domingo, 27 de enero de 2013


TRENES


                                                            
                                              Para Elena, un alma con tacones.






Se nos han roto  los trenes
como se rompen los ojos de las rosas.
He colgado las camisas en la vida
por si me muero esta tarde.
Me molesta el desorden de la lluvia
por los caminos ácidos del viento.
Sin trenes. Preguntando a las huellas olvidadas,
escalando los ríos verticales
de  tus pechos azules, planetarios.
Estamos solos. Yo aquí. Tú, no sé dónde.
Sin trenes para la distancia,
con las camisas colgadas
por si me muero esta tarde.
Necesito los vientres de tu aliento,
la arboleda oscura de la vida,
porque no tengo trenes que me lleven
desde aquí a no sé dónde, a no sé dónde.
Si te encuentras un día los trenes destrozados
por la guerra civil de mi ser dividido,
reconstruye los hierros y cuelga las camisas
para que no me muera esta tarde por la tarde.



viernes, 25 de enero de 2013


LA COLA DEL PARO


Para Ana, que se apellida Luna
porque la lleva en los ojos verdes.







Ana es bella como una giralda morena. No he tenido nunca sus ojos frente a frente. Vivimos en la distancia que ella cubre con la palabra rebelde, con la imagen de una Sevilla altiva de feria y semana santa, de farolillos y macarenas que lloran el fracaso de un cristo hijo por Placentines estrecha. Ana es bella como una giralda morena.

Seis millones de hombres, de mujeres, de hambre, de frío, de miedo, de humillación, de pasado sin futuro, de ayer sin mañana, de nostalgias sin creación. La cola del paro para pedir movimiento, para no perder masa muscular, para seguir andando. Pero no hay camino, ni calor, ni orgullo. Hay inmovilidad tan solo, abandono tan solo, desesperación tan solo. Y el asco hasta el cuello como un agua podrida, infectada, con parasitosis en los intestinos de la vida.

Ana es bella como una giralda morena. Con noches de luchadora sindical en el rostro, con pancartas exigiendo la existencia de la mujer-mujer, con gritos persiguiendo derechos laborales. Por la Sevilla de Sierpes y Sagasta, por La Palmera y el Costurero de la Reina, Campana y Encarnación. Universidad en los apuntes, pan y manteca “colorá”, calentitos café con leche los domingos de besos y manos enlazadas.

Isla Mágica nacida entonces, cuando Sevilla fue más Sevilla. Isla Mágica vomitando huelgas, parados sobre un Guadalquivir ancho de turistas, de puentes, trianas y cachorros. Isla Mágica parida por un Guadalquivir con cintura faralaes, maestranzas en los pechos y monteras de Curro en las orillas. Sevilla está en la cola. Sevilla es una cola ante un INEM inmenso de desengaños, de sobrantes de casetas con señoritos de “pescaito” y vino fino La Ina. Sevilla de luto pero hermosa como la Ana de ojos grandes buscando un quehacer productivo para ganarse el pan con la honradez limpia del trabajo.

Pero no hay trabajo. Ana, la bella Ana, es un número, sólo un número en la cola infinita del asco. Le dijeron que sobraba, que se buscara la vida por las aceras, por la plaza de la Virgen de los Reyes, Arzobispado y Catedral con salida al Barrio de Santa Cruz. “Ay, barrio de Santa Cruz, ay, plaza de Doña Elvira”  “Porque han clavado dos cruces en el monte del olvido”  Eso son los parados: el gran monte del olvido, con cuatrocientos euros si acaso, con la limosna del banco de alimentos si acaso para los niños sin leche, para los desahuciados sin techo, para los que han perdido el trabajo como quien se olvida de la propia existencia en los soportales de la pena.

Ningún dolor es urgente a partir de las ocho de la tarde. Nadie puede nacer cuando se pone el sol. Ni está permitida la hemorragia, ni el infarto a deshora. Hay que organizar el dolor como se organiza la cola del paro con vigilante privado que no permita que el hastío se salga de la cola, porque hasta el vómito tiene que guardar un orden. Era ingeniero, pintor, abogado, maestro, enfermera. Eran. Tiempo verbal del pasado. Son cola ahora, desesperación ahora, con ayer pero sin ahora, con recuerdos de album de fotos que se pondrán marrones cuando los nietos sean si son algún día nietos. Porque no están los tiempos para el amor, para hombres erectos, para piernas con el amor por dentro, para sangre vertical y besos y caricias y palabras boca a boca.

España se ha dado cita en la cola del paro. Seis millones circunvalando España. Tapándose la cara como esos delincuentes arrepentidos y asqueados. España vergüenza de sí misma. Otra vez con la cartilla de racionamiento, con el azúcar moreno, con el estraperlo de la esclavitud: a la rebusca de la aceituna, del algodón, reformas y pinturas. Quinientos euros al mes, diez horas de trabajo, de domingo a domingo. Si no lo quieres te jodes, dice la niña Fabra desde un escaño rojo. Otro lo querrá por los churumbeles, el miedo, la “cornás” del hambre. Sí, es el estraperlo de la esclavitud.

Yo quiero ver a la CEOE, a Rajoy, a Fátima frente a los ojos verdes de Ana morena. Yo quiero ver a Rosell, a Arenas, a Cospedal, a Pons, a las promesas-putas que maquillaron la mentira para llegar a Moncloa. Aquí quiero ver la reforma laboral que crearía trabajo, a los mercados, a la prima de riesgo, al déficit sosteniendo la mirada a esta giralda morena. Son ellos ahora los que deberían ponerse en la cola de la desvergüenza, de la traición, para dormir en un prostíbulo de barrio negro.

Ana, la bella, la de cintura de giralda, seguirá siendo alegría, esperanza, infinita mirada porque la pena negra no tendrá poderío para mirarle a los ojos verdes de Ana morena.




sábado, 19 de enero de 2013


HEDONISMO




Los humanos no estamos conformes con la limitación impuesta por las fronteras del tiempo. “El hombre es en ser en el tiempo”  decían los existencialistas. Las ansias de sobrepasar esas fronteras han sido potenciadas por las religiones que prometen otra vida eterna feliz o desgraciada según el comportamiento que hayamos tenido en este valle de lágrimas. Pero ante la duda de que esa vida de ultratumba pueda o no desmoronarse, los humanos nos empeñamos en perdurar en el recuerdo de los que seguirán  en la historia. Y el recuerdo se convierte en una metaexistencia en la que desprovistos de limitación alguna gocemos de la juventud de la memoria siempre renovada de los que vivirán el mañana.

Esta urgencia de perdurar se agudiza en los políticos. Son conscientes de la perdurabilidad de sus privilegios, de sus agendas de contactos útiles, de sus prerrogativas económicas. Pero añoran como nadie el salto al futuro por la alusión a sus decisiones de construir carreteras, puentes, monumentos o legislaciones que demuestren la capacidad creativa de su paso por la presidencia de un país, por un ministerio o por una simple concejalía de boina y bastón. Y por ahí van, destruyendo lo que hizo el cargo anterior, para dejar la impronta de su pie.

Gallardón pasó gran parte de su vida disimulando ser gallardón. Era un Alberto sin apellido. Aspirando a lo que aspiraba, pero diciendo que no aspiraba. Dejándose entrever como un escote que esconde pero que es sólo balcón de promesas. Nunca estuvo donde estaba porque quería estar donde no estaba. Presidente de la Comunidad de Madrid con un palacio de la Moncloa en el bolsillo. Alcalde de Madrid con Génova-séptima-planta en los zapatos. Con un banco azul-ministerial, pero los ojos puestos en un banco azul-Rajoy que lleva escondido en un cartapacio rojo que disimula el azul-Utrera-Molina.

Llegaré, se dice a sí mismo ante el espejo, mientras sostiene la corona de laurel en sus cejas de mont-blanc. Falta menos para la meta, aunque nunca sea mérito de Esperanza-caza-talentos. Ella no leerá mi currículum porque tiene un jefe catalán separatista y yo soy  patriota de la España una, grande y libre que heredé de Fraga.  Alberto por ahora hasta el Gallardón de mañana, ha ampliado el espejo de la entrada de su casa, de su despacho, de su coche oficial. Para verse de cuerpo entero, para que reflejar su grandeza grande, su inconmensurable estatura de estadista.

Alberto, por ahora sólo Alberto, contempla el antiguo edificio de Correos, con una diminuta Ana Botella dentro, porque el nuevo ayuntamiento le viene grande, porque le sobra belleza a Ana y José María juntos, y pone sus pies sobre la M-30 asfaltada con siete mil millones de euros, atascada de deuda como si de una operación retorno se tratara.

