sábado, 20 de septiembre de 2014

AQUELLA CARTA



Te escribí aquella tarde.
Estaba triste.
Me pesaban los besos y la sangre.
Te hablaba de los árboles
crecidos en los ojos,
de otoños en las ramas,
desnudos como muchachas limpias
sin ayer, sin nunca,
a punto de troncharse.
Te decía que abrazaba la nostalgia,
hueca, líquida, sin cuerpo
como una luna herida
que encara su muerte en un espejo.
No sé si te llegó mi lejanía,
el gemido de un sexo naufragado,
sin tu cuerpo entreabierto a los envites
cuando las noches eran zumo de cerezas.
Te mandé los recuerdos en un sobre cerrado,
para siempre cerrado
como un río doblado en cuatro partes,
papiroflexia acuática que encierra los secretos.
Para ti los jardines, las palmeras,
la yedra de tu pubis y la espuma
de mi sexo regando tu ternura.
Te escribí aquella tarde
para decirte lo que no supe decirte
cuando bailaban las piernas en tu vientre,
en mi vientre,
el vals más hermoso
de amaneceres y arena.
Te firmo con la huella de mis manos
como cuando tu piel certificaba
que éramos dos soledades albergadas
en el hueco del tiempo.


Post data.

Se me enredó una luna entre las manos.
La cuelgo en tu sonrisa

y me marcho al vacío absoluto de mí mismo.

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