardes, señores. Salimos. Pero estoy seguro que nos siguió con la mirada hasta que nos perdimos por el primer árbol a la derecha.

Era una tarde cuajada. Maciza de almendros, de yemas de rosas, de tallos azules. El mundo era hermoso como un ramo de lunas. Tomó mi mano izquierda con las suyas y empecé a sentir el contacto con sus ingles al ritmo del caminar. No hice nada por evitarlo. Tampoco ella. Y los dos, supongo, éramos conscientes de que hasta la brisa lo sabía. Íbamos en silencio porque el silencio es la palabra última después de la última palabra. Su cabeza apoyada en mi brazo y yo apoyado en el pecho de la tarde más hermosa. Me iba bebiendo a tragos la belleza del momento. Hay cosas que son verdad sencillamente porque son bellas, había escrito alguna vez. Y ahora lo experimentaba. Podía apretar su mano como si exprimiera una estrella. Sospechaba sus ingles como trigales negros. Sostenía su cabeza como si alguien me hubiera regalado el mundo.


(Las siete de la mañana. Noche todavía. Era lógico dada la época del año. Contra toda costumbre, no me habían dejado el periódico debajo de la puerta y lo echaba de menos. Puse la radio. Gabilondo comentaba algo sobre el Ibex 33 y no le presté mayor atención. Mientras me afeitaba descubrí que empezaba al blanquear el pelo. Me estaba haciendo viejo. Mayor, decían algunos, empeñados en utilizar eufemismos para todo. Si me sorprendí, era por la falta de costumbre. Nunca me había contemplado  tan detenidamente. Solía afeitarme y ducharme ordenando las visitas programadas para ese día. Hoy he tardado en elegir la corbata, el traje, la camisa. Busqué durante un rato unos calcetines que hacía tiempo no me ponía. Y hasta me pareció bien echarme unas gotas de  colonia que estaba sin abrir. Volví a mirarme al espejo y casi me obsesioné con el pelo blanqueando.)

No hay comentarios: