domingo, 7 de diciembre de 2014

DIGAME



La duda metódica constituyó un método dialéctico y filosófico. El ser humano es una duda en sí mismo y tiene la conciencia clara de que cuando responde a una pregunta existencial la propia respuesta se convierte en pregunta. Y así anda, persiguiendo la obscura noticia que es para sí mismo. El ser humano no es evidencia ni constatación empírica. Es el misterio que gira sobre sí mismo. Y ahí radica su grandeza.

En tiempos de la dictadura fuimos preguntas sin respuestas. Nos cegaban la vocación de búsqueda porque las respuestas no convenían al dictador. Nos estaba vedado leer a ciertos filósofos extranjeros. Todos los días se fusilaba la libertad como se fusilaban nucas en las paredes blancas de los cementerios. Los derechos yacían en las cunetas con paletadas de tierra encima. La huelga era siempre una conspiración judeo masónica. Las comunicaciones estaban vigiladas porque podían ser aprovechadas como armas contra la bota que nos aplastaba.

Hace treinta y tantos años. La alegría se ponía de pie sobre la sangre derramada, sobre el dolor de viudas para siempre con pañuelo negro, sobre la orfandad de niños que nunca supieron lo que era un padre, chavales con pelotas de trapo y chocolate de tierra los domingos. Y misa para las criadas a las siete y de doce para los señoritos.

No existía la intimidad porque el dictador ocupaba todo el campo de lo humano. Era su dueño y destruía lo que le estorbaba a sus andares de paquidermo con galones.

Hace treinta y tantos años. Tuvimos que organizar la vida, hacer del país una apertura al mundo, inaugurar la convivencia nacional e internacional, gritarle al universo que éramos libres, que Cuelgamuros era un lugar seguro, que ciertos muertos no serán partícipes de la resurrección de los muertos, que ciertos cadáveres serán siempre cadáveres.

España se apoyó en el trípode de la democracia. Tres poderes que aupaban la serenidad de quienes hemos llegado hasta aquí después de dejarnos las entrañas en el entonces fúnebre del ayer.

El poder judicial nos garantiza que ningún otro poder puede pisar nuestro terreno. Vela por la legitimidad de todo lo humano y da la cara en defensa de tentaciones dictatoriales de mayorías absolutas. Y sólo cuando ese poder sospecha de intromisiones absolutistas, corruptas o asesinas permite la intromisión en la palabra corrompida de alguien.

Pero la tentación está ahí. En el ministerio-opus del interior. E imitando al dios que todo lo sabe, hay un ministro que lo quiere saber todo plagiando a la divinidad por mandato de Escrivá de Balaguer. Y Rajoy, el que juró la constitución por encima de sus posibilidades, accede. Y el sustituto de Gallardón, que dios tenga en su gloria, Rafael Catalá asegura que el gobierno tiene derecho a oír nuestras conversaciones. Lo mismo da que le digamos a nuestra pareja que deseamos sus labios, que si alguien trama una concentración en defensa de los derechos a una vivienda digna, a un salario justo, a una sanidad preocupada por la salud y no por los beneficios empresariales.

Estábamos tranquilos. Los jueces eran garantes de una equidad, de una libertad de expresión en voz baja a través de un móvil. Y sólo permitían captar la palabra cuando estaban seguros de que esa palabra era profanada o mantenía metralla para hacer explotar la nuca de la democracia. Y las togas han sido siempre escrupulosas defensoras de esa libertad de expresión garantizada por una constitución a la que todos alaban pero que muchos prostituyen.

Estamos en la época de las comunicaciones. Las redes sociales nos proporcionan contactos y hacen de la apertura al mundo un hecho recién estrenado.. Es un gozo que alguien te comente desde Japón un artículo o que alguien te mande el perfume de un beso.

Y en esta época de comunicaciones, el ministerio del interior se apropia del derecho a entrometerse, a espiar, a almacenar  comentarios y  besos. Ya no podemos entregarnos a nadie a través de la palabra. Regresamos a la dictadura. Franco tenía en exclusividad la potestad de oírnos. El gobierno, supuestamente democrático, se atribuye una facultad propia de dictadores.

Nos han recortado el derecho a la sanidad, a la enseñanza. Han destruido derechos laborales, derechos de jubilación, de dependencia, de justicia gratuita. Están construyendo una sociedad donde los ricos sean más ricos a costa de que los pobres sean más pobres. Se da por bueno el chantaje laboral, se promueve la “movilidad exterior”, se cargan de impuestos las espaldas del obrero y se libera a los grandes capitales. ¿Seguimos?

Ahora se apropia esta libertad de comunicación y espían nuestras conversaciones bajo el farisaico argumento de la seguridad.

La libertad es un riesgo que debemos asumir. La dictadura es un regreso a los tiempos en que no había que meterse en política porque el pensamiento único y dictatorial lo encubría todo.


Ahí estamos. De regreso. Hacia una ayer infame. Y lo que más escuece es que se haga desde parámetros democráticos. 

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