lunes, 11 de junio de 2012


EL DERECHO DE SER MUJER



La mujer tiene un primer derecho: su propio cuerpo.  Y resulta chocante que cuando todos estamos de acuerdo en la necesidad de igualar los derechos de hombres y mujeres, algunos se nieguen a concederle ese primer derecho sobre su propio cuerpo y todo lo que se derive de su primacía irrenunciable.

La irrupción de la mujer como protagonista de la historia es reciente. El varón se ha encargado de mantenerla secuestrada en su cerebro,  sacándola a pasear por la entrepierna y devolviéndola a su cárcel hasta la próxima erección irrefrenable. Madre como consecuencia ineludible, cuidadora de prole, pedagoga según qué campos. La mujer no existía, sólo duraba. Se planteaban incluso los teólogos la existencia de unalma, es decir de una conciencia capaz de discernir, de ser  sensible ante la belleza, el mal, el bien, la poesía o el vibrar de su cuerpo estremecido.

No hay que ir muy lejos. Prohibido ser propietaria, abrir una cuenta bancaria, viajar sin permiso. El glorioso movimiento nacional en connivencia sacrílega con el catolicismo lo tuvo claro: parafraseando a Sartre, afirmaban las damas de la sección femenina: la mujer existe para el hombre y carece de sentido sin él. Desde sus conocimientos domésticos heredados de madres virtuosas de sagrado corazón en vos confío, hasta su belleza, todo, absolutamente todo, había sido imaginado por la divinidad creadora para el servicio del varón. Y la soltería,  prohibida como disfrute de una elección decidida, debía estar consagrada a vestir santos. A la mujer se la arrinconaba en el ámbito religioso para así despreciarla con tranquilidad de conciencia y como designio divino.

Vino Felipe y se asomó timidamente a los ojos femeninos. La mujer exigía y Felipe amó su vientre planetario. Puso condiciones, demasiadas. Cuadriculó el alma femenina y dibujó una ventana que se abriría con condiciones de respiración asistida. El plus de aire vital iría a la cárcel, como un Antonio Torres Heredia entregado a tirar al río limones redondos. Aznar abandonó a la mujer a las puertas del Tribunal Constitucional como en un orfanato vergonzante. Aido, la miembra del gobierno Zapatero,  quiso envolverla en pañales, darle calor  y soltarla  al aire de su propia decisión de libertad. Gallardón-Mato hicieron nueva cuna y otra vez al Supremo. Y D. Alberto-ministro otorgando carné de femineidad, con garantías falsamente empresariales, proclamando que la mujer sólo es plenamente mujer cuando se  corona de maternidad. Respalda Rouco-Conferencia-episcopal-presidente. A su sitio primitivo. A su paseo por entrepierna. Anulando el cuerpo estremecido, porque es pecado el placer, porque el infierno está ahí, porque sólo la maternidad da titularidad de existencia. Ana Mato mitrada, pontifical, condenando la píldora poscoital. Porque saben las farmacéuticas que la píldora toma represalias. No es tan perversa cuando la receta un médico porque la bendice el Hipócrates-hipócrita de la conciencia ministerial.

Ningún estudio científico da la razón a Mato-ministra “obsesionada, busca bajo tierra argumentos científicos que le permitan acabar con la venta libre y sin receta de la píldora poscoital, es decir, acabar con el acceso a un medicamento que hoy permite a las mujeres no tener tutela, ni judicial ni médica, a la hora de controlar su fertilidad” Lo asegura Angeles Alvarez en un excelente artículo publicado en NUEVA TRIBUNA “Resulta obsceno ver a un gobierno y una ministra más ocupados en imponer un modelo regresivo en materia de derechos reproductivos que en salvaguardar la seguridad y la libertad de las mujeres”

Cuando no se respeta el derecho de la mujer a su propio cuerpo, es imposible hablar de otros derechos y otras libertades. El ser humano está en el mundo a través de su cuerpo, dice el existencialismo francés. Si se mutila y amputa esta interacción cuerpo-mundo, estamos descontextualizando la existencia femenina, abstrayéndola de su corporeidad y encerrándola en una burbuja que nunca será la de su pleno desarrollo. Una vez devuelta a su mazmorra histórica, no hace falta despojarla de sus derechos. Se le despegan solos como consecuencia de una lepra ahistórica.

Lástima que algunos gobiernos, incluso ciertas mujeres que los componen, se empeñen con tanto ahínco en destruir lo que ya es una lucha invencible.

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