Y Alberto, presidente de sí mismo y para sí mismo, en espera del todo nacional, empieza haciendo mujer a la mujer sólo si es madre, siendo matrona de niños imposibles, blandiendo cárceles para madres sin maternidad, poniendo cadenas a la pena para que sea más perpetua, revisándola para que no se oxide, cerrando horizontes de reinserción porque la Constitución hay que cumplirla pero sólo hasta cierto punto, colgándole  precio a la justicia, castigando a los que den pan a un inmigrante negro porque eso es retardar la pureza de la raza, desenamorando la homosexualidad porque la testosterona se ejerce como Dios manda, porque hay que sublevarse contra los besos, las caricias y los muslos anatematizados por Rouco príncipe, por Opus primogénito, por infiernos prometidos.

Va caminando Alberto hacia el Gallardón de mañana, hacia la presidencia suprema, hacia la carcajada contra Esperanza-funcionaria-pobre-funcionaria, cazatalentos de cocacola y tabacaleras cancerígenas. El ya no es él y sus circunstancias de simple presidente madrileño, de alcalde estrenando carreteras, de ministro doblando la cabeza. Ahora él ya es él.

Juro por mi conciencia y honor ser Gallardón para siempre



martes, 15 de enero de 2013


DE LOS BUENOS CRISTIANOS…




“De los buenos cristianos, líbranos, Señor”  Lo decía el angustiado Unamuno. Hoy sigue siendo una invocación válida y urgente. La compatibilidad entre ciencia y religión es un desideratum antiguo, pero no por antiguo menos incongruente. La Iglesia, siempre orgullosa de poseer el monopolio de la verdad, nunca ha admitido que pueda haber verdades científicas al margen del depósito de la palabra de Dios de la que se proclama albacea única. Y lo que los científicos investiguen y las conclusiones a las que lleguen no pueden estar enfrentadas en ningún caso con esa revelación de la que se proclama administradora única. A falta de una coherencia unitaria de la revelación, la Iglesia ha necesitado convertir el evangelio en un refranero que acuda con cada sentencia proverbial a tapar los agujeros que la ciencia construye para negar con ecuación con la voluntad divina. Ha pagado caro este orgullo. Galileo, Servet y otros muchos son testigos de su crueldad. La Inquisición (nunca santa) inmoló descubrimientos entre llamas, ocultó descubrimientos, enterró obras literarias. Y esa inquisición (nunca santa) sigue condenando la teología de la liberación, la dedicación prioritaria al mundo de los pobres, las opiniones de quienes se adentran en el misterio del hombre.

El ministro de Justicia, Alberto Ruiz Gallardón (qué descentrado está el hombre a quien se descentra el centro) se ha perdido a sí mismo por el laberinto de la M-30 de su alma. Y para encontrarse, ha agregado al comité de Bioética existente a personas que le alumbren la salida jeroglífica del aborto, el matrimonio homosexual, las células madre…Nicolás Juve de la Barreda ha empezado su pontificado intelectual con un ensayo digno de consideración.

Desde la ciencia, asegura este insigne torquemada, las relaciones sexuales entre personas del mismo sexo son una inmoralidad, porque la homosexualidad no se fundamenta en rasgos genéticos, sino en una desviación de la conducta a la que se llega por opción personal. El determinismo genético choca frontalmente con el trasfondo moral y en consecuencia para este catedrático debe prevalecer la visión católica a la postura científica.

Vicente Bellver, profesor de Filosofía del derecho de Valencia, propugna en nombre de su visión católica que las células madre de adultos ganan ahora mismo la carrera a las células madre embrionarias. El creacionismo reservado a la omnipotencia del dios hacedor del mundo entra en competencia con la creación del hombre en beneficio del hombre. No importa la aportación de vida del ser humano a la vida de otro ser humano. Ese gozo creador debe ser menospreciado en aras de un dios que nada tiene que ver con la evolución de Darwin o la plenitud intelectual e investigadora del ser  humano.

