EL DERECHO DE SER MUJER
La
mujer tiene un primer derecho: su propio cuerpo. Y resulta chocante que cuando todos estamos
de acuerdo en la necesidad de igualar los derechos de hombres y mujeres,
algunos se nieguen a concederle ese primer derecho sobre su propio cuerpo y
todo lo que se derive de su primacía irrenunciable.
La
irrupción de la mujer como protagonista de la historia es reciente. El varón se
ha encargado de mantenerla secuestrada en su cerebro, sacándola a pasear por la entrepierna y devolviéndola
a su cárcel hasta la próxima erección irrefrenable. Madre como consecuencia
ineludible, cuidadora de prole, pedagoga según qué campos. La mujer no existía,
sólo duraba. Se planteaban incluso los teólogos la existencia de unalma, es
decir de una conciencia capaz de discernir, de ser sensible ante la belleza, el mal, el bien, la
poesía o el vibrar de su cuerpo estremecido.
No
hay que ir muy lejos. Prohibido ser propietaria, abrir una cuenta bancaria,
viajar sin permiso. El glorioso movimiento nacional en connivencia sacrílega
con el catolicismo lo tuvo claro: parafraseando a Sartre, afirmaban las damas
de la sección femenina: la mujer existe para el hombre y carece de sentido sin
él. Desde sus conocimientos domésticos heredados de madres virtuosas de sagrado
corazón en vos confío, hasta su belleza, todo, absolutamente todo, había sido
imaginado por la divinidad creadora para el servicio del varón. Y la soltería, prohibida como disfrute de una elección
decidida, debía estar consagrada a vestir santos. A la mujer se la arrinconaba
en el ámbito religioso para así despreciarla con tranquilidad de conciencia y
como designio divino.
Vino
Felipe y se asomó timidamente a los ojos femeninos. La mujer exigía y Felipe
amó su vientre planetario. Puso condiciones, demasiadas. Cuadriculó el alma
femenina y dibujó una ventana que se abriría con condiciones de respiración
asistida. El plus de aire vital iría a la cárcel, como un Antonio Torres
Heredia entregado a tirar al río limones redondos. Aznar abandonó a la mujer a
las puertas del Tribunal Constitucional como en un orfanato vergonzante. Aido,
la miembra del gobierno Zapatero, quiso
envolverla en pañales, darle calor y
soltarla al aire de su propia decisión
de libertad. Gallardón-Mato hicieron nueva cuna y otra vez al Supremo. Y D.
Alberto-ministro otorgando carné de femineidad, con garantías falsamente
empresariales, proclamando que la mujer sólo es plenamente mujer cuando se corona de maternidad. Respalda
Rouco-Conferencia-episcopal-presidente. A su sitio primitivo. A su paseo por
entrepierna. Anulando el cuerpo estremecido, porque es pecado el placer, porque
el infierno está ahí, porque sólo la maternidad da titularidad de existencia. Ana
Mato mitrada, pontifical, condenando la píldora poscoital. Porque saben las
farmacéuticas que la píldora toma represalias. No es tan perversa cuando la
receta un médico porque la bendice el Hipócrates-hipócrita de la conciencia
ministerial.
Ningún
estudio científico da la razón a Mato-ministra “obsesionada, busca bajo tierra
argumentos científicos que le permitan acabar con la venta libre y sin receta
de la píldora poscoital, es decir, acabar con el acceso a un medicamento que
hoy permite a las mujeres no tener tutela, ni judicial ni médica, a la hora de
controlar su fertilidad” Lo asegura Angeles Alvarez en un excelente artículo
publicado en NUEVA TRIBUNA “Resulta obsceno ver a un gobierno y una ministra
más ocupados en imponer un modelo regresivo en materia de derechos
reproductivos que en salvaguardar la seguridad y la libertad de las mujeres”
Cuando
no se respeta el derecho de la mujer a su propio cuerpo, es imposible hablar de
otros derechos y otras libertades. El ser humano está en el mundo a través de
su cuerpo, dice el existencialismo francés. Si se mutila y amputa esta
interacción cuerpo-mundo, estamos descontextualizando la existencia femenina,
abstrayéndola de su corporeidad y encerrándola en una burbuja que nunca será la
de su pleno desarrollo. Una vez devuelta a su mazmorra histórica, no hace falta
despojarla de sus derechos. Se le despegan solos como consecuencia de una lepra
ahistórica.
Lástima
que algunos gobiernos, incluso ciertas mujeres que los componen, se empeñen con
tanto ahínco en destruir lo que ya es una lucha invencible.
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