MIEDO
Tengo
miedo. No miren el diccionario de la RAE porque tal vez no refleje con exactitud
las estrías que siento en el alma. Sólo pretendo que entiendan esta sensación
de estar suspendido en el abismo, dependiendo de que no sé quién afloje un poco
el hilo que me sostiene y me deje caer al vacío.
Miedo
a que los bancos sigan dando patadas en el alma indefensa de los que no pueden
pagar su hipoteca y los lancen al hueco misericordioso de un puente.
Miedo
a seis millones de parados, amputada la esperanza de futuro para ellos y sus
hijos.
Miedo
a esos enfermos a los que no se les aplica un tratamiento porque es caro, han
cumplido sesenta y cinco años y sus vidas no valen más que para un estercolero
con una cruz en la cabecera.
Miedo
a esos investigadores que han visto frustrado su afán de arrancarle secretos al
misterio de la vida porque dicen que no hay dinero para que el ojo permanezca
vigilante ante el microscopio.
Miedo
a esa sanidad convertida en negocio que alimenta caviar y langosta mientras la
disnea de un enfisema ahoga a la gente en un sofá de urgencias.
Miedo
a que la justicia sea suplida por la caridad, a que los derechos se vean
destronados por la beneficencia.
Miedo
a la regularización del derecho de huelga, de expresión, de manifestación
porque en realidad son eufemismos que guardan la supresión de derechos
fundamentales.
Miedo
a que los dependientes no encuentren una mano que les empuje hasta el sol de
media mañana que les renueva las ganas de vivir.
Miedo
a que las mujeres maltratadas tengan que someterse como esclavas al látigo de
quien debía llenarlas de besos porque desaparecen las casas de acogida y
divorciarse dice Gallardón que es una deuda que tienen que pagar como se pagan
las deudas del amor.
Miedo
de que las mujeres no lleguen a la plenitud del misterio que son porque el
actual ministro de justicia sólo otorga ese carnet a las que han traído hijos
al mundo. Miedo a que un machismo barato, ciego y revanchista las expropie los
derechos sobre su cuerpo, sobre sus decisiones vitales para hacer de ellas sólo
auxiliares del quehacer del macho.
Miedo
a democracias que por autoritarias son máscaras con rasgos de urnas de
libertad.
Miedo
a quienes se sienten en el derecho de gobernar contra la voluntad del pueblo
argumentando votos arrancados con la mentira, la falsedad, el perjurio y la desvergüenza
de quien sabe de antemano su incapacidad para cumplir lo prometido
prostituyendo la palabra que es el vientre de la democracia.
Miedo,
mucho miedo, a la desconfianza de la ciudadanía hacia sus políticos a los que
escupen en la cara que practican una democracia que no nos representa.
Miedo
a una derecha que impone su modelo ideológico en todos los órdenes: bancario,
laboral, sanitario, especulativo, impositivo.
Miedo
a una izquierda que necesita denominarse de centro-izquierda porque le falta
coraje para enfrentarse a la situación desde el orgullo de su pasado, porque le
escuece la revolución en las manos, porque ha hecho del equilibrio el fiel que
olvida el grito de los pobres esclavos frente a los amos del mundo, porque le
constriñe una moderación que es simple cobardía, porque habla de una oposición útil
porque le come el miedo de poner el mundo boca abajo, porque le pesa la cobardía
de la incapacidad para renunciar al propio bienestar a favor de una sociedad
desesperanzada.
Me
dan miedo los salvapatrias que pueden venir a poner orden aplastando la
libertad que tanta sangre ha costado. Me dan miedo los tiros en la nuca, los
cementerios al amanecer, los paseillos de la muerte, las trece rosas que fuero
mucho más que trece.
Me
da miedo el miedo de tantos y tantos que se esconden en su angustia y no se
atreven a luchar por un sol vivificante, por el grito limpio que implanta la
esperanza, por la mano invencible que levanta la injusticia por la solapa y
arrincona el vómito contra la cara de quien escupe.
Me
dan miedo quienes se esconden tras las espaldas de los que dan la cara, de los
que toman la calle porque es propiedad ciudadana, de los que exigen derechos
porque los han parido con dolor, de los que reclaman justicia y desprecian la
caridad, de los que postulan elegancia frente al bochorno de la limosna.
Tengo
miedo, lo confieso. Lo mastico esta tarde lluviosa de enero y ese zumo del miedo
me amenaza la sangre, las caricias y los besos.
3 comentarios:
Sigo como siempre, bebiendome sus artículos, tan útiles y necesarios para mantener la esperanza de que acabe estas páginas, que hoy se escriben, que nos lleva a premiar, con puestos de gran altura y bien remunerados, a presuntos delicuentes o al menos imputados de algún posible delito. Creo que no tenemos remedio...
Un abrazo amigo.
Yo tambien siento ese miedo.
Ojala que no fuera cierto
Un saludo.
Acabo de encontrarme este blog por casualidad, y trato de leer cuanto en él hay escrito, porque lo considero buenísimo. Hecho de menos la posibilidad de reenviar a otros medios (facebook, Twitter, Google+, etc.)su contenido, con solo pulsar un botón, pero lo haré copiando y citando la procedencia como es lógico. Espero Rafael Fernando que no hay ningún problema en hacerlo, si es así le ruego me lo diga para no hacerlo.
Publicar un comentario