lunes, 6 de febrero de 2012

ALBERTO SE QUITÓ EL SOMBRERO

Lo usan con frecuencia los espías, los detectives y muchos atracadores de bancos. Oculta el verdadero rostro y consigue que el usuario tenga que mirar al suelo por limitación de campo visual perdiéndose la hermosura de la vida que crece más arriba de las baldosas. Pero espías, detectives y atracadores lo utilizan porque les sirve para no aparecer con transparencia ante los demás, para ocultar su verdadero rostro y aparentar lo que no son. No usan sombrero. Son sombrero. Cuando por la noche hacen el amor, se extrañan de sí mismos. No se reconocen cuando se afeitan porque el espejo devuelve una imagen distorsionada de la propia realidad. Van al perchero entonces y le dicen a la esposa que acariciar unos muslos sin sombrero es como justificar el amor del vecino del quinto.

Alberto Ruiz Gallardón ha sido presidente de la Comunidad de Madrid y alcalde de la capital del reino. Está donde está porque estuvo donde estuvo. Luchó por más. Lo truncó Esperanza Aguirre. Lo frenó Mariano. Y Alberto se caló el sombrero y siguió inspirando poder para alzarse a las alturas. Decía que era el centro. Decían que era el centro. Y él se creyó que por la M-30 se llegaba a la Moncloa. Discrepaba del Partido Socialista. Discrepaba del Partido Popular, de la presidenta de Madrid, de Rajoy. Discrepaba de sí mismo porque el sombrero le disimulaba la blancura de sus cejas y no sabía quién era cuando preguntaba quién era. Alberto-centro. Ruiz-centro- Gallardón-centro.

Se creyó triunfante. Había dejado atrás a rivales de peso. Se convirtió en costalero de Rajoy. Lo paseó por el congreso de Valencia Le entregó una reliquia a Ana Botella-promesa-de-alcaldesa. Ana se hizo circunvalación para llegar a la estación Aznar. Trasbordo en Génova con mesa, mantel y cama. Sombrero, ay, mi sombrero. Ni Utrera Molina lo conocía. Dijo entonces que cumpliría su tiempo de alcalde porque nunca traicionaría a sus electores. Hizo una restricción mental que dirían los fariseos clásicos del cristianismo y tapó su mentira con la visera ancha que le ocultaba la blancura del pelo

Veinte de Noviembre. Medio luto después de tantos años. Entubado. Boca arriba. General-generalísimo instalado en la muerte. Gallardón joven, de la mano de Fraga recién muerto. Fraga cargado de Montejurra, de Grimau, de Ruano. Pero con fuerzas para seguir empujando a Gallardón hacia un futuro lejano. Vencido y desarmado el ejército rojo. Rajoy salta y salta Esperanza aunque un poco escondida. Salta Miri y Pons y María Dolores. Gallardón saluda la elección sombrero en mano, como quien brinda por un ministerio cercano embistiendo en Génova.

Juro y prometo por mi conciencia y honor. Soy ministro, cantaba con tonillo de soy minero. Primero se lo dijo a Fraga. Antes que a su mujer. Y D. Manuel se murió de perfil para que lo enterraran en la cartera ministerial de Gallardón.

Llegó esa noche a casa. Se desnudó frente al espejo. ¿Alberto-centro? ¿Ruiz-centro? ¿Gallardón-centro? Demasiado tiempo con sombrero. Lo tiró por la ventana. Había encanecido sin darse cuenta. Hacía años que no se miraba el pelo. Mañana coche oficial, más oficial todavía. Ministro de Justicia, Notario Mayor del reino. Camino de la Zarzuela, miró a Madrid por encina del hombro, por encima de Ana-más-Aznar-que-nunca. Juro por mi conciencia y honor. Y Mariano ante él con su conciencia y honor. Cansado de mentir: subir impuestos es una perversión, que Ana Mato se encargue de los derechos de la mujer y los guarde en el sótano de Génova, los parados engañados que se fastidien, los trabajadores que se enteren que el despido es el despido, que Rouco bendiga los millones recibidos, que los empresarios se sientan capitanes de la patria, que se privatice la sanidad, la educación. Que Wert aprenda a mentir con descaro, que las clases medias y los obreros paguen la miserable actitud de ser clase media y obreros por no haber sabido llegar a gran empresario, a banquero, a presidente de la gran empresa, de la pequeña empresa. Y Gallardón serio saboreando por su conciencia y honor.

Gallardón sin sombrero. Se le ve de cuerpo entero. Descentrado el centro. Testosterona de derechas sin reparo. Carguen el aborto y llévenlo al ochenta y cinco. Cuando a la mujer se le quitan sus derechos se le quitan su derecho a ser mujer. Ingresen a los homosexuales, crónicos invertidos, de amor despilfarrado. Paguen por la justicia. Cásense por los notarios que andan pidiendo en las puertas de las iglesias, Cadena perpetua con grilletes revisables para que no se oxiden. No importa la reinserción. El infierno es fuego eterno y las cárceles también. Peligroso ser niño cuando sólo se es niño. El castigo puede ser infinito como cuando se masturbaban en el nacionalcatolicismo.

El sombrero lo usan los que asaltan la historia por los caminos. Alberto se quitó el sombrero. Nos queda el ministro justiciero de cuerpo entero. Ahí está el Gallardón palpable, el que es lo que siempre fue.






3 comentarios:

Anónimo dijo...

Cómo escribes.... para quitarse el sombrero. Una vez me dijo una amiga hace tiempo que este muchacho iba para presidente porque era el ideal para acercar posturas, lograr entendimientos, etc, etc... y yo le contesté: No sé, hay algo que me mosquea. Es como la típica chinita del zapato. Y le dije: Líbreme Dios de las aguas mansas, que las bravas me libraré yo. Un abrazo, Rafael. Y cuídate, porfa

José Miguel dijo...

Perdón... el anónimo no es tal. Soy José Miguel...

Maximinimalidades dijo...

Una crónica casi de "antropología" de lo que vino y vendrá...ya veremos como se camuflan.
Abrazos