EL DOLOR DE PLASTICO
El
enfermo siempre es un pobre. El dolor es un abandono de la vida, un descuelgue
del andamiaje de la existencia. Se intuye el vacío, se palpa la nada, se mastica la sombra infinita, para
siempre infinita. El enfermo es siempre un pobre.
Atacar
la pobreza de la enfermedad es quemar entre risas la miseria de un hombre en un
cajero, pisar la dignidad última que nos queda cuando las circunstancias se han
alimentado de la dignidad que tuvimos, de la verticalidad orgullosa que fuimos,
de la grandeza del amor que nos inundó cuando jóvenes, cuando enamorados se nos
venían encima los besos como cosechas de manos y caricias. De golpe enfermos, y pobres
mendigando en la acera de la vida un poquito de viento para el pulmón cerrado,
para la sangre que olvidó el camino del corazón, para el sida que maduró como
un tuétano de amor.
Y
alguien suprime el viento y las autopistas de la sangre y la médula del amor y
contempla, con los ojos llenos de hielo negro, cómo alguien se muere porque debe
morirse, porque cumple el deber de muerto prematuro, porque no quiso o no pudo
recordar su cuenta corriente, porque nunca la tuvo, porque se la tapó un
banquero sin escrúpulos.
La
sanidad comienza en los pirineos como cuando en los pirineos comenzaba Africa
en otros tiempos. Ahora limita al sur y
sus habitantes somos todos blancos o morenos de sol y nieve, con brazos
de gimnasio y espaldas de esteroides. Abajo, siempre abajo, marroquíes,
saharianos, subsaharianos y todos los que tienen el hambre atada a la cintura.
Ya no son de los nuestros porque no trabajan “para nosotros” Han dejado de ser esclavos para convertirse
en olvido, en memoria roja de ladrillo barato, en ayer de pateras tragadas por
la espuma, por las olas hambrientas de un mar sin corazón. Sólo les queda el
derecho a la cornada del dolor, de la pobreza que entraña, a la muerte como un
terraplén organizado para enterrar la vida de los que vinieron un día buscando
el pan que nadie quería. Se ha legislado la muerte para que sea un acontecimiento
organizado. Todos sufrimos, todos morimos, pero hay que dar preferencia a los
que acumulan dolor y muerte sin un trozo de plástico que les aplace el adiós de
despedida. Ellos y nosotros estamos separados por ese plástico azul y blanco
que nos da derecho a un trago de oxígeno, a un bypass o a un retroviral de
última generación. Al otro lado están
ellos, los excluidos por ley o por real decreto, rubricado y sellado por
un rey que mata elefantes en Africa y que apunta ahora, mirada telescópica a
punto, sobre los ébanos de carne brillante.
Somos
occidente cristiano, reserva espiritual, con gallardones que anatematizan
abortos, con defensores aguerridos de la vida como un don del Dios dueño del
alma que determina a placer la hora de la muerte. Pero Dios es de derechas y
firma también reales decretos y acepta la tarjeta de plástico como un
ordenamiento universal que regula la
pobreza y el dolor como distintos del dinero y el placer. Dios se parece a Ana
Mato.
Tú
y yo tenemos un dolor legal. Ellos, no. Ellos tienen ilegal el cáncer, la
tuberculosis o la hemiplejia de una furgoneta que los llevaba a un trabajo
sumergido una mañana cualquiera. Son los excluidos, los que pueden morirse
cuando quieran, cuanto antes mejor porque ya no hay ladrillos, porque hay que
vender hospitales para que hagan negocio unos pocos, porque Bruselas es el
curandero supremo, porque Merkel lleva dentro un nazismo económico, porque
Rajoy es europeo ante todo y sacrifica a quien sea contra los dictados de su
corazón bondadoso. Hay un Moscardó en cada ministerio, en cada comunidad
autónoma, dispuesto a pedirle al hijo que está extramuros que entregue su vida
por el bien de la economía antes de que los de dentro se entreguen al déficit,
a la prima de riesgo, a la banca usurera de sueños y mañanas rotos.
Es
el nuevo y glorioso movimiento nacional que nos libera de hordas de espaldas
mojadas, de contubernios de mezquitas que suplantan góticas catedrales, de quienes destruyen
nuestra visión cristiana de la vida para sembrar de ritmos profanos las
entrepiernas llamadas al pecado.
Ana
Mato organizando la muerte, dando paso al dolor para que se quede arrinconado
hasta que se muera de asco. Excluyendo de la vida a los pobres porque tuvieron
la desgracia de no llegar nunca a ricos.
Dinero
de plástico, dolor de plástico, muerte de plástico.
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