LA NIÑA ALEGRIA
Hay
que cuidar la alegría. Como hay que cuidar los geranios, la nostalgia, o el
amor encontrado de repente en los labios calientes de la vida. Ahora la venden envuelta en celofán, elegante como un río
diminuto, envasada al vacío, pura, sin conservantes ni colorantes. Así está en
las tiendas de lujo, en los escaparates soberbios del consumo. Alegría a
granel, por encargo, alta de precio, que bajará en enero, porque en enero ya no
será última moda.
En
diciembre se impone la alegría. Se iluminan las noches de los pueblos. Luces
breves en cestitos pequeños, como si la gente llevara un amanecer entre las
manos. Las grandes ciudades, no. Ellas necesitan demostrar su prepotencia. La
luz chorrea desde los árboles, por las paredes. Hay aceras de luz, asfalto de
luz, tejados de luz. Se diferencia el centro urbano de los suburbios de
chabolas. La luz es patrimonio de los ricos, de las clases medias
altas, nunca de los pobres. Los pobres tienen sólo derecho a la oscuridad, a
enganchar la pena al generador de penas grandes, sin que se entere la guardia
civil, porque a los pobres se les multa incluso por tener penas.
Hay
que cuidar la alegría. Caduca pronto. “Consumir preferentemente antes del seis
de enero”. Después intoxica, amarga. Se mueren los ángeles que lleva dentro. Y
una alegría sin ángeles es como un puñado de jazmines sin tuétanos de aroma. Qué triste la alegría. Tan
deseada. Tan manoseada. Tan impuesta. Tan prostituida. Con la fecha de su
muerte ciñéndole la cintura. Cinta negra en el pelo de la alegría.
Hay
que cuidar la alegría. Como a una especie protegida. Pero sólo en diciembre. Lo
ordena un real decreto de las estrellas. Firmado por Belén. Ternura de niño
testigo. Pastores. Camellos. Vírgenes azules y trabajadores de garlopa. Asombro
de Reyes Magos. Pudor de mujer parida. Primeriza. Con cruces pequeñitas por la
sangre. Ríos papel cobrizo. Plateros humildes por los caminos de corcho. Vacas
chorreando cariño caliente. Gitanitos paseando las noches, noches nocheras.
Pero
a nadie le importa el misterio del
hombre. Sólo la alegría. Porque se acaba pronto. Seis de enero. Caballitos de cartón y pelotas de plástico en
el chabolerío del suburbio. Trenes electrónicos, universo digital por Gran Vía
y Velázquez. Porque la alegría no es
igual a la alegría. No confundir el barrio de Salamanca con el cartón piedra de
las afueras.
Navidad
es el hombre. Naciendo de sí mismo. Creándose. Proyectando futuro. El hombre
inaugurando su propia humanidad. Poeta de día séptimo. Sin descanso. Abriendo
el vientre de la luz. Indagando la propia identidad para poseerse y entregarse.
Dándole a cada hombre su ración de hombre. Dignidad igualada. Sin primacía
posible. Creyendo en el tú adorable, en el belén del otro. Dólares al margen,
guantánamos clausurados, petróleos blancos de azucenas, entrega de cuerpos
abrazados. Crucecitas cicatrizadas en las venas de la virgen primeriza. Madera
honrada para la gubia de tanto josé obrero.
Porque
Navidad es el hombre, hay que cuidar la alegría. Que no se acabe en enero. Hay
que ponerle pañales de mugidos tibios y burritos pequeños y peludos.
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