ESPAÑA, ¿UNA DICTADURA?
¿Es
España una dictadura? Preguntado así, estoy seguro que la mayoría interrogada
lo negaría absolutamente. Sabemos de dictadores, de sables corneando la vida de
súbditos, de pistolas apuntando siempre a los derechos más elementales, de
polainas manchadas de tanto pisotear libertades. Y esas obscuras circunstancias
se enterraron allá por Cuelgamuros, entre añoranzas, nostalgias y recuerdos de
lágrimas negras, muy negras. No, España no es una dictadura. Es una democracia,
con su Constitución abrazando un futuro de derechos.
Tal
vez nuestro concepto de dictadura esté demasiado circunscrito a un pasado que
fue ayer: posibilidades asfixiadas por el-porque-sí, porque a algún golpista le
salía del correaje o de unos genitales fosilizados en una gorra de plato. Sin
escritura, prohibido el pensamiento, sin derecho a réplica, de reunión, de
lectura, de viaje, juicios sumarísimos, ejecución contra una tapia blanca de
cementerio blanco. Y por ahí andábamos con nuestro equipaje de personas de
estraperlo, escondiendo la maleta de nuestros pensamientos, y hasta los besos,
las caricias, los encuentros trenzados de los cuerpos.
Esa
dictadura fue, pero hoy ya no es, aunque ¿estamos tan seguros de pensar por
nosotros mismos, sin imposiciones subliminales?
¿Podemos estar tan orgullosos de la libertad en nuestras decisiones, en
nuestros proyectos, en nuestros trabajos, en nuestros compromisos políticos?
¿Podemos presumir de una independencia frente a
imposiciones de dictadores vestidos de Armani, mocasín italiano, corbata
regalo Fondo Monetario Internacional, gemelos Banco Central Europeo?
La
dictadura es un golpe seco, duro, como el tiro definitivo en una nuca
despreocupada. Chorrean los adentros por los exteriores y el hombre queda vacío
de sí mismo, falto de contenido existencial, enajenado, alienado. La dictadura
suprime el esqueleto vivencial que nos mantiene de pie y el estar de rodillas
se vuelve postura y costumbre, rendición
y asunción de lo inexplicable. La dictadura ha abandonado la liturgia militar
de himnos, banderas, uniformes y cartucheras humeantes. El mundo es un gran
casino donde ruedan los euros, los mercados, la bolsa, los rescates, donde se
despeñan las urnas o se premian con tecnócratas que hay que llevarse
necesariamente a casa sin poderlos olvidar en el guardarropa.
Toda
dictadura lleva en su interior un estrangulamiento de derechos. Ahora no
prohiben la expresión, la reunión amistosa. Tan dictadura es la presente que ni
siquiera precisa de amputar esa falsa expansión espiritual. Hay otros derechos
cercenados que duelen, que se clavan, que rompen la esperanza, que aniquilan el
futuro. Se prohíben derechos laborales, se recortan salarios, se despide a
gusto del consumidor, se rompe la sanidad, la educación, los servicios
sociales. Se desahucian las casas como quien vacía un cenicero intoxicado, se suprimen
ayudas para el pan nuestro de cada día, sillas de ruedas que llevan hasta el sol
caliente de la plaza, se prohíbe a la mujer ser mujer, propietaria de su
cuerpo, se induce a los inmigrantes a marcharse o a morirse de asco tragándose
el sida, la hepatitis, la disnea inaguantable sin aire disponible. Se prohíbe
ser viejo-quinientos-euros-pensión eligiendo entre el sintrón y la sopa
caliente del invierno. Se prohíbe abortar y ser madre porque amarse boca
arriba, acariciar y besar es un lujo prohibido por el déficit disparado.
Millones
de parados, niños con hambre, comedores de Caritas con necesaria cartilla de
racionamiento, matrimonios sin casa, casas para negocios bancarios, escuelas
sin profesores, profesores sin escuela, albañiles sin un andamio para descolgar
piropos, niños con tarteras de viejos encofradores, autistas encerrados en
castillos oscuros, sin encontrar el primer trabajo, sin encontrar el trabajo
último, con un INEM convertido en orfanato de la desesperanza.
No
van los militares por la acera, dando a entender la laltanería de las pistolas.
Nos reunimos para cantar con Serrat y gritar las filigranas de Messí. La
muchachada bebe para olvidar lo que pudo haber sido y no fue. Se desnudan
porque sólo les queda la entrepierna, y otros se mueren porque sólo les queda
el asco de haber vivido.
España,
¿una dictadura?
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