HEDONISMO
Los
humanos no estamos conformes con la limitación impuesta por las fronteras del
tiempo. “El hombre es en ser en el tiempo” decían los existencialistas. Las ansias de
sobrepasar esas fronteras han sido potenciadas por las religiones que prometen
otra vida eterna feliz o desgraciada según el comportamiento que hayamos tenido
en este valle de lágrimas. Pero ante la duda de que esa vida de ultratumba
pueda o no desmoronarse, los humanos nos empeñamos en perdurar en el recuerdo
de los que seguirán en la historia. Y el
recuerdo se convierte en una metaexistencia en la que desprovistos de
limitación alguna gocemos de la juventud de la memoria siempre renovada de los
que vivirán el mañana.
Esta
urgencia de perdurar se agudiza en los políticos. Son conscientes de la
perdurabilidad de sus privilegios, de sus agendas de contactos útiles, de sus
prerrogativas económicas. Pero añoran como nadie el salto al futuro por la
alusión a sus decisiones de construir carreteras, puentes, monumentos o legislaciones
que demuestren la capacidad creativa de su paso por la presidencia de un país,
por un ministerio o por una simple concejalía de boina y bastón. Y por ahí van,
destruyendo lo que hizo el cargo anterior, para dejar la impronta de su pie.
Gallardón
pasó gran parte de su vida disimulando ser gallardón. Era un Alberto sin
apellido. Aspirando a lo que aspiraba, pero diciendo que no aspiraba. Dejándose
entrever como un escote que esconde pero que es sólo balcón de promesas. Nunca
estuvo donde estaba porque quería estar donde no estaba. Presidente de la
Comunidad de Madrid con un palacio de la Moncloa en el bolsillo. Alcalde de
Madrid con Génova-séptima-planta en los zapatos. Con un banco azul-ministerial,
pero los ojos puestos en un banco azul-Rajoy que lleva escondido en un
cartapacio rojo que disimula el azul-Utrera-Molina.
Llegaré,
se dice a sí mismo ante el espejo, mientras sostiene la corona de laurel en sus
cejas de mont-blanc. Falta menos para la meta, aunque nunca sea mérito de
Esperanza-caza-talentos. Ella no leerá mi currículum porque tiene un jefe
catalán separatista y yo soy patriota de
la España una, grande y libre que heredé de Fraga. Alberto por ahora hasta el Gallardón de
mañana, ha ampliado el espejo de la entrada de su casa, de su despacho, de su
coche oficial. Para verse de cuerpo entero, para que reflejar su grandeza
grande, su inconmensurable estatura de estadista.
Alberto,
por ahora sólo Alberto, contempla el antiguo edificio de Correos, con una
diminuta Ana Botella dentro, porque el nuevo ayuntamiento le viene grande,
porque le sobra belleza a Ana y José María juntos, y pone sus pies sobre la
M-30 asfaltada con siete mil millones de euros, atascada de deuda como si de
una operación retorno se tratara.
Y
Alberto, presidente de sí mismo y para sí mismo, en espera del todo nacional,
empieza haciendo mujer a la mujer sólo si es madre, siendo matrona de niños
imposibles, blandiendo cárceles para madres sin maternidad, poniendo cadenas a
la pena para que sea más perpetua, revisándola para que no se oxide, cerrando
horizontes de reinserción porque la Constitución hay que cumplirla pero sólo
hasta cierto punto, colgándole precio a
la justicia, castigando a los que den pan a un inmigrante negro porque eso es
retardar la pureza de la raza, desenamorando la homosexualidad porque la
testosterona se ejerce como Dios manda, porque hay que sublevarse contra los
besos, las caricias y los muslos anatematizados por Rouco príncipe, por Opus
primogénito, por infiernos prometidos.
Va
caminando Alberto hacia el Gallardón de mañana, hacia la presidencia suprema,
hacia la carcajada contra Esperanza-funcionaria-pobre-funcionaria, cazatalentos
de cocacola y tabacaleras cancerígenas. El ya no es él y sus circunstancias de
simple presidente madrileño, de alcalde estrenando carreteras, de ministro
doblando la cabeza. Ahora él ya es él.
Juro
por mi conciencia y honor ser Gallardón para siempre
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