lunes, 2 de junio de 2014

¿EROTICA O AMBICION?


Fue por el ochenta y tantos. Felipe González era Presidente. Se llamaba  sencillamente Felipe. El González se le ha añadido después, cuando se convirtió en ex, cuando ha llegado a consejero, cuando asesora como sabio a Europa, cuando reclama un orden de cosas para la correcta organización del país, cuando parece que le asustan las listas abiertas, cuando la pana se ha cambiado por traje a medida, cuando no está de acuerdo con el empuje juvenil de nuevos valores democráticos y sostiene la monarquía como portadora de valores eternos. Antes de toda esta metamorfosis, allá por el ochenta y tantos, Felipe era sólo Felipe. Lo de González le sobrevino después como una corona de esas que coloca la historia sobre un coche fúnebre.

Suárez había guardado su perfil elegante, su rostro que enamoraba cuando llegó a la presidencia. Ocultaba ahora su inconfundible forma de bajar las escaleras para que nadie le viera las cicatrices que le provocaban sus correligionarios de la UCD.

Y entonces apareció ilusionante Felipe. Creando puestos de trabajo, negándose a la OTAN, resucitando la alegría de la democracia joven y hermosa. Y alguien acuñó aquello de la “erótica del poder”  Y gustó. Y se inventó la sanidad universal, las pensiones, las autovías modernizadoras, y la entrada en Europa. Y disfrutábamos erecciones oníricas porque la libertad nos permitía la desnudez alegre de la vida. Y cuando Felipe era Felipe, antes de ser González, y prolongaba sus mandatos, los ciudadanos empezaron a sospechar que también la presidencia de un gobierno debía incluirse en esa erótica del poder, ese estremecimiento de militares cuadrados ante un presidente civil, ese abrirse camino en un atasco con sirenas motorizadas, ese entrar en la Zarzuela y que el Rey te abrace como a una amigo de siempre.

Franco nos había arrancado la política de las entrañas. La democracia nos devolvió nuestra categoría de ciudadanos y ejercíamos el derecho a elegir y concebir a los políticos como servidores del pueblo, con el pueblo y para el pueblo. Presidir la cosa pública consistía en permanecer las 24 horas de guardia a su servicio. Misión grande, desinteresada, hermosa. Gastar todas las energías en empujar a un país para que el bienestar fuera un patrimonio común, la igualdad una meta y la fraternidad se uniera a esa santa trinidad.

“Y ya pasaron los años…”  Y se va produciendo una deflación incompatible con esa erótica del poder. A Felipe le hemos añadido el González. Y Evo Morales o Chaves se salen de sus esquemas de consejero del gas o de la luz o de estas tinieblas democráticas de la desafección, la abstención o el repudio de la política. UCD le partió a Suárez su hermosura y sólo la ha recobrado cuando la muerte lo hundió en el alzheimer más absoluto y radical y le hemos dedicado un aeropuerto para que los aviones le traigan los recuerdos de aquella democracia inaugurada por entonces.

Y tengo la impresión de que ya nada es servicio ciudadano en esta democracia de desengaños y despechos. Ni siquiera se mantiene la erótica porque ella conlleva la sublime excitación ante la piel, el beso o la mirada. Y se ha sustituido por la ambición, ese sentimiento rastrero de mercadillo barato. Cuando un partido político se ve envuelto en la más repugnante corrupción saca la cabeza y argumenta que esa corrupción es transparente y que los propios corruptos se ofrecen para entregarse a la transparencia más veraz. Y cuando un partido se descuelga de las urnas porque los votantes necesitan voces claras que inyecten vida nueva, aparecen los puñales brillantes de quienes están dispuestos a buscar corazones amigos a quien matar con tal de ser proclamado líder de la renovación. Y rodeado de cadáveres sonrientes, afirma con la boca llena de victoria que sus compañeros le eligieron en un ejercicio de libertad democrática y en el alarde de su voto soberano.

Ya nadie hace referencia a la erótica de aquellos tiempos. Nadie pide una viagra por amor de dios. Todos se han acostumbrado a una abstinencia genital y  se sienten definidos farisaicamente por una ambición de servicio, que es sólo ambición sin vocación alguna de servicio.

Lo estamos viviendo estos días de elecciones, de congresos, de listas abiertas o cerradas, de aspirantes con cuchillos de pedrería, pero cuchillos al fin y al cabo.

Pero el pueblo está ahí. Vigilante. Sorprendido. Exigente. Sabiendo lo que quiere porque la democracia es decisión propia, propia responsabilidad y conoce el camino. Y ama la palabra clara, la esperanza clara, el camino abierto del mañana que nadie puede cerrar.


Estoy contento. Alguien me ha regalado la esperanza del futuro.

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