Sólo apuntar finalmente la visión estrávica que sobre el aborto mantiene Natalia López Moratalla  “El aborto voluntario produce problemas psiquiátricos en la mujer”  ”Un 81% tiene riesgos de problemas mentales”

La incorporación de estos tres católicos por deseo de Gallardón al comité de bioética creado en 2007, aporta una visión de conferencia episcopal empotrada en la visión de un ministro de justicia que desde que asumió su cartera ha sido eco de cabezas mitradas y anillos papales. Gallardón aspira a Moncloa. Y para dar cumplimiento a sus sueños sabe que tiene que estar al lado de la jerarquía eclesiástica, de organizaciones pro-vida y de aquellos que machacan el amor homosexual porque el amor estorba cuando en los ojos sólo se dibuja la España una, grande, libre, de sagrado corazón en vos confío, de adoración nocturna y opus ministerial.

Hay que ayudar a cerebros católicos que ponen a dios en su altar supremo, bajo cuyos pies se aplaste la iniciativa creadora de la ciencia.





domingo, 13 de enero de 2013


ESPAÑA POR AMOR DE DIOS




España está a las puertas de una iglesia. Sucia, hambrienta, borracha. Rodeada de colillas, don simón acuoso y un perro con el estómago colgado del costillar. España desnuda de Lorca, de Dámaso Alonso, de Juan Ramón. España repudiada de gótico, románico, alhambras y mezquitas. Sin Sevilla de giraldas, sin Granada de generalifes, sin Galicia de rías y Asturias de sangre verde. Desnuda España de España. Ella sin ella. Hueca. Vacía. Sin andamio interior donde apoyar su historia.

Comedores llenos de hambre. Estómagos en fila. El frío de luna acumulado en los huesos. Frío sobre frío y frío. De noche de aceras, de cajero con cartones, de puentes con restos de desahucios. Niños de mocos helados. Mujeres sin muslos para maridos en paro. Viejos hartos de ser viejos, con la muerte deseada en las esquinas. Enfermos sin el gelocatil para el reuma empedernido. Dependientes con muletas de madera, como en el tiempo aquel, con pensión de guerra recién terminada en los cincuenta. Antes de Suárez, de Felipe, cuando España era un coto de caza contra el rojerío, con tiros de gracia en las tapias y la bendición de su santidad en las esquelas. Con el hambre de equipaje, como único equipaje. Chocolate a veces los domingos. Pollo a veces los domingos. Mujeres de luto eterno, piernas cerradas para siempre porque no quedan machos que fecunden, porque no hay unos labios donde posar los labios, porque no hay unas manos para pechos olvidados.

Abuelos sacados de sus residencias de ancianos para hacerle papillas al churumbel de dos años, para el caldo de algarrobas, para el pan duro tostado y sin aceite. Abuelos con sesenta años de guadañas cotizadas, de espigas adolescentes, de aceitunas rebuscadas en las fincas del señorito, de patatas arrancadas a escondidas, de guardias civiles con capote y a caballo esposando a los ladrones de sandías, a lutes que caminaban o reventaban. Abuelos de cuatrocientos euros para repartir entre treinta día del mes, entre seis bocas de familia.

España de un ahora que es de ayer, de un entonces que parecía olvidado, de un pasado resucitado en Cuelgamuros. Como cuando el racionamiento, las cartillas, el estraperlo. Como la España que cuentan los que cuentan que hubo una guerra, una santa cruzada, bendecida urbi et orbe, cuando los comunistas eran tan comunistas que hasta Dios ayudaba porque Dios era de derecha y sostenía el palio.

Hemos vuelto al hambre, a la beneficencia, a la caridad vicaria de la justicia, al obrero esclavo, al despido caprichoso, a la indemnización-limosna, a los derechos tronchados, la  libre expresión encauzada,  la huelga “modulada” al andamio como precipicio, al chantaje de seiscientos euros si quieres y si no los querrá otro, al miedo como herramienta de dominio, a la juventud sometida porque menos da una piedra, a la calle como infierno arrinconado porque las colas del hambre harán lo que yo quiera que para eso tengo el dinero.

Y en esas estamos. España como aquella España  que cuentan, que creíamos enterrada, sepultada para siempre por la sierra madrileña. El entonces hecho presente, aquí, ahora. Sin esperanza, sin futuro. Con desesperados a millones, con juventud sin mañana, con maletas otra vez camino de Alemania, a engordar los mercados, a ser camareros de primas de riesgo, a limpiar los zapatos a la banca, a sacarle brillo a las farolas de Bruselas.

La historia no se repite, se vomita. Y se esparce el asco por la vida. Y nadie sabe cuánto tiempo manchado queda hasta que vuelva si vuelve la alegría, la esperanza, las ansias de vivir.

