domingo, 2 de septiembre de 2012


EL DOLOR DE PLASTICO




El enfermo siempre es un pobre. El dolor es un abandono de la vida, un descuelgue del andamiaje de la existencia. Se intuye el vacío, se palpa  la nada, se mastica la sombra infinita, para siempre infinita. El enfermo es siempre un pobre.

Atacar la pobreza de la enfermedad es quemar entre risas la miseria de un hombre en un cajero, pisar la dignidad última que nos queda cuando las circunstancias se han alimentado de la dignidad que tuvimos, de la verticalidad orgullosa que fuimos, de la grandeza del amor que nos inundó cuando jóvenes, cuando enamorados se nos venían encima los besos como cosechas de  manos y caricias. De golpe enfermos, y pobres mendigando en la acera de la vida un poquito de viento para el pulmón cerrado, para la sangre que olvidó el camino del corazón, para el sida que maduró como un tuétano de amor.

Y alguien suprime el viento y las autopistas de la sangre y la médula del amor y contempla, con los ojos llenos de hielo negro, cómo alguien se muere porque debe morirse, porque cumple el deber de muerto prematuro, porque no quiso o no pudo recordar su cuenta corriente, porque nunca la tuvo, porque se la tapó un banquero sin escrúpulos.

La sanidad comienza en los pirineos como cuando en los pirineos comenzaba Africa en otros tiempos. Ahora limita al sur y  sus habitantes somos todos blancos o morenos de sol y nieve, con brazos de gimnasio y espaldas de esteroides. Abajo, siempre abajo, marroquíes, saharianos, subsaharianos y todos los que tienen el hambre atada a la cintura. Ya no son de los nuestros porque no trabajan “para nosotros”  Han dejado de ser esclavos para convertirse en olvido, en memoria roja de ladrillo barato, en ayer de pateras tragadas por la espuma, por las olas hambrientas de un mar sin corazón. Sólo les queda el derecho a la cornada del dolor, de la pobreza que entraña, a la muerte como un terraplén organizado para enterrar la vida de los que vinieron un día buscando el pan que nadie quería. Se ha legislado la muerte para que sea un acontecimiento organizado. Todos sufrimos, todos morimos, pero hay que dar preferencia a los que acumulan dolor y muerte sin un trozo de plástico que les aplace el adiós de despedida. Ellos y nosotros estamos separados por ese plástico azul y blanco que nos da derecho a un trago de oxígeno, a un bypass o a un retroviral de última generación. Al otro lado están  ellos, los excluidos por ley o por real decreto, rubricado y sellado por un rey que mata elefantes en Africa y que apunta ahora, mirada telescópica a punto, sobre los ébanos de carne brillante.

Somos occidente cristiano, reserva espiritual, con gallardones que anatematizan abortos, con defensores aguerridos de la vida como un don del Dios dueño del alma que determina a placer la hora de la muerte. Pero Dios es de derechas y firma también reales decretos y acepta la tarjeta de plástico como un ordenamiento universal  que regula la pobreza y el dolor como distintos del dinero y el placer. Dios se parece a Ana Mato.

Tú y yo tenemos un dolor legal. Ellos, no. Ellos tienen ilegal el cáncer, la tuberculosis o la hemiplejia de una furgoneta que los llevaba a un trabajo sumergido una mañana cualquiera. Son los excluidos, los que pueden morirse cuando quieran, cuanto antes mejor porque ya no hay ladrillos, porque hay que vender hospitales para que hagan negocio unos pocos, porque Bruselas es el curandero supremo, porque Merkel lleva dentro un nazismo económico, porque Rajoy es europeo ante todo y sacrifica a quien sea contra los dictados de su corazón bondadoso. Hay un Moscardó en cada ministerio, en cada comunidad autónoma, dispuesto a pedirle al hijo que está extramuros que entregue su vida por el bien de la economía antes de que los de dentro se entreguen al déficit, a la prima de riesgo, a la banca usurera  de sueños y mañanas rotos.

Es el nuevo y glorioso movimiento nacional que nos libera de hordas de espaldas mojadas, de contubernios de mezquitas que  suplantan  góticas catedrales, de quienes destruyen nuestra visión cristiana de la vida para sembrar de ritmos profanos las entrepiernas llamadas al pecado.

Ana Mato organizando la muerte, dando paso al dolor para que se quede arrinconado hasta que se muera de asco. Excluyendo de la vida a los pobres porque tuvieron la desgracia de no llegar nunca a ricos.

Dinero de plástico, dolor de plástico, muerte de plástico.

No hay comentarios: