LA PROPIEDAD DE LA PALABRA
La
democracia nace ahí, en la palabra. Crece ahí, en la palabra. Muere ahí, en la
palabra acallada, maniatada, desposeída. La palabra se hizo calle y habitó
entre nosotros. Va por las aceras proclamada, nunca vendida, nunca
monopolizada, nunca prostituida. Y engendra verdad de pueblo, soberanía de
pueblo, orgullo de pueblo. La recuperamos hace treinta y tantos años. Por ella
cambiamos nuestro estado de súbditos, al creador de ciudadanos. Nos engendró
libres, autosuficientes, artesanos en la construcción de futuro.
El
país es una calle en pie. Funcionarios, docentes, sanitarios, justicia,
jubilados, desahuciados, preferentes, dependientes. La calle es un grito
desesperado, un estómago hambriento, un abandono con techo de puente, de cajero
con cartones, de hambre con pan de contenedor. Se llama crisis, dicen,
mercados, dicen, Merkel, dicen. Y es cirugía sin anestesia, con la carne viva,
estremecida, punzada hiriente. Y el pueblo empuja, arremete, exige. Se abrazan
hospitales, se circunvala el Congreso, se estrechan los cercos sobre Génova.
Plataformas que detienen con sus cuerpos hipotecas asesinas, banqueros
rescatados con el hambre de muchos, empresas que juegan con sus trabajadores un
juego de vida y siempre ganan. Calle en pie. Grito vertical. Pais oscuro como
cuando era oscuro porque la opresión siempre es nube amenazante, tiro de
gracia, muerte al amanecer.
Para
Rajoy los buenos ciudadanos son los que sufren en silencio en sus casas. Para
los delegados del gobiernos todos somos antisistemas, radicales, conspiradores
empeñados en manchar al gobiernos con la corrupción, con bárcenas evasores,
amnistías que premian delitos, exigencias desorbitadas de derechos laborales.
Los ciudadanos tienen que aguantar porque han vivido por encima de sus
posibilidades. La cerveza del domingo era un atentado contra la economía, la
tortilla del andamio un tiro de gracia para los mercados, la entrada del fútbol
una insurrección contra la prima de riesgo. La caña, la tortilla, el fútbol se
han cargado el bienestar de un país. Y los enfermos, los viejos, los
dependientes son los culpables evidentes de tanta decadencia. No se han muerto
a tiempo y ahí están estrujando la España grande y libre siempre soñada, salida
de cuarteles antiguos, con galones monárquicos.
Y aparecen los defensores de las instituciones.
El Congreso de los Diputados es la sede de la palabra, dicen. Las urnas les han
dado el poder, dicen. Las elecciones les han nombrado nuestros representantes, dicen. Les hemos
entregado la propiedad del poder, de la palabra, de la responsabilidad. Ahí se
encierra la democracia, la palabra, la decisión. Y los demás debemos sentarnos
en la tranquilidad de la espera porque dentro de cuatro años tendremos el poder
de cambiarlo todo, sólo dentro de cuatro años. Hay que ver pasar la historia
desde el confort de los balcones. Sin intervenir, sin actuar, regando la
delegación del compromiso. Que ellos actúen. Para eso los hemos elegido. El
pueblo debe descansar del esfuerzo de las urnas.
Es
otra forma de destruir la democracia. La palabra debe triunfar en el Congreso,
pero sigue residiendo en el pueblo. El poder de legislar está allí, pero sigue
perteneciendo al pueblo. Las decisiones se toman allí, pero siempre deben ser
refrendadas por el pueblo. Los poderes no son el retablo donde se luce la
plenitud de la democracia. Es siempre el pueblo su dueño, quien la detenta en
último término y quien le da contenido. Que nadie se sienta administrador único
de esta bella empresa.
Los
políticos no deben atribuirse el poder despótico de una mayoría. La mayoría
única es el pueblo y el pueblo siempre tiene en su mano la capacidad de
interferir cuando una legislación se opone a sus intereses presentes o a sus
expectativas de vida. Y que nadie tache de relativismo político esta actitud,
sino a una visión dinámica del quehacer político. Todo estancamiento se pudre.
La corrupción fermenta en esa posesión unívoca del poder no sometido a la
purificación continua de su verdadero gestor.
El
pueblo y sólo el pueblo es el verdadero propietario de la palabra.
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