España a las puertas de una iglesia. España por amor de Dios.



martes, 1 de enero de 2013


MIEDO



Tengo miedo. No miren el diccionario de la RAE porque tal vez no refleje con exactitud las estrías que siento en el alma. Sólo pretendo que entiendan esta sensación de estar suspendido en el abismo, dependiendo de que no sé quién afloje un poco el hilo que me sostiene y me deje caer al vacío.

Miedo a que los bancos sigan dando patadas en el alma indefensa de los que no pueden pagar su hipoteca y los lancen al hueco misericordioso de un puente.

Miedo a seis millones de parados, amputada la esperanza de futuro para ellos y sus hijos.

Miedo a esos enfermos a los que no se les aplica un tratamiento porque es caro, han cumplido sesenta y cinco años y sus vidas no valen más que para un estercolero con una cruz en la cabecera.

Miedo a esos investigadores que han visto frustrado su afán de arrancarle secretos al misterio de la vida porque dicen que no hay dinero para que el ojo permanezca vigilante ante el microscopio.

Miedo a esa sanidad convertida en negocio que alimenta caviar y langosta mientras la disnea de un enfisema ahoga a la gente en un sofá de urgencias.

Miedo a que la justicia sea suplida por la caridad, a que los derechos se vean destronados por la beneficencia.

Miedo a la regularización del derecho de huelga, de expresión, de manifestación porque en realidad son eufemismos que guardan la supresión de derechos fundamentales.

Miedo a que los dependientes no encuentren una mano que les empuje hasta el sol de media mañana que les renueva las ganas de vivir.

Miedo a que las mujeres maltratadas tengan que someterse como esclavas al látigo de quien debía llenarlas de besos porque desaparecen las casas de acogida y divorciarse dice Gallardón que es una deuda que tienen que pagar como se pagan las deudas del amor.

Miedo de que las mujeres no lleguen a la plenitud del misterio que son porque el actual ministro de justicia sólo otorga ese carnet a las que han traído hijos al mundo. Miedo a que un machismo barato, ciego y revanchista las expropie los derechos sobre su cuerpo, sobre sus decisiones vitales para hacer de ellas sólo auxiliares del quehacer del macho.

Miedo a democracias que por autoritarias son máscaras con rasgos de urnas de libertad.

Miedo a quienes se sienten en el derecho de gobernar contra la voluntad del pueblo argumentando votos arrancados con la mentira, la falsedad, el perjurio y la desvergüenza de quien sabe de antemano su incapacidad para cumplir lo prometido prostituyendo la palabra que es el vientre de la democracia.

Miedo, mucho miedo, a la desconfianza de la ciudadanía hacia sus políticos a los que escupen en la cara que practican una democracia que no nos representa.

Miedo a una derecha que impone su modelo ideológico en todos los órdenes: bancario, laboral, sanitario, especulativo, impositivo.

Miedo a una izquierda que necesita denominarse de centro-izquierda porque le falta coraje para enfrentarse a la situación desde el orgullo de su pasado, porque le escuece la revolución en las manos, porque ha hecho del equilibrio el fiel que olvida el grito de los pobres esclavos frente a los amos del mundo, porque le constriñe una moderación que es simple cobardía, porque habla de una oposición útil porque le come el miedo de poner el mundo boca abajo, porque le pesa la cobardía de la incapacidad para renunciar al propio bienestar a favor de una sociedad desesperanzada.

Me dan miedo los salvapatrias que pueden venir a poner orden aplastando la libertad que tanta sangre ha costado. Me dan miedo los tiros en la nuca, los cementerios al amanecer, los paseillos de la muerte, las trece rosas que fuero mucho más que trece.

Me da miedo el miedo de tantos y tantos que se esconden en su angustia y no se atreven a luchar por un sol vivificante, por el grito limpio que implanta la esperanza, por la mano invencible que levanta la injusticia por la solapa y arrincona el vómito contra la cara de quien escupe.

Me dan miedo quienes se esconden tras las espaldas de los que dan la cara, de los que toman la calle porque es propiedad ciudadana, de los que exigen derechos porque los han parido con dolor, de los que reclaman justicia y desprecian la caridad, de los que postulan elegancia frente al bochorno de la limosna.

Tengo miedo, lo confieso. Lo mastico esta tarde lluviosa de enero y ese zumo del miedo me amenaza la sangre, las caricias y los besos.