martes, 6 de diciembre de 2011

¿EXISTE EUROPA?

Cuando la política es desplazada por la economía se pierde la participación humanizante de la izquierda y se agranda el abismo que separa la riqueza como posesión del hombre como existencia. Todo se convierte en moneda, en mercado, en plusvalía, deteriorando la categoría humana y reduciéndola a mero sujeto de producción para beneficio de unos pocos con el detrimento humillante de la mayoría.

Los valores de la izquierda política son engullidos por las directrices económicas que vienen dadas desde la oligarquía económica y es la derecha más neoliberal quien se adueña del poder porque se identifica con esa visión economicista del mundo y de la historia.

La Unión Europea nació como mercado. Mercado Común se llamó en un principio. Pero las palabras y los conceptos se someten también a la cirugía estética de los eufemismos. Y surgió a la superficie la Unión Europea que daba más la imagen de solidaridad, de responsabilidad compartida, de unidad indisoluble hasta que el euro nos separe. Pero ahí siguieron los grandes mercaderes pregonando un lujo de ventas que despeñaba a la miseria al pequeño tenderete de los países y los individuos. Lo humano como valor supremo dejó de existir para convertirse en solo materia prima de productividad para beneficio de la riqueza y de sus administradores únicos.

La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico ha divulgado un documento que pone de manifiesto que la desigualdad entre los ciudadanos ha aumentado de forma altamente llamativa en los últimos 30 años. Bajo la almohada de Carla Bruni, Sarkozy guardó la refundación del capitalismo y el estado del bienestar se convirtió en un sueño fácilmente olvidado al despertar. Con el estado de bienestar evaporado y la izquierda desaparecida, la democracia ha cedido el puesto a la dictadura de los mercados. Grecia e Italia no tienen primeros ministros democráticamente elegidos. Francia a las órdenes de Merkel-emperatriz-absoluta ha impuesto a dos tecnócratas. Ya no cuentan los pueblos que lloran sobre sus urnas enterradas y dan patadas a su pobreza inyectada para un presente amargo y un futuro ronco.

Cada día es más evidente el distanciamiento entre pobreza y riqueza. La crisis, los mercados, la deuda de los estados, la prima de riesgo y todos los aditamentos verbales que se le puedan añadir a la jerga mercantil no conllevan la desaparición del dinero. Porque el dinero tampoco se crea ni destruye. Está ahí y a través de una especulación obscena salva a toda velocidad la distancia que va del hombre al hombre y se amontona en manos de unos pocos vaciando de contenido económico la existencia de la mayoría. La crisis no es carencia de dinero ni de recursos. Es acumulación egoísta y excluyente de unos pocos frente a la mayoría. Es el caviar frente a la tierra mordida por los muertos de miseria. José García Abad habla de la redistribución como “palabra maldita” Y aporta para ilustrar esta verdad una cita de José Sevilla: “Ha desaparecido prácticamente el componente redistributivo; los sistemas públicos de pensiones se hacen cada vez más contributivos, reforzando su carácter de seguro y a veces ni eso, al trasladar los riesgos a sus titulares. Y los grandes servicios públicos, la sanidad y la educación, aparecen acosados por la oferta privada a medida que la escasez de recursos públicos reduce sus niveles de prestación”.

Los bancos siguen engrosando sus arcas con dinero público y acumulando patrimonio procedente de embargos, aunque eso signifique dejar sin techo a miles de familias. E infectados de “toxicidad” pretenden la creación de un “banco malo” comprado por el estado por un importe de treinta mil millones de euros pagados por supuesto con dinero público. Y mientras, la educación, la sanidad, la dependencia, las pensiones, los sueldos, la revisión de las prestaciones por desempleo pierden calidad, los depositarios de este estado de bienestar se emplean con todas sus fuerza en destruirlo y depositarlo en manos privadas para que no decaiga el negocio.

¿Y qué dicen los pueblos? Los pueblos están obligados a callar y dejarse conducir hacia los pastos secos de la miseria. Francia y Alemania (Alemania sobre todo) refundan Europa, imponen sus criterios económicos, dictan a los gobiernos las medidas que deben tomar. Y los gobiernos callan. Las frecuentes reuniones y decisivos encuentros Merkel-Sarkozy para marcar directrices inapelables deberían poner de pies a los demás gobiernos. No es inteligible el silencio, la obediencia y la sumisión de los miembros de la Unión Europea. La fiscalidad única y el gobierno único a lo mejor llegan en su momento. Pero hoy por hoy cada país mantiene su soberanía y por tanto el derecho a decidir y a rebelarse contra quienes pretenden gobernar en solitario como si de un nuevo e implacable sistema dictatorial se tratara. En una aldea no tan global como se dice, sólo se globaliza la miseria.

La Unión Europea ha desaparecido para convertirse en la unicidad europea.


1 comentario:

Maximinimalidades dijo...

Un saludo entrañable cautivo Rafael, Maestro.
Siguiendo el hilo de la historia...pareciera que Merkel y Zarkosy "consiguen al fin la unidad de Europa y ellos en la cabeza no por los medios que sus ínclitos paisanos antiguos que ambicionaban imperios" si con "Los Mercados" un método civilizado-cuando no se está en guerra cruenta, en los periodos más o menos pacíficos existe el comercio
que puede crear riqueza-, y las leyes democráticas que regulan con equidad las oportunidades de sus ciudadanos y pueblo.
Estas voluntades son sorteadas y con ellas la libre voluntad de elección, despojando el tecnicismo pretendido, de colores y opciones en ser más solidarios, cooperantes del desarrollo del mundo y salir de la crisis... homogeneizando para servir a sus intereses, el alimento de la casta élitista o neoliberalismo.
Huele a rancio pasado y lo quieren imponer, lo que no sé es, si ¡el euro lo soportará! y la ciudadanía sufridora, o nos veremos como apuntan lumbreras algo parecido al pasado de nuestros padres y abuelos y los "reyes" de entonces pero sin adaptación, echando atrás como cangrejos, sin solución de continuidad.