jueves, 18 de septiembre de 2014

DIOS TIENE UN PROGRAMA


En aquel tiempo, Gallardón se vistió de progresía. No encontró un traje de pana y no le valía el de Alfonso Guerra porque  era mucho más delgadito. Felipe lo había reciclado porque los consejeros delegados de los ricos del mundo no pueden vestir de pana. Gallardón se colgó entonces una vestimenta de progresía que encontró en una tienda de disfraces carnavalescos y se lanzó a la M-30, M-40 y todas las M de asfalto. Casó a dos homosexuales, cenó con Bono-socialista-socialista-católico-socialista-izquierda-izquierda y se instaló en Cibeles para tener cerca una diosa con quien hacer el amor cada mañana. Se peleó con Aguirre (esa pelea era más de izquierdas-año-82) y terminó siendo ministro en el gabinete de Rajoy señalado por el dedo erecto de Aznar en un acto de onanismo sin precedentes.

Gallardón no sabía qué hacer con su ministerio. Pidió consejo entonces a Rouco Varela y a Utrera Molina. Y estuvieron de acuerdo. Utrera recordó a Pilar Primo de Ribera y confesó su admiración por la mujer que lava, plancha y se pone un pichi pudoroso para que su marido vaya guapo por el mundo o engendre hijos si su testosterona busca  de noche una entrepierna. La mujer, le dijo, es más mujer si es madre. No permitas el aborto. Franco siempre lo habría prohibido porque era católico, apostólico y romano. Y Rouco asintió. Los socialistas son asesinos que traicionan el nacionalcatolicismo que hizo de España una, grande y libre.

Gallardón se vistió de gris marengo como un  Cid Campeador del Corte Inglés y empezó su cruzada. No haría otra cosa en sus próximos años de ministro. Ejercería de matrona gubernamental para velar por el nacimiento de todos en contra incluso de los derechos de las madres. Las mujeres no tienen derechos sobre su vagina, ni su útero, ni su cuerpo. La mujer es propiedad del capricho de los espermatozoides y si mientras él se fuma un cigarrillo poscoital uno de ellos se enamora de un óvulo, allí está Dios, asegura Rouco, insuflando un alma y ya podemos comprar el trajecito azul-rosa, dependiendo.

Mariano cenó con Arriola. Arriola le aseguró que si Gallardón seguía ejerciendo de matrona, arrancaba derechos a la mujer y exigía la maternidad, aunque ella trajera niños malformados y enfermos, los votos de la mayoría se irían por una cloaca nadie sabe a dónde. Había que exigir a Gallardón que se bajara de Babieca, que entregara su Tizona y se dedicara a añorar la alcaldía y las carreteras de circunvalación. El aborto es un asesinato, dijo Mariano. Me lo ha dicho Rouco esta mañana de parte de Utrera Molina. Los votos bien valen un asesinato, respondió Arriola. Mariano no lo pensó. Arriola siempre tenía razón. Y ni Benigno Blanco, ni la Conferencia episcopal podrían revocar su destino de reelección para una nueva presidencia. Hay que cumplir el programa electoral, decían públicamente Pons y Floriano, esos talentos que rivalizaban con Marhuenda en su papel de bufones mayores del reino. Sanidad, educación, pensiones, estado de bienestar…tampoco lo hemos cumplido y ahí estamos, condenando la herencia recibida. Hemos hecho de Zapatero un narcotizante de la historia y carga con todas las culpas. Zapatero es como un toro de Tordesillas. Si no cumplimos con la promesa de renovar la ley del aborto es porque Bibiana Aido nos dejó un legado perverso. Y total, si admitimos el asesinato que rechazábamos, la Blanca Paloma nos lo perdonará.

Quedaban en pie los Obispos. Y los Obispos proclamaban contra toda lógica política, que los programas están para ser cumplidos. Había por tanto que hacer del aborto un hito de defensa de la vida, de ese instante en que Dios al pie de la cama infunde un alma y hace de la plenitud amorosa un niño rubio de ojos azules. Los Obispos no exigieron que se creara empleo, que no se desahuciara por humanidad, que se atendiera sanitariamente a los sin papeles porque también ellos son angelitos negros, que se echara una mano a los dependientes, que no sufriera mermas la educación, que las pensiones fueran dignas para que el júbilo fuera la alegría que le término encierra, que el empleo fuera sinónimo de dignidad, que los homosexuales tienen derecho al amor porque los besos buscan labios acogedores, que las mujeres maltratadas merecen el respeto de una caricia amorosamente universal.

Nada de eso exigieron los obispos. Ni Benigno Blanco. Ellos comprendían que esa herencia maldita imposibilitaba el crecimiento económico repartido con justicia distributiva. Por eso exigían que por lo menos respetaran a los no nacidos ya que no se respetaban los derechos de los ya nacidos.

Dios tiene un programa. Dios quiere ser reelegido. Dios cumple y proclama que los pobres serán acogidos en el reino de los cielos.


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