Reflexionar es un verbo hermoso. El hombre se pone junto a sí, se mira a los ojos y echa a andar la vida por los caminos del alma.
Se han celebrado las elecciones. Ha ganado el Partido Popular. Ha perdido el Partido Socialista y ha llegado a la conclusión de que es necesario reflexionar. Cada miembro del ejecutivo, alto cargo o simple militante llega a la misma conclusión. Los ganadores por el contrario se emborrachan de poder. Se miran el ombligo con inmenso hedonismo y proclaman que su llegada a la meta significa ante todo que han sabido hacer las cosas como está mandado, que están respondiendo a lo que quiere la “totalidad” de los españoles porque han hablado de lo que interesa a la gente. La reflexión ya la dejarán para un futuro cuando las urnas los ponga nuevamente a la oposición.
2.004 marcó la llegada de una gran ilusión, de una hermosa esperanza. Los socialistas se arrimaron a la Moncloa. Mantuvieron su victoria frente a calumnias blasfemas. Deberían explicar qué grupo terrorista los llevó hasta el poder. La victoria era fruto de un voto miedoso. Hubo insinuaciones de una connivencia con los terroristas de Atocha para truncar la victoria cantada de Rajoy. Zapatero despreciaba a los muertos. Su amistad con ETA le llevaría a entregar a España a la banda. Aznar sintió que su rencor le apoderaba para marchar por los mercados del mundo difamando al gobierno. Mayor Oreja, del brazo de Alcaraz, exigía respeto para las víctimas, para lo cual gritaban los manifestantes que Zapatero remataba a los muertos que ETA había tiroteado.
La Jerarquía católica no se quedó atrás en su oposición radical al gobierno. Lo acusaron de destrozar la familia, de asesino de criaturas en el vientre materno, de destruir valores inherentes a la sociedad española y de implantar normas contrarias al derecho natural. Anticristo llamaron al presidente. Celebró manifestaciones en defensa de la libertad, de la vida y de la Constitución un episcopado acostumbrado a contemporizar con ejecuciones y tribunales de orden público de otras épocas.
La primera acción de gobierno trajo a los soldados de Irak desvinculando a España de una guerra ilegal, aunque esa acción le costara la enemistad del hombre más poderoso de la tierra. Fue devolviendo al pueblo derechos que le habían sido arrebatados por la dictadura. Legalizó el amor de los homosexuales e incluso posibilitó su matrimonio. La Ley de dependencia hizo brotar esperanzas de bienestar en todos aquellos que no pueden valerse por sí mismos. Hubo Comunidades autónomas que se encargaron de frustrar esa esperanza. Se acordó de las cunetas verdes de olvido, de las tapias blancas de sangre y pretendió que los hombres del universo se entendieran en una gran alianza de civilizaciones.
Se renovó la esperanza en 2,008. Pero ya estaban puestas las trampas. Una crisis económica que no se vio venir hasta que nos partió los ojos. Se tragaron los bancos mucho dinero que después se negaron a prestar. Cinco millones de parados. Viviendas devoradas por hipotecas vitalicias. Recortes de sueldos, disminución de poder adquisitivo, economía paralizada. Temblor del estado de bienestar, presupuestos menguados para investigación, para gastos sociales. Una España débil y debilitada por la falta de compromiso del Partido Popular, por los empujones de una oposición inconsciente y ávida de un poder que se le va a volver en contra en cuanto llegue al sillón presidencial. Las urnas. Y un resultado despeñado.
La reflexión debe ser honesta. No se trata de argucias para llegar nuevamente al poder, sino de asimilar que el poder es un servicio al pueblo. No debe ligarse la reflexión a maniobras de imagen. Debe responder al grito de un pueblo que imagina la vida como una versión armónica entre el ser y el tener.
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