viernes, 22 de febrero de 2013



CUARENTA Y OCHO AÑOS



Cuarenta y ocho años. Lo ha despeñado un ERE edad abajo. Y ahí está, en el hondón de la vida. Como yendo a ninguna parte. Como regresando de ninguna parte. Con la boca llena de besos. Con corazón suficiente entre las ingles. Con caricias crecidas cada noche. Pero aplastada la esperanza, pisoteados los sueños, con el futuro hueco porque ya no es futuro.

España no es una país con seis millones de parados. Es un país detenido. Amputados los pies por eso que dicen déficit, prima de riesgo, crisis. Por esos navajazos que revientan la vida de muchas vidas, el vientre de existencias gris marengo, de andamios con tortilla española y piropo a un culo hermoso, de oficinas ahogadas en corbatas de rebajas, de funcionarios envidiados, de operarias mal pagadas porque la mujer tiene menos derechos, muchos menos, porque ser mujer al fin y al cabo es valer para decorar un despacho o sufrir en silencio como recomendaba Pilar Primo de Rivera o Ana Botella alcaldesa.

Dicen los gobiernos que andan preocupados –mentira- por el primer empleo. Obsesionados –mentira- en crear trabajo juvenil. Volcados –mentira- en iniciativas que pueblen de ilusiones las vivencias de los veinte años. Pero la juventud va por las calles de invierno arropados en el escepticismo, el fracaso que los reyes infames de sus gobernantes les dejaron en su ventana siempre abierta a la esperanza. Y se sienten desahuciados de la vida, lanzados de sus sueños, expropiados del futuro. No creen –no pueden creer- en una sociedad que los manda a Alemania a lavar copas de cerveza, a ser camareros sin idioma, a recoger cuatrocientos euros porque dice la Merkel  -como aquí asegura Rossell- que más cornás da el hambre. Y dicen –mentira- que la juventud es una preocupación que quita el sueño. Mejor precariedad (qué anorexia de lenguaje) que vacío. Ni los gobiernos ni los empresarios admiten que la nada es una hidra con cabezas múltiples.

Cuarenta y ocho años. “Buscamos a alguien más joven” Recursos humanos, le llaman. Nos estamos poblando de palabras falsas. Ni recursos, ni humanos. Lo que buscan es alguien a quien darle de mamar a base de llanto porque no es su hora, que se conforme con una limosna, a quien se le curte con un horario sin descanso, a quien se le asusta en cada esquina con el despido, a quien se le inyecta el miedo porque hay kilómetros de aspirantes a la miseria de entrar a las ocho y salir a las ocho para que no les quede gana ni salario para una cerveza fresca con los amigos del barrio.

Cuarenta y ocho años. Ya le avisaremos. Deje su currículum aquí, donde están apilados tres mil más, tres mil esperanzas, con una voz en cada folio que dice no le avisaremos. Y lo cuarenta y ocho años se va, manos en el bolsillo, subidas las solapas del alma para ocultar el alma, con la pena rebosando, con el asco pegado a las tripas. Cuando vayan a avisarle a lo mejor lo encuentran abierto en dos bajo el Puente de Segovia, porque la desesperación se hincha como un globo y uno termina queriendo volar Giralda abajo. No será un suicidio. Será un empujón de los recursos humanos, del vuelva usted mañana, del ya lo llamaremos. Qué desgracia tener cuarenta y ocho años. Cómo aprieta ese ecuador de la vida. Tan joven. Tan viejo. Tan válido. Tan despojo. Tan vertical. Tan tronchado.

A nadie le preocupan los cuarenta y ocho años. Cuando muerde la hipoteca, cuando la adolescencia de unos hijos exige respuesta porque es pregunta, cuando el matrimonio se ama con la madurez de cada luna, cuando es promesa el mañana, cuando se va muriendo madre y hay que cuidar a padre harto de colesterol de posguerra. Cuarenta y ocho años despreciados por los gobiernos, ensartados por una crisis fabricada con todo lujo de detalles, despedidos después de veinte en una cadena de producción. Cuando acechan los bancos para quedarse con tres dormitorios-cocina-baño que ya te habían robado el día que firmaste ante el director amigo de siempre.

Buscamos a alguien más joven. Ya le avisaremos. Que tenga suerte. Deje ahí su currículum.

Mañana, a lo mejor mañana, nadie tiene cuarenta y ocho años.



2 comentarios:

Anónimo dijo...

Yo te puedo comentar Rafael sobre un tema con diez años menos, treinta y ocho. Veinticinco años en una empresa que surgió al amparo del boom del pelotazo, que ha descapitalizado el “empresario”. Una empresa de la que salen los sueldos de esposa e hijos, en la que se pagan los teléfonos de la familia, la gasolina de los tres coches familiares, incluso el Internet de la casa lo paga la empresa, los autónomos familiares, para asegurarse un retiro, con errores contables que cuestan miles de euros en multas administrativas. En la que no existe el movimiento en el “empresario”, que no es tal “empresario” emprendedor, es un producto del pelotazo, de la época de las vacas gordas. En la que solo hay dos personas que crean plusvalía el de treinta y ocho y otro más joven. En la que el “empresario” está sentado a verlas venir, descapitalizando la empresa y distrayendo a su peculio particular. Y luego dirá que no es posible. En la que los trabajadores se bajaron voluntariamente el sueldo un diez por ciento para colaborar a que la empresa, a la que consideraban más suya que el propio “empresario”, saliera adelante, en la que le deben a los trabajadores, más de cuatro mese de salario y así llevan más de dos años. En la que a costa de casi caer en una depresión, ha tenido que demandar a la empresa solicitando la extinción del contrato por causas objetivas, y en el intervalo del acto de conciliación le salen con un despido acogiéndose a la criminal destrucción de derechos laborales que no reforma. Y menos mal que demandó con tiempo, y afortunadamente lo que era un sentimiento depresivo de culpa se ha tornado en indignación. Hace un año se plantearon el despido y puso el trabajador sobre la mesa treinta días por año, no cuarenta y cinco como marcaba la ley antigua, no la de los criminales, pero no aceptó, y ahora tiene la desfachatez de decirle a empleado que no ha buscado clientes, cuando el empleado está para trabajar, y el “empresario” para arrimar el trabajo, otra cosa es que hubiera sido comercial, que es el causante del problema de la empresa por su salario elevado, que no lo es, porque no lo ha sido durante veinticinco años, y que ha tenido la oportunidad de dejar de abonarlo llegando hace un año a un acuerdo y ha seguido manteniéndolo buscando el truco legal, o no le iría tan mal o es torpe, que lo es. Hace tiempo en una conversación, imitada del encarcelado Presidente de los empresario, sumun de la granujería, dijo el "empresario" que este país no se arreglaba hasta que no hubiese despido libre, a lo que se le contestó que despido libre existe, has existido siempre, si el despido es improcedente lo que hay es que pagarlo. Este país está lleno de estos “empresarios” de chichi nabo, sin conocimientos como muchos constructores, solo han ganado dinero, mucho dinero. Y a la vez con muchas historietas, engrases, contratos de personas en negro, e incluso otras cuestiones más graves en las que intervienen hasta los fondos europeos, que en lugar de cuestiones laborales entran de lleno en cuestiones penales. Ahora la cuestión está en manos de los jueces o en que reconsideren en la conciliación y aquí paz y después gloria. Pero es una degeneración total, que en cuanto ha hecho falta iniciativa, y buscar líneas nuevas -sin dejar de considerar que el tiempo es el que es, pero no es culpa de los trabajadores si no de los especuladores y los bancos, amparados por leyes criminales que solo favorecen a los mismos-, se han caído muchas empresas como un castillo de naipes. Y lo primero es que los trabajadores son los culpables. Son muchos los dramas como el que tan bien dibujas.

Sol dijo...

Hermoso por el corazón que describe. Triste porque en esa realidad no hay espacio para la poesía.