viernes, 5 de septiembre de 2014

EL PAN NUESTRO…





Ahora resulta que los salarios deben tener una cuantía  suficiente que permita al perceptor llenar el estómago. La O.C.D.E. se ha dado cuenta que si el trabajador no come puede morirse y tampoco es cuestión de pasarse el día enterrando albañiles, mecánicos o periodistas.

Surgió la crisis  (traducción elegante del término estafa) y hubo que rescatar bancos, obligar a muchos enfermos a elegir entre la sopa de ajo y el Seretide, a despreciar a miles de inmigrantes y privarles del derecho a la sanidad que solidariamente pagamos entre todos. Hemos permitido que el empresario chantajee al obrero con la pérdida de su salario, hemos suprimido derechos laborales y ciudadanos, se nos ha llenado la boca proclamando que las pensiones crecían 35 céntimos, hemos desahuciado a miles de ahorcados por una hipoteca infame, hemos sometido la enseñanza pública en alumnos amontonados en aulas sin calefacción, hemos consentido  el hambre de niños, hemos animado a ejercer la caridad para poder despreciar la justicia, hemos aportado millones a la Iglesia para que siga conduciendo al cielo a los que sienten asco de vivir en la tierra. España es una escombrera, un vertedero donde no caben más materiales de desecho.

Todos los potentados de la tierra exigieron que para poder enriquecerse ellos y agrandar el foso que separa a los supermillonarios de los miserables, fuera necesario y urgente apretar la corbata hasta ahogar. Y se obligó, bajo chantaje, a aceptar horas y horas de trabajo a cambio de salarios de esclavitud. Y el trabajador tenía que aceptarlo porque más cornás da el hambre. Pero que la hipoteca, pero que la luz, pero que la comunidad…Y comer?  Eso es lo último. O que tus padres repartan los cuatrocientos euros de pensión para que los niños no olviden las naranjas o el pan con chocolate. Tú y yo aguantamos el estómago como aguantamos el sexo porque ni fuerza para besarnos quedan. Nos agobia el asco, la desesperanza, la falta de futuro, los horizontes cerrados, el desprecio de quien nos exige separarnos para residir en Laponia, de quienes nos ponen turnos de noche para que recortemos hasta las caricias bajo las estrellas.

Y de repente, contra Merkel, contra el F.M.I., contra Dragi, la O.C.D.E. cae en la cuenta de que los trabajadores también se mueren si no comen, de que los comerciantes se mueren si no comen, de que los coches se quedan viejos si no comen, de que todo se viene abajo si no come. Y ahora dice que hay que subir los salarios. Y se lo dice a Montoro que afirma que no han bajado, que sólo se han moderado. Y se lo dicen a Rosell que está convencido que han subido en ciertos convenios un 0,6%, y se lo dicen a Fátima Báñez que sube las pensiones 38 céntimos. Y Rajoy está triunfante y entra en Moncloa sobre el borriquillo de Jerusalén con la emperatriz alemana en la grupa. Hay que seguir ahorcando a los españoles aunque parezca duro, dijo en Santiago después de abrazar a Dña. Angela y al Apóstol. Ese ahorcamiento ha dado frutos fantásticos, dice, sin darse cuenta de que la escombrera empieza a oler a enterramiento o apostando por ese fusilamiento estomacal pese a ser consciente de su crudeza. Por la noches, antes del último beso a sus hijos, Rajoy se mira en el espejo, sonríe como sólo él sabe hacerlo, y se enfunda en el orgullo de ir cada día logrando el cambio de sistema de manera que los ricos sean más ricos a costa de que los pobres sean más pobres, como debe ser, como dios manda.

Y ahora resulta que aparece ese organismo de izquierda radical, extremista, marxista-leninista que se llama O.C.D.E. y dice que hay que subir los salarios porque los trabajadores tienen que comer. Debe ser culpa del nuevo secretario del PSOE. Y quien sin duda está detrás es Ada Colau y Pablo Iglesias, inspirados por Maduro como antes lo fueron por Chaves. Y sin duda se ha colado Fidel Castro.  Todos eso caudillos radicales han ahogado los derechos ciudadanos, mientras que aquí Alberto cuida a la mujer, Fernández Díez mima a la ciudadanía, Mato nos vacuna contra los extranjeros y Wert resucita aquello de que inventen ellos.


¿Quién ha dicho que algunos tengan derecho al pan nuestro de cada día?

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